jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (23)


Aquí Reyes ya no es trabajador a sueldo de Ortega, colaborador secundario de Menéndez Pidal o alumno del maestro Dámaso Alonso, sino que se posiciona como “humilde albañil”, pegando piedras -¿hojas?- bajo las órdenes de Foulsche Delbosc, editor y erudito francés, arquitecto y director de las obras completas de Góngora. Y si encontramos esta insistente constante en la posicionalidad subalterna de Reyes con respecto a los eruditos de la literatura peninsular, su lugar secundario se acrecienta en el ámbito de los estudios de Mallarmé, saber aun más alejado que el hispano. Ante los trabajos de Henri Mendor y la edición de La Pleiade de la obra del poeta simbolista, Reyes tiene todavía menos autoridad para esgrimir sus escritos. Incluso con respecto a sus estudios sobre Grecia y sus traducciones, Carlos Montemayor advierte en “El helenismo de Alfonso Reyes” un alejamiento mayor: “salta a la vista que en sus dilatados escritos nunca refiere su contacto con las palabras de los escritores; no habla de la dulzura, concisión o desbordamientos de los textos que comenta. Falta que en ocasiones suspenda el enorme cúmulo de información histórica, filosófica, filológica, política, social, acerca de los poetas, historiadores o filósofos, para que hable de su impresión natural ante los textos mismos, de su relación cultural espontánea, directa, con las palabras que han provocado la avalancha de erudición occidental.” (337) (34) En pocas palabras, Reyes no llegó a dominar el griego clásico como académico -scholar- europeo o americano, y eso obstaculiza su “autoridad” al hablar de los textos. Y, como la sucesión de ondas que provoca una piedra que se lanza en un espejo de agua, entre más lejana, menos es su fuerza de irradiación.

Aclaremos: no cuestionamos la inmensa importancia y jerarquía de la obra de Reyes, ni quisiéramos ver en su tumba, como él pidió, que se llame “un hijo menor de la Palabra”. A lo largo de este ensayo y de otros, hemos señalado, con creces, la maestría de su prosa, una de las mejores que se han escrito en lengua española (cf. Dávila 2004). Pero tratamos de problematizar algunos puntos dificultosos de ella, la posición estetizante de su generación de ateneístas. Añadir páginas a la discusión “Alfonso Reyes”. El mismo Montemayor no menoscaba su lugar primordial para el helenismo en México, y al comentar La crítica de la edad ateniense aclara: “Se trata, por supuesto de una obra portentosa por su sabiduría y por su erudición, pero también por las alturas a que logró llevar las excelencias de nuestro idioma; lectura obligada, pues, para aprender sobre Grecia y para escribir sobre el arte de escribir en lengua española” (338). De nuevo, es la prosa de Reyes lo que lo salva, su “arte es escribir en la lengua española” (338). De nuevo, es la prosa de Reyes lo que lo salva, su “arte de escribir en la lengua española”, ya no el tema de que escribe ni su locus de enunciación, sino su estilo.

Y esta larga digresión nos permite entender, tal vez, que su posición mimética -hegemónica con respecto a México, pero subalterna con respecto a España, Francia, Grecia y Europa en general-, es decir, el eurocentrismo bajo el cual Reyes esgrimió los saberes metropolitanos como el proyecto civilizatorio más conveniente para México y Latinoamérica, tuvo, también, consecuencias negativas: a saber, un cierto borramiento -erasure- de sí mismo y de su obra. Ta vez esto aclare porqué El Polifemo sin lágrimas Culto a Mallarmé, los dos textos a los que nos referimos, quedaron el primero inconcluso, fragmentado, y el segundo, al decir del mismo Reyes, como “unas Analecta desordenadas”.

Notas

(34) Mejía Sánchez difiere de esta opinión y señala que se trataba de un caso de “falsa modestia”. “A los desconfiados (de que Reyes sabia griego) hay que notificar que en la Biblioteca Alfonsina se conservan en buena parte las libretas de apuntes y notas de aprendizaje, años de 1907 a 1913.” (cf. 7-9).

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