sábado

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (22)


Curioso destino: si la muerte de su padre y la etapa más violenta de la guerra revolucionaria desplazaron a Reyes a México y del movimiento cultural que entonces encabezará su amigo José Vasconcelos, el caos de otra guerra civil, en España, lo desplazará, según quiere Gutiérrez-Girardot, del panorama cultural peninsular: “La guerra civil española borró las huellas de la contribución de Alfonso Reyes al florecimiento de ese primer cuarto de siglo” (94). Y, aunque su tesis es en parte acertada, agrega: “Años más tarde, Ramón Menéndez Pidal recordó su significación:

…los españoles -escribió- no podemos pensar en el Alfonso Reyes de ahora ni en la espléndida actividad de sus últimos tiempos, sin anteponer el sentimiento afectivo que nos conduce a sus años madrileños. Él también llevaba esos años muy dentro de su corazón: las tertulias literarias, las redacciones de El Sol y la Revista de Occidente, el trato con Azorín y Juan Ramón Jiménez. Yo lo veo en mi segundo lugar, en el Centro de Estudios Históricos (94, Énfasis nuestro).

Para nuestro argumento, nos interesa esta última frase citada por Gutiérrez-Girardot. Al igual que Ortega en su monólogo botánico, Menéndez Pidal también lo recuerda “en mi segundo lugar”, sin duda de gran jerarquía, pero subalterno; de nuevo, no primus, sino secundus inter pares. Y si, como quiere Robert Conn al comentar su Visión de Anahuac, para Reyes la literatura fue siempre “la literatura en español”, siendo mexicano, esta hybris trajo también su némesis. Al instalarse en la torre ateneísta de principios de siglo y mediatizar -a la vez que mimetizar en el sentido de Homi Nhabha- los saberes metropolitanos como los espacios “civilizatorios” -lo grecolatino, Góngora, Mallarmé, Goethe, entre otros muchos más, casi siempre europeos- terminó ocupando una posición subalterna, de gran jerarquía, pero secundaria -articulada, quizás, de manera solapada o inconsciente- frente a sus contemporáneos europeos. Su eurocentrismo literario le dio gran estatura como “educador”, “divulgador” de las humanidades metropolitanas en México y Latinoamérica, pero un lugar marginal, subalterno, en Europa. Es, aunque no se diga abiertamente, segundo ante Ortega, ante Menéndez Pidal. Con respecto a Dámaso Alonso, él mismo lo llamó “maestro de toda exégesis y erudición gongorina”, otorgándole la máxima autoridad gongorina. Incluso cuando en Historia documental de mis libros, Reyes recuerda su colaboración con Foulché-Delbosc, se describe en esa posición siempre secundaria:

Me relacioné con Raymond Foulché-Delbosc, el sabio director de la Revue Hispanique, y no tardaría en darle algunas colaboraciones… Años después, cuando yo ya me encontraba en Madrid, tuve la suerte de ayudarlo, en calidad de humilde albañil -pues él, desde Francia, era el arquitecto- para la edición monumental de las obras de Góngora fundada en el manuscrito Chacón, que el poeta dejó preparado a su muerte; pues nunca llegó a publicar una colección de sus poemas (XXIV, 64. Énfasis nuestro).

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