domingo

PURO VERSO (6) - HUGO GIOVANETTI VIOLA

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primera edición: 1989 / segunda edición aumentada: 1999 / tercera edición aumentada (WEB): 2015


DOS: HEREDAD DE MI PADRE (1980 / 1982) (1)


Padre: escribimos juntos
estos poemas
desde que me abrigó
tu lámpara celeste.
Estás allá y aquí
y estoy aquí y allá
como hermanos que llevan
un idéntico nombre.
Que así sea.


(Los hijos)

Llega el momento en que además de inmune
uno puede volverse ajeno a los espejos
que nos exprimen rostros mutilados.

Otros ojos te mojan como antes me inundaste:
reclamando un parral donde no haya intemperie
ni racimos pudriéndose como huevos oscuros
ni escobajos humanos.

(Para fundar el único verano de la vida.)

Son los espejos que te otorgan rostros
en lugar de arrancártelos.
La retina que juzga: sedosa
o desprendiéndose.


(El amor)

En el principio flota y fosforece
como un humeante traje de carne desplegándose
sobre dos esqueletos apagados.

Después pasa la vida.

Y en la red de cloacales trincheras ciudadanas
quedan algunos huesos
solitarios o no / luminosos y fieles
remontando la noche.


(La felicidad)

Pasan entre las tardes como aquellas palomas
que trasmutaba el viento en un barco encallado.

Mansas consumaciones de la deflagración trinitaria
del hombre / y la maja / y el hijo
que se festejarán como la transparencia
voladora y azul / de frutas de otro mundo.


(La luz)

La luz te acariciaba los huesos de la nuca
como un rayo nocturno proyectado en el mundo
desde las contracciones del útero del tiempo.

La adolescencia muerta te embolsaba los ojos.

Hoy hay que dibujar / con ciencia sobrehumana
cada gesto en el círculo del sol que no se incendia.

Y lo demás / no importa.


(La pobreza)

Algunos la elegimos / amándola de a ratos
aunque la odiemos siempre como al himen del valle
que querríamos preñar.

Hijo: no te derrumbes por la sed humillada.
Suficiente será con que ganes tu sesgo de luz para la tribu.

Yo la mastiqué a solas
mientras velaba el brillo de invencibles metales
hasta la última paz de mi vida nocturna.

Y cuando la perdí: perdí la vida.


(La transfiguración)

Casi al final del día tu corazón emerge
sobre una plataforma silenciosa y dorada
y te nace otro rostro que ilumina la mesa
como un pan invencible.

La desesperación rueda en el suelo y ladra.

Entonces se imaginan encapuchadamente
los verdaderos versos.

Y el mundo vuelve al cauce.


(La fe)

Levantarás tu rostro / sobrepuesto al de Job
bajo el faro mortal del último tabaco.

Ahora la eternidad asfalta el cielorraso como una lluvia muda
y el cuarto es un taller separado del tiempo:
un doblón en las algas de la desesperanza.

¿La fe te hace velar?

Quienes descansan en tu oscuridad
respirarán un ramo de oraciones filtradas
entre murallas físicas
mientras la noche brilla sobre los habitáculos
de las áureas medusas que tañirán mañana.


(La invencibilidad)

Para nadie hay descanso: ni en la felicidad
ni en el barro del fondo.

Los hombres contrasurcan una corriente parda
raramente rielante
donde al fin flotarán con las branquias quebradas.

¿Pero cuántos emergen
sobre los maremotos de nuestra travesía
para morder el aire y arrancarle burbujas
al remanso espacial?

Sólo la luz lo sabe.


(El aniversario)

Una noche por año
se destapa otro pozo bajo tu corazón
para que hundas los húmeros en el espejo líquido
que le azulaste al mundo.

Tus ojos lo reflejan como huevos brillantes
y las manos emergen vaciadas
y con lágrimas.


10 (El llanto)

Tanto aguantar las aguas de la desesperanza
-que su brillo baboso no helara la sonrisa parida por tu cráneo-
hasta que tras el pozo de una Navidad cruel
donde no viste más que un cielo agujereado
por las rosas rodante del desencuentro humano

se te reventó el rostro frente al Cuento de Dickens
como para lavar / perfectamente a solas
la identidad del ángel cansado que nos queda
después de tanta muerte asumida en silencio.


11 (El infierno)

Hay mañanas nacidas para no despertarse.

Y sin embargo hay vida en la estación oscura:
laberínticos cielos para desentrañar
con los muñones púrpuras de las alas vendadas.

Sin embargo debemos despertarnos.


12 (La caricia)

Si te duelen los brazos de sufrir no los bajes
más que para peinar el lomo de tu sombra.

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