EL CUENTO COMO MEDICINA (1)
Voy a exponer aquí el ethos del cuento según las tradiciones étnicas de mi familia en las que hunden sus raíces mis narraciones y mi poesía, y a dar unas breves explicaciones acerca de mi utilización de las palabras y los cuentos para el favorecimiento de la vida del alma.
A mis ojos, Las historias son una medicina.
... Siempre que se narra un cuento se hace de noche. Dondequiera que esté la casa, cualquiera que sea la hora, cualquiera que sea la estación, la narración del cuento hace que una noche estrellada y una blanca luna se filtren desde los aleros y permanezcan en suspenso sobre las cabezas de los oyentes. A veces, hacia el final del cuento, la estancia se llena de aurora, otras veces queda un fragmento de estrella o un mellado retazo de cielo de tormenta. Pero cualquier cosa que quede es un don que se debe utilizar para trabajar en la configuración del alma... (1)
Mi trabajo en el humus de los cuentos no procede exclusivamente de mi preparación como psicoanalista sino también de mi larga vida como hija de una herencia familiar profundamente étnica e iletrada. Aunque los míos no sabían leer ni escribir o lo hacían con mucha dificultad, eran personas cuya sabiduría suele ser ignorada por la cultura moderna.
Durante los años en que yo estaba creciendo, había veces en que los cuentos, los chistes, las canciones y las danzas se contaban e interpretaban en la mesa durante una comida, en una boda o en un velatorio, pero casi todo lo que yo llevo, cuento oralmente o convierto en versiones literarias, lo he adquirido no sentada ceremoniosamente en círculo sino en el transcurso de un arduo trabajo, pues la tarea exige mucha intensidad y concentración.
A mi juicio, el cuento, en todas las modalidades posibles, sólo puede ser fruto de un considerable esfuerzo intelectual, espiritual, familiar, físico e integral. Nunca brota fácilmente. Nunca "se recoge" o se estudia en los "ratos libres". Su esencia no puede nacer ni se puede mantener en la comodidad del aire acondicionado, no puede alcanzar profundidad en una mente entusiasta pero no comprometida y tampoco puede vivir en ambientes sociables pero superficiales. El cuento no se puede "estudiar". Se aprende por medio de la asimilación, viviendo cerca de él con los que lo conocen, lo viven y lo enseñan, mucho más en las tareas de la vida cotidiana que en los momentos visiblemente oficiales.
La beneficiosa medicina del cuento no existe en un vacío (2). No puede existir separada de su fuente espiritual. No se puede tomar como un simple proyecto de mezcla y combinación. La integridad del cuento procede de una vida real vivida en él. El hecho de haber sido educados en él confiere al cuento una luz especial.
Según las más antiguas tradiciones de mi familia, que se remontan, por cierto, a épocas muy lejanas, "a todas las generaciones que existen" tal como dicen mis abuelitas, los momentos del cuento, las narraciones elegidas, las palabras exactas que se utilizan para transmitirlas, los tonos de voz que se emplean en cada una de ellas, los principios y los finales, el desarrollo del texto y especialmente la intención que hay detrás de cada una de ellas, suelen estar dictados por una profunda sensibilidad interior más que por un motivo o una "ocasión" exterior.
Algunas tradiciones establecen momentos concretos para la narración de los cuentos. Entre mis amigos de varias tribus pueblo los cuentos acerca del coyote se reservan para el invierno. Mis comadres y parientas del sur de México sólo cuentan relatos sobre "el gran viento del este" en primavera. En mi familia adoptiva, ciertos cuentos cocinados en la tradición de la Europa oriental sólo se narran en otoño después de la cosecha. En mi familia carnal los cuentos del Día de los muertos se empiezan a contar tradicionalmente al principio del invierno y se siguen contando a lo largo de toda esa oscura estación hasta el regreso de la primavera.
En los antiguos ritos curativos integrales, primos hermanos del curanderismo y de las mesemondók, todos los detalles se sopesan cuidadosamente según la tradición: cuándo contar un cuento, qué cuento y a quién, con qué longitud y en qué forma, con qué palabras y en qué condiciones. Tomamos en consideración el momento, el lugar, la situación de salud o enfermedad de la persona, las exigencias de su vida interior y exterior y toda una serie de factores importantes para poder establecer la clase de medicina que se necesita. Detrás de nuestros antiguos rituales hay esencialmente un espíritu sagrado e integral y contamos los cuentos cuando nos sentimos llamados por el pacto que estos han establecido con nosotros y no viceversa (3).
Notas
(1) Fragmento del poema titulado "At the Gates of the City of the Storyteller God", © 1971, C. P. Estés, de Rowing Songs for the Night Sea Journey: Contemporary Chants (edición privada).
(2) Es el insólito escrito de un testigo directo que claramente define la esencia del arte de narrar cuentos: el eros, la cultura y el arte son inseparables. Las siguientes palabras se deben al magistral poeta y cuentista Steve Sanfield que durante décadas se ha esforzado en llevar a cabo el duro trabajo que exige la desértica llanura interior de la psique.
SOBRE EL MAESTRO DEL CUENTO
"Hace falta toda una vida, no unos cuantos años y ni siquiera una década, para convertirse en maestro de algo. Hace falta una inmersión total en el arte. Después de sólo veinte o treinta años todo lo más, es una presunción por nuestra parte como cuentistas individuales o como grupo especializado arrogarnos el derecho a la "maestría".
"Si surgiera algún maestro del cuento, no cabría ninguna duda al respecto, pues tendría una "cualidad" probablemente intangible que lo haría inmediatamente identificable. Tras haber vivido un cuento determinado durante varios años o durante toda la vida, el cuento se habría convertido en una parte de su psique y él lo contaría desde "dentro" del cuento. Se trata de una característica que no abunda demasiado...
"La habilidad no es suficiente. La maestría no es lo mismo que locuacidad, utilización de trucos para atraer la atención o para alentar la participación del público. No es contar algo para que lo amen a uno o para adquirir dinero o fama. La maestría no consiste en narrar los cuentos de otras personas. No es tratar de complacer a una persona determinada o a una parte del público; no es tratar de complacer a cualquiera. Es prestar atención a la propia voz interior y poner todo el corazón y toda el alma en cada cuento aunque sólo sea una anécdota o un chiste.
"Un maestro del cuento tiene que ser ducho en el arte de la interpretación: movimiento, gracia, voz y dicción. Desde el punto de vista poético, el maestro tiene que ‘estirar el lenguaje’. Y, desde el punto de vista mágico, tiene que tejer un hechizo desde la primera palabra hasta la última imagen que perdura en la mente. Por medio de la comprensión adquirida trabajando en el mundo y viviendo la vida a tope, el cuentista tiene que poseer una asombrosa capacidad de intuir cómo es el público y qué es lo que necesita. Un auténtico maestro elige los cuentos más apropiados para aquel público y aquel momento. Para poder elegir, hay que tener un repertorio amplio y significativo. La variedad y la calidad del repertorio son lo que más distingue a un maestro del cuento.
"Un gran repertorio se construye muy despacio. El cuentista excepcional no sólo conoce el cuento de arriba abajo sino que lo sabe todo acerca del cuento. Los cuentos no existen en un vacío... "
Fragmento de "Notes from a Conversation at Doc Willy's Bar", grabada por Bob Jenkins. © 1984 Steve Sanfield.
(3) El arquetipo, es decir, la fuerza no representable de la vida, es evocador. Decir que es poderoso es quedarse muy corto. Jamás me cansaré de subrayar que las disciplinas curativas requieren un adiestramiento con alguien que conozca el camino y las maneras, con alguien que las haya vivido inequívocamente durante toda la vida.
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