jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (20)


ORTEGA Y AMÉRICA

Un día, José Ortega y Gasset me dijo: -Vistos desde el corazón de un español, los hispanoamericanos siempre parecéis blandos.
17-V-1956
Alfonso Reyes (31)

Pero volvamos a la pregunta inicial, ¿por qué los trabajos de Reyes sobre Góngora y Mallarmé quedaron superados, inconclusos, como “unas Analecta desordenadas? Trataré de esbozar una respuesta. Reyes y los ateneístas lograron colocarse como la hegemonía cultural del México revolucionario. La Escuela de Altos Estudios, aunque criticada, funcionó y culminará, con Vasconcelos, en la fundación de la universidad en 1925. Pero Reyes ya no participó cabalmente en el proceso. El 9 de febrero de 1913 “lo sacó de la foto”, como diríamos proverbialmente. Lo desplazó, ya señalamos, hacia España. Y en Madrid, aunque fue recibido con los brazos abiertos por los grupos hegemónicos culturales hispanos, la generación del 98, conformada por Menéndez Pidal, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, entre muchos más, y la naciente generación del 27 -Gerardo Diego, José Moreno Villa, José Bergamín. Dámaso Alonso, et al.-, nunca llegará a ser parte íntegra de ellas. Entendámonos: en el banquete de la civilización hispánica, Reyes fue un invitado de honor de los fenómenos literarios que acontecían en la península (y en Europa), pero siempre figuró, como lo describe puntualmente Rodríguez Girardot, como un “testigo distante” (89-90), es decir, como un intelectual lateral, y hasta subalterno. A pesar de que siempre se le ha querido poner a la par con los grupos hegemónicos de la península, como unum inter pares, su posición no siempre fue tan clara, como veremos, dentro del pensamiento de su maestro -y jefe de trabajo-, José Ortega y Gasset, en un evento ocurrido en 1923.

La idea de “la imagen negativa” en Mallarmé, de la que hemos hablado anteriormente, movió a Reyes  efectuar una ceremonia singular. El 14 de octubre de 1923, el mexicano convocó a un grupo de amigos a las once de la mañana, en la puerta del Jardín Botánico que daba hacia la feria del libro de Madrid, a rendirle un homenaje póstumo al poeta francés. Se trataba de cinco minutos de silencio, y nada más: “un acto -por así decirlo-, aclara Reyes, sin acto. Lo que Mallarmé le hubiera gustado”. (XXV, 187). La negación de un acto, el vacío lleno de la inacción lingüística, un no-acto verbal o antiacto: silencio. Entre los asistentes conocidos de la época se encontraban José Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors, Enrique Díaz-Canedo y José Moreno Villa; de entre los jóvenes asistieron José María Chacón, Antonio Marichalar, José Bergamín y Mauricio Bacarisse; Juan Ramón Jiménez se encontraba indispuesto, pero Reyes aclara que seguramente se hallaba entre ellos, porque en esos momentos corregía “aquel poema que empieza:

Después del resplandor violento / venía un vacío frío…” (188).

Otro de los ausentes fue Ramón Gómez de la Serna, quien tenía que asistir a un entierro, lo que hizo comentar a d’Ors: “-¡Qué competencia para Mallarmé!” (188). Azprín faltó a la cita porque tenía que atender un acto oficial, aunque alguien insinuó, con humor, que se debía a que no le era posible “guardar silencio por tanto tiempo” (188). Acaso lo que importa aquí, es el acto barroco -por así llamarlo- o la carencia de él; es decir, “el acto sin acto” o el vacío epistemológico, como lo llamaría Pierre Thullier (en Sarduy 1987: 19-20), que congregó a los asistentes, la negación de la forma, la “ceremonia muda”, silenciosa.

Y Reyes llevó este juego afónico un paso más adelante y preguntó a los silenciantes, “¿qué ha pensado usted en los cinco minutos dedicados a Mallarmé?” (195), esperando su respuesta escrita en treinta días. Así, añadió un capítulo más a la elucidación del tópico Mallarmé. Reyes publicó el resultado en la Revista de Occidente de noviembre de 1923. (32) Estas páginas representan, también, una de las premisas más sabias de la poética de Reyes, a la vez que evidencian una de las frases más hermosas que nos heredó: Todo lo sabemos entre todos.


Notas

(31) En Anecdotario (XXIII, 328).

(32) El conjunto de meditaciones es rescatable por su diversidad y funciona como una excelente muestra de la crítica filosófica y la literatura de la época. El lector que se acerque a esta “junta de sombras”, cuyos nombres hoy conocemos y reconocemos, se encontrará con el recuento de un evento afortunado, un antecedente del hapenning literario. Jean Cassou lo llamó “un testimonio psicológico y literario de carácter único” (cit. en Martínez 1991: 10).

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