por Eduardo Rivero
(Urquiza esq. Abbey Road / 30 - 3 - 2016)
Jaime Roos ha dicho mil veces que la música uruguaya se puede resumir en la fórmula “candombe, murga y rock and roll”, y es una certera definición. Claro que hay otros que, a su modo, han cultivado un género absolutamente uruguayo, que no necesariamente transita por la murga y el candombe, y que de rock tiene apenas un marco de referencia: la balada uruguaya.
Le llamo “balada uruguaya” a la obra de esos baladistas nacidos en este suelo que no se parecen en nada –por citar un par de ejemplos– a los baladistas españoles o argentinos; gente como Eduardo Darnauchans, Fernando Cabrera, Dino, Mauricio Ubal o Rubén Olivera, melodistas maravillosos y tremendos letristas que han puesto el listón muy pero muy alto para las nuevas generaciones.
Hace algunos años, charlando con Horacio Ferrer en una librería en Ciudad Vieja, al preguntarle si en su opinión iban a existir algún día un nuevo Homero Manzi o un nuevo Enrique Santos Discépolo en la letrística tanguera me respondió, enfáticamente: “¡claro que no!”, para de inmediato agregar: “ellos no, pero sí van a existir otros”. Los “otros” que han tomado la posta de la balada uruguaya son, por ejemplo, Florencia Núñez, Ernesto Díaz, Franny Glass, Garo Arakelián y el que en mi opinión es el más interesante de todos: Diego Presa.
Por tener la edad que tengo me he aferrado en forma casi irracional y ciertamente reaccionaria a mis ídolos de antes –Rada, Mateo, los Fattoruso– y a la devoción por quienes han enorgullecido a mi generación, como Roos, Darnauchans, Galemire o Cabrera, y me ha costado mucho no recostarme en el viejo concepto “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero sucede que Horacio Ferrer tenía razón aquella noche, y que descubrir a Diego Presa ha sido la emoción de advertir que la vieja corriente de baladistas uruguayos no solo no muere sino que reverdece en otras voces y otras plumas. Y que perderme su obra de puro viejo nomás sería un crimen de lesa cultura.
Conocí a Diego Presa una noche de 2006, en una entrevista que le realicé junto a su grupo de entonces –y de ahora– Buceo Invisible. Eran muy pibes, y al entrar a aquel estudio de radio a presentar su primer disco, Música para niños tristes, trajeron todo su entusiasmo y esa suerte de idealismo tan bello como suicida que caracteriza a esa edad, donde uno cree que todo es posible y de tanto entusiasmo a veces hasta resulta cierto.
Me hablaron de que no se trataba meramente de una banda de rock sino de un proyecto cultural de amplio espectro, que incluía poesía y artes plásticas; que no solo tocaban en salas convencionales sino que hacían “muestras” en sótanos, garages abandonados y depósitos en desuso. Mis dudas ante tanto adolescente entusiasmo se disiparon apenas tomaron las guitarras y empezaron a llenar aquel estudio de una música bella, cuidada y cargada de talento. De inmediato descubrí que Presa era quien llevaba la voz cantante y a la vez era su más prolífico autor.
A aquel primer disco editado por Perro Andaluz le seguirían con los años otros con títulos igualmente poéticos y músicas igualmente delicadas e imaginativas: Cierro los ojos y todo respira (Bizarro, 2009), Disfraces para el frío (Bizarro, 2011) y el más reciente, también editado por Bizarro en 2015, El pan de los locos.
En todos esos discos hay temas total o parcialmente escritos por otros miembros de la banda como Fabián Cota o Marcos y Santiago Barcellos, pero Presa siguió siendo siempre el autor más prolífico y descollante. La música tiene toques de Beatles, Pink Floyd, R.E.M, Coldplay o Belle and Sebastian, pero el querido espectro de los grandes maestros de la “balada uruguaya” anda por allí haciendo de las suyas.
Presa merecía, sin dejar de lado el trabajo con su querida banda, el destaque de una edición solista, que llegó con su primer trabajo, Diego Presa, en 2012 y luego en 2014 con una segunda incursión personal titulada Trece canciones.
Presa no hace una de más, pero tampoco una de menos. Es un modelo de mesura, tanto en la composición de melodías muy bellas, como en los arreglos, como ocurrió en su primer disco, donde tocaba todos los instrumentos, y asimismo en el segundo, donde lo apoya una banda sobria y compacta.
Canta con una voz de tesitura grave, con ciertos reflejos de Dino y es, en este tiempo d. D. (“después de Darnauchans”) el mejor letrista de este género difícil. Un ejemplo: Tu lengua.
Sos un perro / que lame la herida / que lento lento / devuelve la vida. / Tu lengua / roza la luna / salva / lo que hay que salkvar.
Esa es la letra completa de Tu lengua. ¿Hace falta algo más?
En su primer disco había ya canciones memorables como En algún futuro, Viaje al interior o La linterna mágica (en homenaje a las memorables horas pasadas en Cinemateca). En Trece canciones encontramos momentos de gran belleza como El espíritu de un zorro, la “darnesca” Mis incendios y El humo quedará al final con su modulación de guitarra que parece citar a Dear Prudence de John Lennon en el Álbum Blanco de Los Beatles.
La música de Diego, como él mismo, no se queda quieta y el viaje continúa. El sábado 16 de abril, en el Espacio Arte Contemporáneo de Arenal Grande y Miguelete, él y sus compinches de Buceo Invisible presentan El pan de los locos. Y el martes 3 de mayo, Presa como solista se presenta en la Zavala Muniz del Teatro Solís junto a Franny Glass y Garo Arakelián.
Hace muchos años –décadas– el gran maestro Jaurés Lamarque Pons me regaló su delicioso libro de anécdotas Yo, pianista de varieté y en la dedicatoria escribió: “A mi joven amigo, que me ayuda a comprender el presente”. De eso se trata, precisamente. Gracias, Diego, por ayudarme a comprender el presente.
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