martes

ENCUENTRO CON LA SOMBRA (El poder del lado oscuro de la naturaleza humana) - 84


22: EL DIABLO EN EL TAROT (3)

Sallie Nichols

El miedo al murciélago desafía todo tipo de lógica y algo parecido sucede -y por razones similares- con el miedo al Diablo. El murciélago se nos antoja una monstruosa aberración de la naturaleza, un ratón con alas y lo mismo ocurre con el Diablo, cuya disparatada forma desafía todas las leyes de la naturaleza. Tenemos tendencia a considerar todo tipo de malformación -los enanos, los jorobados y las cabras con dos cabezas, por ejemplo- como criaturas e instrumentos de los poderes más irracionales y siniestros. Uno de los poderes más inexplicables del murciélago y del Diablo al que tememos intuitivamente consiste en su capacidad para desplazarse a ciegas en la oscuridad.

Los científicos han elaborado todo tipo de estrategias para protegerse de las desagradables y peligrosas costumbres del murciélago, estrategias que les permiten entrar en su guarida y analizarlo racionalmente. Como resultado de esta investigación, su absurda forma y su repulsiva conducta resultan hoy en día menos temibles que antaño. Hasta hemos llegado a comprender las leyes que rigen el secreto de su misterioso sistema de radar. La moderna tecnología ha terminado así desentrañando el poder de su magia negra y ha llegado a diseñar y a elaborar un sistema de vuelo similar al suyo que permite al ser humano volar a ciegas.

Es posible que si realizamos un estudio similar sobre el Diablo aprendamos también a protegernos contra él. Tal vez si descubrimos nuestra proclividad hacia la magia negra satánica podamos conquistar los miedos irracionales que paralizan nuestra voluntad y nos impiden enfrentarnos y relacionarnos con el Diablo. Quizás el terror de Hiroshima -con sus espantosas secuelas para la humanidad- puedan permitirnos por fin vislumbrar la monstruosa silueta de nuestra diabólica sombra.

Cada nueva guerra pone en evidencia nuestros rasgos más diabólicos. Hay quienes llegan incluso a afirmar que la guerra cumple precisamente con la función de revelar a la humanidad su enorme potencial para el mal de un modo tan crudo que no nos quede más remedio que tomar conciencia de nuestra propia sombra y establecer contacto con las fuerzas inconscientes de nuestra naturaleza interior. Según Alan McGlashan, la guerra es “el castigo por la incredulidad del ser humano con respecto a las fuerzas que moran en su interior”. (1)

Paradójicamente, sin embargo, a medida que la vida consciente del ser humano se torna más “civilizada” su naturaleza animal se declara en guerra y se vuelve más salvaje. A este respecto dice Jung:

Las fuerzas instintivas reprimidas por el hombre civilizado son muchísimo más destructivas -y, por consiguiente, más peligrosas- que los instintos del primitivo que vive de continuo en estrecho contacto con sus aspectos negativos. En consecuencia, ninguna guerra pasada puede competir -en cuanto a su colosal escalada de horrores se refiere- con las guerras que asolan hoy a las naciones civilizadas. (2)

Jung continúa diciendo que la imagen tradicional del Diablo -mitad hombre mitad bestia- “describe exactamente los aspectos más siniestros y grotescos de nuestro inconsciente con el que jamás hemos llegado a conectar y que, por consiguiente, ha permanecido en su estado salvaje original”. (3)

Si examinamos al “hombre-bestia” que nos muestra el Tarot descubriremos que en él no existe ninguna parte que destaque sobre las demás. Lo que hace su figura tan detestable es el absurdo conglomerado de rasgos tan dispares. Este agregado irracional atenta contra el mismo orden de las cosas y socava el esquema cósmico sobre el que descansa toda nuestra visión de la vida. Afrontar esta sombra significa afrontar un miedo que no sólo espanta al ser humano sino que también aterra a la misma Naturaleza.

Pero esta extraña bestia que todos llevamos en nuestro interior y a la que proyectamos como Diablo es, después de todo, Lucifer. Y Lucifer es un ángel -aunque ciertamente un ángel caído- el Portador de la Luz y, como tal, es un mensajero de Dios. Es imprescindible, pues, que aprendamos a establecer contacto con él.

Notas

(1) Alan McGlashan, The Savage and Beautiful Country (Londres: Chatto & Windus, Ltd., 1967).
(2) C. G. Jung, Psychologycal Reflections, ed. Por Jolande Jacobi (Princeton: N. J.: Princeton University Press, 1970).
(3) Ibid.

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