jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) - LOS CANTOS DE MALDOROR (24)


CANTO SEGUNDO

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¿Adónde ha ido este primer canto de Maldoror desde el momento en que su boca, llena de hojas de belladona, lo dejó escapar a través de los reinos de la cólera, en un momento de reflexión? Dónde ha ido ese canto… No se sabe con exactitud. Ni los árboles ni el viento lo retuvieron. Y la moral que pasaba por ese sitio, sin presentir que ella tenía en esas páginas incandescentes un enérgico defensor, lo vio dirigirse, con paso firme y recto, hacia los recovecos oscuros y las fibras secretas de las conciencias. Por lo menos la ciencia da por admitido que desde entonces el hombre de figura de sapo ya no se reconoce a sí mismo, y cae a menudo en accesos de furor que lo hacen parecerse a esa bestia de los bosques. No es culpa suya. En todo tiempo creyó, con los párpados que ceden bajo las resedas de la modestia, que está compuesto de bien y una cantidad mínima de mal. De pronto, yo le hice saber, poniendo al descubierto en pleno día su corazón y su trama que, por el contrario, no está compuesto sino de mal y de una mínima cantidad de bien que los legisladores tratan con gran esfuerzo de no hacer evaporar. Yo, que no le he enseñado nada nuevo, no quisiera que él experimentara un bochorno eterno a causa de mis amargas verdades; pero la realización de este deseo no estaría de acuerdo con las leyes de la naturaleza. En efecto, arranco la máscara de su rostro traidor y lleno de fango, y hago caer una a una, como bolas de marfil sobre una fuente de plata, las mentiras sublimes con las que se engaña a sí mismo; por lo tanto, es comprensible que no ordene a la serenidad que le aplique las manos sobre el rostro, ni siquiera cuando la razón dispersa las tinieblas del orgullo. Ahí está la causa de que el héroe que pongo en escena se haya atraído un odio sin remedio, atacando a la humanidad, que se creía invulnerable, por la brecha de absurdas tiradas filantrópicas, que están amontonadas como granos de arena en sus libros, cuya comicidad risible pero tediosa a veces estoy a punto de apreciar, cuando la razón me abandona. Él lo había previsto. No basta con esculpir la estatua de la bondad sobre el frontón de los pergaminos que contienen las bibliotecas. ¡Oh ser humano! ¡Hete aquí ahora, desnudo de la cabeza a los pies en presencia de mi espada de diamante!

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