jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) - LOS CANTOS DE MALDOROR (21)


13 (1)

El hermano de la sanguijuela marcha a paso lento por el bosque. Se detiene a menudo abriendo la boca como para hablar. Pero en cada oportunidad la garganta se cierra y rechaza hacia atrás el esfuerzo fallido. Finalmente exclama (4): “Hombre, cuando encuentres un perro muerto dado vuelta, apoyado contra una esclusa que le impide partir, no vayas, como los otros, a tomar los gusanos que salen de su vientre hinchado para examinarlos con asombro, abrir una navaja, y luego despedazar un gran número de ellos, diciéndote que tú no serás más que ese perro. ¿Qué misterio investigas? Ni yo ni las cuatro aletas del oso marino en el océano boreal, hemos podido solucionar el problema de la vida. Ten cuidado, la noche se aproxima, y tú estás allí desde la mañana. ¿Qué dirá tu familia, en especial tu hermanita, al verte llegar tan tarde? Lávate las manos, retorna el sendero que va al lugar en que duermes… ¿Quién es ese ser, allá lejos, en el horizonte, que se atreve a acercarse a mí sin temor, a saltos oblicuos y exagerados, y con una majestad unida a una serena dulzura? Su mirada, aunque dulce, es profunda. Sus enormes párpados juguetean con la brisa y parecen animados de vida. Es un desconocido para mí. Al mirar fijamente sus ojos monstruosos, mi cuerpo tiembla, lo que me sucede por primera vez desde que succioné las secas mamas de lo que se denomina madre. Hay como un aureola de luz deslumbrante a su alrededor. Cuando habló, todo en la naturaleza hizo silencio y experimentó un intenso escalofrío. Puesto que te agrada venir a mí, como atraído por un imán, no me opondré. ¡Qué hermoso es! Me cuesta decir esto. Debes de ser poderoso, pues tienes un semblante más que humano, triste como el universo, bello como el suicidio. Te aborrezco con todas mis fuerzas, y prefiero ver una serpiente enlazada alrededor de mi cuello desde el comienzo de los tiempos que contemplar tus ojos… ¡Cómo!... ¡eres tú, sapo! (5) ¡sapo inmenso!... ¡sapo infortunado!... ¡Perdóname!... ¡perdóname!... ¿Qué vienes a hacer en esta tierra donde están los malditos? Pero, ¿qué has hecho de tus pústulas viscosas y fétidas, para tener un aspecto tan grato? Cuando descendiste de lo alto, por una orden superior, con la misión de consolar a las diversas razas de seres existentes, te precipitaste a la tierra con la rapidez de un milano, sin que tus alas mostraran fatiga por esta larga, magnífica travesía; te vi. ¡Pobre sapo! Cómo reflexionaba yo entonces sobre el infinito al mismo tiempo que sobre mi debilidad. “Uno más que es superior a los seres terrestres -me decía a mí mismo-, y eso por la voluntad divina. ¿Por qué no yo? ¿Qué sentido tiene la injusticia, en los decretos supremos? Insensato es el Creador, aunque su poder sea el máximo y su cólera terrible. Desde que te apareciste ante mí, monarca de los charcos y las ciénagas, cubierto de una gloria que sólo pertenece a Dios, tú me has consolado en parte; pero mi razón vacilante se desploma frente a tanta grandeza. ¿Quién eres, al fin? Quédate… ¡Oh!, ¡quédate todavía sobre esta tierra! Recoge tus blancas alas y no mires hacia lo alto con párpados inquietos… Si partes, partamos juntos.”

Notas

(5) En la edición original del primer canto en lugar de “sapo” dice “Dazet”, y siguen diversas variantes en el texto. (N. del T.)

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