domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 57 - LOS CANTOS DE MALDOROR





CANTO SEGUNDO

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“Oh lámpara de mechero de plata, mis ojos te distinguen en los aires, camarada de la bóveda de las catedrales, y se preguntan la razón de ese aparato colgante. Se dice que tus fulgores iluminan por la noche la turba de los que llegan para adorar al Todopoderoso, y que muestras a los arrepentidos el camino que conduce al altar. Escucha, todo es posible, pero… ¿acaso tienes necesidad de prestar tales servicios a quienes no debes nada? Deja que las columnas de las basílicas se hundan en las tinieblas, y cuando una bocanada de la tempestad que transporta por el espacio al diablo remolinante, penetra con este en el sagrado lugar diseminando terror, en lugar de luchar valientemente contra la ráfaga contaminada por el príncipe del mal, extínguete al punto ante su hálito febril, para que, sin ser visto, pueda elegir sus víctimas entre los creyentes arrodillados. Si procedes así, puedes proclamar que te seré deudor de toda mi felicidad. Cuando brillas de ese modo, esparciendo tus claridades vacilantes pero suficientes, no me atrevo a entregarme a los impulsos de mi temperamento, y me quedo bajo el pórtico sagrado, contemplando, a través de la puerta entornada, a aquellos que escapan a mi venganza, cobijándose en el seno del Señor. ¡Oh lámpara poética!, tú que serías mi amiga si pudieras comprenderme, cuando mis pies huellan el basalto de las iglesias, en las horas nocturnas, ¿por qué te pones a brillar de un modo que, lo confieso, me resulta extraordinario? Tus reflejos se colorean entonces con los blancos tonos de la luz eléctrica; el ojo no puede mirarte de frente, y tú iluminas con una llama nueva y poderosa los menores detalles de la pocilga del Creador, como si te sintieras dominada por una sagrada cólera. Y cuando me retiro luego de haber blasfemado, te vuelves de nuevo imperceptible, pálida y modesta, segura de haber cumplido un acto de justicia. Dime sinceramente, ¿será porque conoces las vueltas y revueltas de mi corazón que, al aparecer yo donde tú velas, te apresuras a señalar mi presencia perniciosa dirigiendo la atención de los adoradores hacia donde acaba de mostrarse el enemigo de los hombres?

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