sábado

LA TIERRA PURPÚREA (36) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON



X / ASUNTOS RELACIONADOS CON LA REPÚBLICA (4)


Dos de los soldados llevaron a Marcos para afuera, pues había en un galpón cerca de la casa uno de aquellos aparatos de madera en que encepaban a los presos durante la noche. Pero cuando los otros me agarraron los brazos, me repuse del asombro que me había producido la orden del juez, y los empujé bruscamente a un lado.

-¡Señor juez! -dije, dirigiéndome a él-, permítame aconsejarle que piense muy bien lo que está haciendo. Mi acento debiera convencer seguramente a cualquier ser razonable de que no soy natural de este país. No tengo el menor inconveniente en quedar bajo su custodia, o en ir adonde quiera mandarme; pero será preciso que sus hombres me hagan añicos antes que me obliguen a pasar por la humillación de meterme en el cepo. Si usted me maltrata de cualquier modo, le advierto que el Gobierno que usted sirve, sólo le reprenderá, y quizá le arruine por su imprudente celo.

Antes de que pudiese contestar, su rolliza esposa, a quien, al parecer, yo había caído en muy en gracia, intervino, y persuadió al pequeño salvaje de su marido de que no me encepara.

-¡Muy bien! -dijo-; por ahora puede considerarse mi huésped; si usté me ha dicho la verdad respecto a quién es, un día de detención no puede hacerle ningún daño.

Mi amable intercesora, entonces, me condujo a la cocina, donde todos nos sentamos a tomar mate y a conversar hasta ponernos de buen humor.

Empecé a compadecerme del pobre Marcos, pues hasta un inútil vagabundo, según lo parecía ser, se hace objeto de compasión una vez que le sobreviene alguna desgracia, y, por lo tanto, pedí permiso para ir a verle. Este me fue concedido muy voluntariamente. Le encontré encerrado en un gran galpón desocupado cerca de la casa; estaba provisto de un mate y una pava de agua caliente, y chupaba su cimarrón con aire de estoica impasibilidad. Las piernas, metidas en el cepo, las tenía estiradas por delante; pero supongo que estaría acostumbrado a posturas incómodas, porque no parecía importarle gran cosa. Después de expresarle mi simpatía de un modo general, le pregunté si realmente podría dormir en esa posición.

-¡No! -repuso indiferentemente-, pero ha de saber, niño, que no me importa que me haigan tomao preso. Supongo que me andarán a la comendancia y después de unos cuantos días me pondrán en libertá. Soy güeno pa trabajar a caballo, y no ha de faltar algún estanciero que necesite un pión, que me saque. ¿Quiere hacerme un pequeño servicio, amigo, antes dirse a acostar?

-Cómo no -repuse-, si es que puedo.

Medio se rio y me miró con una curiosa y penetrante mirada y tomándome la mano le dio un fuerte apretón.

-¡No, no mi amigo! No voy a incomodarlo pidiéndole que haga algo por mí -dijo-. Tengo un genio del demonio, y hoy día, en un momento de rabia, lo insulté a usté. Por consiguiente, me sorprendió cuando lo vi dentrar aquí y hablarme tan amablemente. Le hice esa pregunta sólo porque quería saber si la simpatía que me ha mostrao era sólo por encima; porque los hombres con que uno se encuentra son generalmente como el ganao vacuno. Cuando cai uno de ellos, sus compañeros del potrero sólo se acuerdan de sus ofensas pasadas y corren a aporrearlo.

Me sorprendió su manera; no parecía ahora el mismo Marcos con el que había viajado aquel día. Impresionado por sus palabras, me senté en el cepo frente a él y le pedí que me dijera en qué podía servirle.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+