SÉPTIMA PARTE
27. REDIMIENDO NUESTROS DIABLOS Y NUESTROS DEMONIOS (2)
Stephen A. Diamond
Lo daimónico versus el diablo
En la actualidad el diablo ha sido reducido a un concepto muerto despojado de la autoridad de la que un día disfrutó. De hecho, para la mayoría de nosotros Satán ha dejado de ser un símbolo y se ha convertido en un mero signo, el signo de un sistema religioso al que menospreciamos y tachamos de acientífico y supersticioso.
No obstante, vivimos en una época en la que el problema del mal personal y colectivo encabeza con alarmante regularidad los titulares de los periódicos y las cabeceras de los telediarios. El mal se enseñorea por doquier bajo la apariencia de ataques de cólera, rabia, hostilidad, agresividad interpersonal y la denominada violencia gratuita.
“La violencia -escribe May- constituye una deformación de lo daimónico, una especie de “posesión demoníaca” en su aspecto más despiadado. Vivimos en una época de transición en la que los canales normales de expresión de lo daimónico se hallan cerrados, una época, por tanto, en que lo daimónico se expresa de la manera más destructiva”. (14)
Estos períodos turbulentos nos obligan a afrontar la cruda realidad del mal. A falta de un mito psicológicamente más adecuado, integrado y significativo, hay quienes se aferran al obsoleto símbolo del diablo para expresar sus inquietantes tropiezos con el aspecto destructivo de lo daimónico. La repentina proliferación de cultos satánicos en la actualidad refleja la emergencia de este antiguo símbolo que suele ir acompañado de una fascinación mórbida por el diablo y la demonología. En mi opinión, no obstante, esta propensión hacia el satanismo constituye un esfuerzo desesperado y erróneo de establecer contacto con el reino de lo transpersonal y dar algún tipo de sentido a nuestra vida. La persecución de objetos tan legítimos mediante conductas tan perversas -y, en ocasiones, tan mortíferas, manifiesta a todas luces, el dilema que nos aflige. Así pues, el problema parece estribar en la rígida división establecida por la tradición religiosa occidental entre el bien y el mal, un dualismo inflexible que condena a lo daimónico como algo exclusivamente maligno, el mismo dualismo erróneo sobre el que, en nuestra opinión, se asienta el pensamiento de Peck.
Necesitamos una nueva percepción de la realidad encarnada por el diablo, un concepto que englobe también los aspectos creativos que conlleva este poder elemental en el que, según Jung, tenía lugar la coincidentia oppositorum. De hecho, en opinión de May, la palabra diablo:
Procede del griego diabolos, un término que perdura todavía en la palabra “diabólico”. Es interesante constatar que el significado literal de diabolos es el de desgarrar (dia-bollein). También resulta muy significativo que diabólico es el antónimo de “simbólico”, un término que procede de sym-bollein, que significa “reunir”, juntar. Este significado etimológico tiene una importancia extraordinaria en lo que respectas a la ontología del bien y el mal. Lo simbólico es, pues, lo que reúne, lo que vincula, lo que integra al individuo consigo mismo y con el grupo; lo diabólico, por el contrario, es aquello que lo desintegra, aquello que lo mantiene separado. Ambas facetas se hallan presentes en lo daimónico. (15)
Notas
(14) Ibid., p. 129.
(15) Ibid., p. 137.
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