SÉPTIMA PARTE
27. REDIMIENDO NUESTROS DIABLOS Y NUESTROS DEMONIOS (2)
Stephen A. Diamond
Diablos, demonios y lo daimónico (1)
Durante mucho tiempo los diablos y los demonios han sido considerados como la causa y la personificación del mal. Según Freud, los pueblos aborígenes proyectaron su hostilidad sobre demonios imaginarios. En su opinión, “es muy posible que el mismo concepto de demonio esté relacionado, de un modo u otro, con la muerte” y agregó que “el hecho de que los demonios siempre hayan sido considerados como los espíritus de las personas que acaban de morir testimonia claramente la influencia del duelo en el origen de la creencia en los demonios”. (6)
Históricamente hablando, los demonios han servido de chivo expiatorio y de receptáculo de todo tipo de impulsos y emociones amenazadoras e inaceptables, especialmente aquellos que tienen que ver con el hecho inexcusable de la muerte. Pero la visión popular y parcial y unilateral de los demonios es psicológicamente simplista e ingenua. Según Freud, los malignos demonios, tan temidos por nuestros antepasados, cumplían con ciertas funciones en el proceso del duelo ya que, una vez afrontados e integrados por el sujeto, acaban siendo “reverenciados como ancestros y eran invocados para que proporcionaran ayuda en los malos momentos”. (7)
Refiriéndose a la idea medieval de lo “daimónico”, Jung dice que “los demonios son intrusos procedentes del inconsciente, irrupciones espontáneas de complejos del inconsciente en la continuidad del proceso de nuestra conciencia. Los complejos son comparables a demonios que hostigan caprichosamente nuestro pensamiento y nuestra acción. Es por ello que, en la antigüedad y en la Edad Media, las perturbaciones neuróticas agudas eran consideradas como una consecuencia de la posesión”. (8)
Antes de la aparición de la filosofía cartesiana en el siglo XVIII y de su consecuente énfasis en el objetivismo científico, se creía a pies juntillas que los desórdenes o la enajenación emocional eran obra de los demonios que habitaban el cuerpo (o el cerebro) inconsciente del infortunado sufriente. Esas imágenes de entidades voladoras invasoras dotadas de poderes sobrenaturales sigue presente en algunos de los eufemismos que utilizamos para referirnos a la locura (“tener murciélagos en el tejado”, por ejemplo) y en los delirios paranoicos de hallarse bajo la influencia de extraterrestres procedentes de platillos voladores.
Notas
(6) Sigmund Freud, Totem y tabú (Madrid: Alianza Editorial, 1972)
(7) Ibid.
(8) C. G. Jung, “Psychologycal Types”, en The Collected Works of C. G. Jung , vol. 6 (Princeton University Press, 1971, p. 109).
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