VI. EL COMPLEJO DE LAUTRÉAMONT
III (5)
En impulsiones más francas, como las que suben de la cólera a la injuria, las animalizaciones concretadas por Leconte de l’Isle son mejores. Encuentran con naturalidad la tradicional síntesis de las actitudes contradictorias, síntesis de la boca que se abre y de la boca que se cierra, realizada por el perro que ladra y la víbora que silba:
Et je te châterai dans ta chare et ta race
o vipère, ò chacal, fils et père de chiens!
(Y te castigaré en tu carne y tu raza,
¡oh víboras, oh, chacal, hijo y padre de perros!
Pero esas injurias forjadas sobre modelos de la tradición, no pueden alcanzar el vigor de las injurias primeras, y, a pesar de algunos hermosos versos, la fuerza psicológica decae. Finalmente, en la obra del poeta parnasiano la psicología de los complejos sólo da esquemas y dibujos, no impulsos y fuerzas.
Por supuesto -¿es necesario decirlo?- nuestra crítica sólo se desarrolla en el plano de la dinámica psicológica; no ignora los versos hermosos y las páginas hermosas. De paso, en la línea de imágenes que nos ocupa, admiramos:
Le tigre népâlais qui flaire l’antilope.
(El tigre nepalés que olfatea el antílope.)
Escuchamos turbados los ruidos de la sombra:
Où, par les mornes nuits, geignent les caimans.
(Donde, en las lúgubres noches, se quejan los caimanes.)
Permanecemos fieles a nuestras admiraciones escolares con piezas como Les Eléphants, Le Sommeil du Condor, La Panthère noire. Son obras maestras de pintura, de poesía esculpida, que permite, como bien lo dice Albert Thibaudet, colocar a Leconte de L’Isle entre los “animalistas”. Todo historiador de la poesía, los reconoce como grabados logrados, bien adaptados a los gustos de su época, bien establecidos en un recinto estético sólido y convencido de su constitución. Otra cosa es la revolución en poesía. Lautréamont es un riesgo.
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