miércoles

ENCUENTRO CON LA SOMBRA (El poder del lado oscuro de la naturaleza humana) - 104


SÉPTIMA PARTE

26. LA CURACIÓN DEL MAL HUMANO  (3)

M. Scott Peck

Podríamos decir que el hecho de pecar consiste en “no dar en el blanco”. El pecado no es ni más ni menos que un fracaso en el intento de ser intachables de continuo. Pero este intento está abocado al fracaso porque normalmente no hacemos las cosas de la mejor manera posible y, por consiguiente, con cada fracaso cometemos un crimen, ya sea contra Dios, contra nuestros vecinos, contra nosotros mismos o contra la ley.

Aunque existan crímenes de mayor y menor magnitud, cometeríamos, sin embargo, un grave error si considerásemos que el pecado -o el mal- constituye una cuestión de grado. Por más que nos parezca menos odioso estafar al rico que al pobre en ambos casos, no obstante, se trata de una estafa. La ley diferencia entre defraudar a un hombre de negocios, falsear la declaración de renta, copiar en un examen, ocultar una infidelidad detrás de la excusa de que hemos tenido que quedarnos a trabajar o decirle a nuestro marido (o a nosotros mismos) que no hemos tenido tiempo de llevar la ropa a la lavandería cuando, en realidad, hemos estado una hora al teléfono hablando con nuestra vecina. Quizás algunas de estas acciones sean más excusables que otras, quizás existan también circunstancias atenuantes, pero el hecho es que todas ellas encierran una mentira y una traición. Si usted es lo suficientemente escrupuloso como para no cometer ninguna de estas acciones pregúntese si recientemente se ha mentido o se ha engañado a usted mismo o ha hecho las cosas peor de lo que podría haberlas hecho, lo cual, obviamente también es una forma de traicionarse a sí mismo. Si es sincero consigo mismo tendrá que admitir que es un pecador y, en el caso de que no lo reconozca así, su pecado será el de no haber sido sincero consigo mismo. Si hay un hecho indiscutible es que todos somos pecadores. (1)

Así pues, si la ilegalidad de las acciones y la magnitud de los pecados no constituye un elemento concluyente ¿cuál es entonces el rasgo distintivo que caracteriza a las personas malvadas? La respuesta hay que buscarla, obviamente, en la perseverancia de esos pecados que, aun sutiles, no por ello, sin embargo, son menos destructivos. Las personas malvadas son aquellas que se niegan totalmente a admitir sus propios pecados.

Hay muchos tipos de personas malas. La misma negativa a reconocer nuestra culpabilidad convierte a la maldad en un pecado incorregible. En mi opinión existen personas muy ruines, personas tan despreciables que hasta sus “regalos” están envenenados. En The Road Less Traveled afirmo que el principal pecado es la pereza. En la siguiente sección, sin embargo, intentaré demostrar que se trata de la soberbia -porque todos los pecados pueden corregirse menos los que cometamos sin ser conscientes de ellos. En cierto sentido, este es un problema discutible pero la verdad es que todos los pecados suponen alguna forma de engaño que nos aísla de lo divino y de nuestros semejantes. Como dijo cierto pensador religioso, cualquier pecado “puede curtirse en el infierno”. (2)


Notas

(1) Aunque frecuentemente haya sido objeto de todo tipo de interpretaciones incorrectas y exageradas, la concepción de la naturaleza dual del pecado quizás constituya una de las contribuciones más interesantes de la doctrina cristiana. En este sentido, subraya la naturaleza intrínsecamente pecadora del ser humano, según la cual todo verdadero cristiano debe considerarse a sí mismo como un pecador. Desde este punto de vista, el hecho de que algunos “cristianos” no se consideren pecadores no supone, en ningún caso, una deficiencia doctrinal sino, por el contrario, constituye un fracaso del individuo que es incapaz de vivenciarlo de ese modo. (Más adelante insistiremos sobre el tema del mal en el cristianismo.) Por otra parte, la doctrina cristiana enfatiza también que todos nuestros pecados están perdonados si nos arrepentimos de ellos. Si comprendiéramos plenamente la magnitud de nuestra maldad y no confiáramos, al mismo, en la naturaleza compasiva y misericordiosa del Dios cristiano, la desesperación nos abrumaría. Así pues, la Iglesia, cuando se muestra más racional, insiste también en el hecho de que reparar de continuo en todos y cada uno de nuestros pecados más triviales (una actitud conocida con el nombre de “exceso de celo”) puede constituir un pecado en sí mismo. Puesto que Dios siempre perdona nuestros pecados, el hecho de que nosotros no nos lo perdonemos implica una forma pervertida de orgullo que se asienta, de algún modo, en la creencia de que somos superiores a Dios.

(2) Gerald Vann, Tha Pain of Christ and the Sorrow of God, Springfield, III.: Temple Gate Publishers. Copyright by Aquin Press, 1947), pp. 54-55.

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