domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 63 - LOS CANTOS DE MALDOROR

CANTO SEGUNDO

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Escuchad los pensamientos de mi infancia cuando me despertaba, humanos de verga roja: “Acabo de despertarme, pero mi pensamiento está todavía embotado. Todas las mañanas siento un peso en la cabeza. Raramente la noche me trae el reposo, pues me atormentan sueños terroríficos apenas logro dormirme. De día, mi pensamiento se fatiga en meditaciones extrañas, mientras mis ojos vagan al azar por el espacio, y de noche no puedo conciliar el sueño. ¿En qué momento debo entonces dormir? Sin embargo, la naturaleza tiene necesidad de reclamar sus derechos. Como la desdeño, ella hace palidecer mi rostro y brillar mis ojos con la llama acerba de la fiebre. Por otra parte, yo no deseo más que no agotar mi espíritu en una continua meditación; pero aunque yo no lo quiera, mis sentimientos desconcertados me arrastran irremediablemente por esa pendiente. He notado que los otros niños se me parecen, aunque son todavía más pálidos, y fruncen el ceño como los hombres, nuestros hermanos mayores. ¡Oh Creador del universo!, no dejaré de ofrecerte, esta mañana, el incienso de mi plegaria infantil. A veces lo olvido y he observado que esos días me siento más feliz que de costumbre: mi pecho se dilata libre de toda opresión, y respiro más fácilmente el aire embalsamado de los campos; por el contrario, cuando cumplo el penoso deber, exigido por mis padres, de dirigirte cotidianamente un cántico de alabanzas, acompañado del inseparable tedio que me causa su laboriosa invención, estoy triste e irritado el resto del día, porque no me parece natural y lógico decir lo que no pienso, y busco entonces el retiro de las inmensas soledades. Si a ellas pido una explicación de ese estado extraño de mi alma, no me contestan. Quisiera amarte y adorarte, pero demasiado grande es tu poder, y hay temor en mis himnos. Si con la simple manifestación de tu pensamiento puedes destruir o crear mundos, mis débiles plegarias no te serán útiles; si cuando te place envías el cólera para asolar a las ciudades, o la muerte para arrebatar con sus garras, sin distingos, las cuatro épocas de la vida, no quiero anudar una amistad tan temible.

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