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LA INTIFADA PALESTINA Y SU POESÍA (10) - Alejandro Hamed Franco


Poemas palestinos de resistencia

Taufiq Zayyad
Mahmud Darwish
Fadua Tuqán
Samih Al-Qasim
Salim Yubrán

Prólogo, selección y notas de Alejandro Hamed Franco

Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016 / Primera edición: Arandurâ Editorial, 2002.


MAHMUD DARWISH (2)


El muerto número 18


El olivar fue una vez un bosque verde.
Fue, amado, y el cielo
un  bosque azul.
¡Qué los ha hecho cambiar esta tarde?

*  *  *

Pararon el camión de los obreros en medio del camino
(Tranquilamente)

*  *  *

Mi corazón fue una vez un pajarillo azul
¡Oh, nido de mi amado!
Tus pañuelos conmigo, todos blancos.
Fueron, amado mío…
¡Qué ha podido mancharlos esta tarde?
Porque no entiendo nada:
Pararon el camión de los obreros en medio del camino
(Tranquilamente)
Y nos pusieron de cara a Oriente
(Tranquilamente)

*  *  *

Tienes todas mis cosas:
la claridad, la sombra,
el anillo de boda, lo que quieras,
el cercado de olivos
y de higueras.
Entrándote en el sueño, por la ventana,
llegaré hasta tu lado como todas las noches,
y te echaré un clavel.
Pero no me regañes si me retraso un poco,
porque me detuvieron…

El olivar estaba siempre verde.
Estaba, amado mío.
Pero cincuenta víctimas
le hicieron roja alberca
en el ocaso.
Cincuenta, amado mío…
Pero no me regañes.
Me asesinaron.
Me asesinaron.
Me asesinaron.



Fuera de la leyenda


Me incorporo de un fondo de leyendas.
Y cazo, en todas las dormidas azoteas,
los pasos de mi gente y de mis deudos,
mis estrellas erectas.
Yo camino despacio,
y mi corazón es media naranja.
Y me sorprende cómo
un corazón que lleva unos montes, un barrio,
no se ha desesperado todavía.
Yo camino despacio:
Mis ojos leen los nombres,
Y nubes van quedando sobre todas las piedras,
sobre tu hermoso cuello,
¡Oh, tú, la de los ojos negros!
¡Oh, mi espada dorada!
¡Oh, mi manta, y mi traje bordado!


Ya me estoy incorporando de un fondo de leyendas.
Jugueteando,
como un gorrión, sobre la tierra.
Bebiendo
de una nube prendida a la cola
del olivo y la palma.
Ya estoy oliendo en ti, ¡la de los ojos negros!
a mi gente y mis deudos.
¡Dorada espada mía!



Enamorado de Palestina


Tus ojos son una adorada
y dolorosa espina en el corazón.
Que preservo del viento,
y que clavo muy hondo
más allá del dolor y de la noche.
Con cuya luz alumbran los candiles
y se hace mañana mi presente.
Y yo olvido al instante
-al encontrarse el ojo con el ojo-
que una vez fuimos dos
tras de la puerta.

*  *  *

Cantabas al hablar.
Yo intentaba también, mas la miseria
había puesto cerco a los labios primaverales.
Tus palabras, como una golondrina,
volaron de mi casa,
y nuestra puerta,
y nuestros escalones otoñales,
se fueron tras de ti,
donde quiso el deseo.
Rompiéronse también nuestros espejos,
y nacieron mil penas.

Juntamos la ceniza de la voz,
y cantamos tan solo la elegía del país.
Para sembrarla juntos
en el pecho de una guitarra,
y tocar a unas almas deformes, a unas piedras,
sobre la azotea.
Pero yo me olvidé…
¡Oh Tú, la de la voz desconocida!
¿Fue tal vez tu partida,
o mi silencio,
lo que había oxidado la guitarra?

*  *  *

Te vi ayer, en el puerto
viajera sin familia ni viático.
Y corrí hasta ti igual que un huérfano,
buscando la prudencia de los viejos:
“¿Por qué el naranjal verde
se encierra en una cárcel o en un puerto,
se esconde en el destierro,
y sigue siempre verde,
a pesar de su marcha,
a pesar de las sales y el deseo?”…
Y lo anoto en mi agenda:
Me detuve en el puerto…
El mundo era unos ojos invernales,
y pieles de naranjas teníamos en las manos.
Detrás de mí, estaban los desiertos.

*  *  *

Te vi en el monte abrupto,
pastora de corderos, perseguida.
En las ruinas, tú eras mi jardín,
y yo, extraño a la casa,
golpeaba la puerta, ¡corazón!
Sobre mi corazón alzábanse la puerta,
la ventana, las piedras y el cemento.

*  *  *

Te vi en los cántaros de agua,
Y el trigo,
Destruida.
Servir en los nocturnos cafetuchos.
En los rayos del llanto y las heridas.
Y Tú eras el pulmón que me faltaba.
La voz para mis labios sólo Tú.
Tú el agua… Tú el fuego.
Te vi junto a la puerta de la cueva,
junto al laurel,
teniendo los vestidos de los huérfanos.
En las calles te vi… En las hogueras.
En la sangre del sol…
En los corrales…
Te vi en la plenitud de las sales del mar.
En las arenas…
Buena, como la tierra,
el jazmín,
y los niños.

*  *  *

Y juro:
Que he de hacer un pañuelo de pestañas.
donde grabar poemas a tus ojos,
y escribir una frase
más dulce que la miel y que los besos:
¡Que Palestina era… Y sigue siendo!¨

*  *  *

Palestina de ojos y tatuajes
Palestina de nombre.
Palestina de sueños y de penas.
Palestina de pies, de cuerpo y de pañuelo.
Palestina en palabras y en silencio.
Palestina de voz.
Palestina de muerte y nacimiento.
Te llevé, como fuego de mis versos,
en mis viejas carpetas.
Te llevé de alimento en mis viajes.
Y te llamé, gritando, por los valles.

Conozco los caballos de los bárbaros,
aunque cambien los campos.
Pero, tened cuidado…
Del rayo que sacó mi canción del granito.
Porque soy el ornato de los mozos
y el mejor caballero.
Yo destruyo los ídolos
y siembro las fronteras de Siria de poemas
que vencen a las águilas.
Con tu nombre grité a los enemigos:
¡Comeos, oh gusanos, mi carne si me muero!
Porque no nacen águilas
del huevo de la hormiga:
porque el de la serpiente oculta víboras.

Conozco los caballos de los bárbaros.
Pero también
-y antes-
que yo soy el ornato de los mozos,
y el mejor caballero.

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