sábado

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 54 - LOS CANTOS DE MALDOROR





CANTO SEGUNDO

10 (1)

¡Oh matemáticas severas!, nunca os he olvidado desde que vuestras sabias lecciones, más dulces que la miel, filtraron en mi corazón como agua refrescante; desde la cuna yo aspiraba instintivamente a beber de vuestro manantial más antiguo que el sol, y todavía continúo, yo, el más fiel de vuestros iniciados, hollando el atrio sagrado de vuestro templo solemne. Había cierta vaguedad en mi espíritu, un algo espeso como humo, pero supe escalar las gradas que conducen a vuestro altar, y habéis ahuyentado ese velo oscuro del mismo modo que el viento ahuyenta el tablero. (1) Dejasteis en su lugar una frialdad excesiva, una prudencia consumada y una lógica implacable. Con ayuda de vuestra leche fortificante, mi inteligencia se ha desarrollado rápidamente, adquiriendo proporciones enormes en medio de la estupenda claridad que entregáis como regalo a todos aquellos que os aman con amor sincero. ¡Aritmética! ¡Álgebra! ¡Geometría! ¡Trinidad grandiosa! ¡Triángulo luminoso! Insensatos son aquellos que os desconocen. Merecerían sufrir los mayores suplicios, pues su negligencia ignorante contiene un ciego desprecio; pero aquel que os conoce y estima no aspira ya a otros bienes en la tierra; se satisface con vuestros goces mágicos, y, transportado en vuestras oscuras alas, sólo desea elevarse en un rápido vuelo que trace una espiral ascendente hacia la bóveda esférica de los cielos. La tierra sólo le ofrece ilusiones y fantasmagorías morales, pero vosotras, ¡oh matemáticas concisas! por el encadenamiento riguroso de vuestras tenaces proposiciones y la constancia de vuestras leyes férreas, hacéis brillar ante los ojos deslumbrados un reflejo poderoso de esa verdad suprema cuyo rastro se advierte en el orden del universo. Pero el orden que os circunda, representado especialmente por la regularidad perfecta del cuadrado -camarada de Pitágoras- es todavía mayor, pues el Todopoderoso se manifestó completamente, él en persona y sus atributos, en esa labor memorable que consistió en hacer surgir de las entrañas del caos los tesoros de vuestros teoremas y vuestros magníficos esplendores. Tanto en épocas pasadas como en los tiempos modernos más de una gran imaginación humana sintió cohibido su genio al contemplar vuestras figuras simbólicas trazadas sobre el papel inflamado como otros tantos signos misteriosos que anima un hálito latente, incomprensibles para el vulgo profano, y que no son sino la manifestación resplandeciente de axiomas y de jeroglíficos eternos, que existieron antes del universo, y que persistirán cuando este deje de ser. Entonces aquella se pregunta, inclinada sobre el precipicio de un punto de interrogación fatal, por qué las matemáticas contienen tantas grandezas imponentes y tanta verdad irrefutable, en tanto que, al compararlas con el hombre, en este sólo encuentra mentiras y un orgullo postizo. Entonces ese espíritu superior, al que la noble familiaridad de vuestros consejos hacen sentir más aun la insignificancia de la humanidad y su locura incomparable, deja caer, entristecido, su cabeza canosa sobre una mano descarnada, y permanece absorto en meditaciones sobrenaturales. Se hinca de rodillas ante vosotras, y su veneración rinde homenaje a vuestro rostro divino como a la propia imagen del Todopoderoso. 

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