lunes

CARTA A DINO


Hugo Giovanetti Viola                                                                                                        
  
Hermano de Dolores:
  
no sé si habrás leído la novela Tifón de Joseph Conrad, pero hoy tu ciudad destrozada por el desastre del viernes se parece tanto a la cubierta arrasada del Nan-Shan, que ahora me resulta imposible no concebirte como al casi sobrehumano Captain MacWhirr que siempre fuiste, aunque esta vez más acorralado que nunca.
  
Cielo enfermo, triste cielo / se nos vino la tormenta / un trueno dispara rayos / el corazón acelera. / Los perros buscan refugio / entre la fiel parentela / y hombres que aplazan su angustia / preparando la defensa. / Cielo enfermo, triste cielo / se nos vino la tormenta / viento que sopla con rabia / el hombre se desalienta. / Qué ángel vendrá en tu ayuda, hermano / si en el infierno escasean. / Viene al trote la esperanza / pero el destino acelera.
  
Parecía que en La tormenta ya estaba todo descrito, pero el viernes 15 de abril los atacó un infierno todavía más temible y a tu hombre envejeciendo se le volaron todas las chapas y habrá que seguir cuerpeando cualquier horror terrestre abrazado a la invencibilidad de la sedosa Margarita que te transfiguró.
  
Porque me acuerdo que cuando te escuché cantar por primera vez Hombre envejeciendo en Dolores no tuve más remedio que comentarte:
  
-Pero te volviste feliz, loco!!!!
  
Y vos me sonreíste con los ojos llenos de arcoiris (y se notaba que cada color maravilloso estaba realmente guardado en su lugar) y me sentí orgulloso de que hubieses podido salvar tu Nan-Shan para siempre.
  
Porque esa sagrada familia interior (que es capaz de ahuyentar al gran silencio con la misma fuerza de las milongas rockeadas que te van a seguir haciendo soñar con nuevos amaneceres y soles que llegarán) ya es eterna.
  
Que lo vayan sabiendo los tornados.
  
Y también van a seguir sobrevolándote las plegarias que murmura Nuestra Señora desde la plaza cuando cada luna de plata borracha de gloria le arranque el medallón para repartirlo como un maná nocturno sobre todos los pobres de espíritu, que son los que no se conforman con menos de la belleza cósmica.
  
Fuerza, maestro, que cuando un pueblo crece en lo hondo de la desgracia se transforma en un ángel con más huevos que Simón de Cirene.
  
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño, nos advirtió el doliente Federico: Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
  
Pero también Alfredo profetizó:
  
En mi país somos duros: el futuro lo dirá. (…) Detrás de cada puerta  / está alerta mi pueblo / y ya nadie podrá / silenciar su canción / y mañana también cantará.
  
Y en poco tiempo los doloreños van a confirmar que un remolino artiguista de solidaridad es más fuerte que cualquier desmande de la naturaleza.

Porque Si le empatamos a la realidad, le ganamos a cualquiera, filosofó imborrablemente el Negro Jefe, que supo demostrarnos que la mala suerte es de palo.


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