domingo

CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (2) - RICARDO AROCENA

(2da Época)
FÉLIX DE AZARA, GOYA Y ARTIGAS

EL VENAL COMANDANTE GÓMEZ
Batoví era imposible de defender. Las ambiguas fronteras coloniales favorecían complicidades, alimentaban veleidades y encubrían corruptelas. Además del peligro enemigo, Artigas debió enfrentar el cuestionable comportamiento de Gómez, el Comandante de la Plaza, quien mantenía estrechas relaciones con los lusitanos, a tal extremo de que era visitado en su intimidad, por uno de sus soldados. Incontable cantidad de veces Artigas le reprochó su actitud, que lo hacía sospechar de que estaba ante un verdadero Caballo de Troya.
Enardecido Artigas le recriminaba que en tiempos de guerra no era lícito a ningún Jefe entrevistarse con el enemigo y que había que detener al escurridizo soldado, que no era más que un espía enviado por el enemigo, para indagar sobre los recursos militares de la guarnición.
Pero Gómez le respondía que no estaba dispuesto a hacer algo por el estilo, porque el soldado le debía setecientos pesos, y que si lo detenían, no los iba a poder cobrar, ante lo cual Artigas retrucaba que cuando se trataba de defender los intereses públicos, había que sacrificar los intereses particulares.
Pero finalmente, cansado de estériles intentos de convencer al militar, Artigas reúne a su gente y se repliega a Cerro Largo, lugar de encuentro de las fuerzas españolas. Muy pocas horas después de su retiro, la Plaza de San Gabriel es invadida por los portugueses, con el apoyo del venal Gómez, quien liberó a los soldados que habían sido aprisionados por Hortiguera unos días antes.
Bajo las órdenes de Nicolás de la Quintana, Artigas marchó para el río Santa María, con el objetivo de frenar el avance enemigo. Al cruzar los campos que riegan el Ibicuy, a la División le salen al paso las avanzadas portuguesas, pero cuando se aprestaba a enfrentarlas, un chasque llega con la orden de que había que retroceder en forma urgente a la ciudad de Melo, porque estaba amenazada.
Hortiguera, Artigas y sus hombres inician una contramarcha a paso forzado. Para llegar a destino, deben cruzar interminables changales e intransitables pantanos. No era fácil avanzar en aquellos humedales de tierras planas inundadas que ocupaban valles, partes abandonadas por las aguas, antiguos meandros o lechos antes muy anchos y luego reducidos por haberse afectado el caudal del río.  
El barro, los torrentes de agua generados por las fuertes precipitaciones, las plantas sumergidas y flotantes que enredaban las piernas de los soldados, los matorrales y raíces y la vegetación acuática, adonde anidan reptiles e insectos, parecían un obstáculo infranqueable, pero lograron sortearlo. Y cuando llegaron a destino, encontraron que la Villa había capitulado ante el coronel portugués Manuel Márques de Souza.
Para el militar fue tan solo un minuto de gloria porque el avance del Subinspector español Sobremonte lo obligó a retirarse de Cerro Largo y Yaguarón. El coronel Bernardo Lecoq fue destinado a las Misiones y Artigas a acompañarlo como responsable de la dirección de la ruta, de la artillería y de los carruajes, pero mientras se movilizaban recibieron órdenes de suspender las hostilidades por haberse firmado la paz entre España y Portugal. 
Y Artigas regresa a Montevideo, adonde se instala durante todo el año 1802, dando parte de enfermo. En 1803 le niegan un pedido de retiro y en 1804 acompaña al coronel Francisco Javier de Viana en sus recorridas por la campaña.

EL CUADRO
Don Félix no podía saber mientras le pintaban el retrato, cuál había sido la suerte de su antiguo ayudante ni que en ese mismo momento el Rey le había concedido licencia absoluta, con goce de fuero militar. 
La vida de Azara ahora era otra, aunque no podía desentenderse de su pasado porque Inglaterra, erigida en dueña de los mares, ambicionaba las ricas posesiones españolas, que él tan bien conocía y por las que en parte era responsable.
No había podido casarse ni formar familia, al igual que otros oficiales, y en tierras americanas se había enfrentado a lo desconocido apoyándose en su formación inicial y en la experiencia que había adquirido. Lo suyo fue una labor muchas veces peligrosa. Sentado en las penumbras del Taller, y mirando el retrato terminado, volvió una vez más a auto-justificar sus decisiones vitales.
Ya lo había explicado, en uno de sus libros, unos años antes. “Encontrándome en un país inmenso, que me parecía desconocido, ignorando casi siempre lo que pasaba en Europa, desprovisto de libros y de conversaciones agradables e instructivas, no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla, y veía a cada paso seres que fijaban mi atención porque me parecían nuevos. Creí conveniente y hasta necesario tomar nota de mis observaciones, así como de las reflexiones que me sugerían; pero me contenía la desconfianza que me inspiraba mi ignorancia, creyendo que los objetos que ella me descubría como nuevos habían ya sido completamente descritos por los historiadores, los viajeros y los naturalistas de América (…) No obstante, me determiné a observar todo lo que me permitieran mi capacidad, el tiempo y las circunstancias, tomando nota de todo y suspendiendo la publicación de mis observaciones hasta que me viera desembarazado de mis ocupaciones principales”. 
Muchos habían sido los obstáculos para su pormenorizada labor:
“Pero como esto no satisfacía enteramente mis deseos, comencé a observar, comprar, matar y describir los animales que veía, con el fin de que mis noticias aprovecharan a la historia natural. No solo esto, sino que careciendo de dibujante comencé a desollar y rellenar los pájaros y cuadrúpedos para enviarlos al Real Gabinete; pero viendo que la polilla y corrupción, a que propende mucho el clima, lo destruía todo, a veces en el mismo día, desistí del empeño y metí en aguardiente las especies menores, porque me persuadieron que así llegarían en buen estado a dicho Real Gabinete, adonde remití de seis a setecientos individuos”.
Don Félix miró su imagen, era grande el cambio físico, con respecto al del mozalbete que había partido a América décadas atrás. Tenía la cabellera plateada, una considerable barriga y los mofletes rellenos ocultaban sus labios. Había sido enorme el esfuerzo realizado, y en aquel momento en el que el arte lo consagraba, le ganaba la satisfacción del trabajo cumplido. Entonces recordó palabra a palabra lo que le había dicho a su hermano hacía un tiempo.
-“Sin haber tenido ocasión de darme a conocer ni de ti ni de otros, he pasado los veinte mejores años de mi vida en los confines de la Tierra, olvidado de mis amigos, sin libros, sin ningún escrito razonable, continuamente ocupado en viajar por desiertos y espantosos bosques, casi sin ninguna sociedad mas que la de las aves del aire y los animales salvajes”. No, su trayectoria vital, no había sido fácil y no sabía cuánto le quedaría por vivir, pero lo fundamental de su obra estaba realizado

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