jueves

LA TIERRA PURPÚREA (37) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


X / ASUNTOS RELACIONADOS CON LA REPÚBLICA (5)

-¡Pues amigo! -repuso-, usté ve que el cepo está asegurao con un candao. Si usté consiguiese la llave y me sacara de aquí, podría dormir muy bien; entonces, tempranito por la mañana, antes que se levante aquel viejo loco, tuerto de un ojo, usté podría venir y echarle llave al cepo otra vez. Naides lo sabría.

-¿Y usted no procurará escaparse?

-¿Escaparme yo? No tengo el menor deseo de escaparme… -Y en todo caso, aunque quisiera, no podría hacerlo, porque naturalmente la pieza quedará con llave. Pero aunque yo estuviera dispuesto a hacer lo que usted me pide, ¿cómo podría conseguir la llave?

-Eso es un asunto muy fácil: pídasela nomás a la señora que se la dé. ¿Cree usté que no vi con qué ojos se lo comía? Sin duda la haría recordar a algún pariente ausente, tal vez a algún sobrino favorito. Estoy seguro de que no le negará nada que sea razonable; y una buena acción, amigo, aunque sea el hombre más pobre, jamás se pierde.

-Lo pensaré -dije, y luego le dejé.

Era una noche sofocante de calor, y haciéndose inaguantable la atmósfera pesada y llena de humo de la cocina, salí afuera y me senté sobre un tronco de árbol. Aquí pronto me siguió el viejo juez en su carácter de amable dueño de casa, y platicó durante una media hora sobre encumbrados asuntos de la república. Después salió su mujer, y diciéndole a su marido que el aire de la noche podría hacerle daño al ojo irritado, lo persuadió a que entrase. Entonces ella se sentó a mi lado, y empezó a hablarme del genio tan endemoniado de Fernando y de las muchas penas que tenía que pasar.

-¡Pero qué joven tan serio es usté! -dijo, cambiando súbitamente de tono-, ¿Reserva usté todos sus requiebros y chistes sólo para la señoritas jóvenes y bonitas?

-¡Ay, señora! -repuse-; usted misma es joven y bonita a mis ojos; pero no tengo el ánimo de estar alegre cuando mi pobre compañero de viaje está metido allá en el cepo, donde su despiadado marido me habría puesto, a no ser por su muy oportuna intervención. Usted que tiene tan buen corazón, señora, ¿no podría conseguir que le saquen a Marcos sus adoloridas piernas del cepo, para que así pase una buena noche?

-¡Ay, amiguito de mi alma! -respondió-, eso sí que no me atrevo a hacer. Fernando es un monstruo de crueldad y me arrancaría los ojos de la cara sin el menor remordimiento. ¡Ay, pobre de mí! ¡Lo que tengo que sufrir! -y aquí puso su rolliza mano en la mía.

Retiré la mano con cierta tiesura; un diplomático hecho y derecho no podría haber manejado la cosa con más tino.

-Señora -agregué-, usted se burla de mí. Después de haberme hecho aquel señalado servicio, ¿es posible que me vaya a negar esta pequeñez que le pido ahora? Si su marido es el tirano tan terrible que me dice que es, seguramente podría hacer esto sin contárselo a él. Permítame sacar a mi pobre Marcos del cepo, y le doy mi palabra de honor que el juez jamás lo sabrá; porque me levantaré mañana de madrugada y yo mismo le echaré llave al candado antes que su marido se haya levantado de la cama.

-¿Y cuál va a ser la recompensa? -preguntó, colocando otra vez su mano en la mía.

-La profunda gratitud y la devoción eterna de este corazón, señora -repuse, sin retirar esta vez la mano.

-¿Cómo podría negarle lo que quiera a mi niño lindo? -murmuró-. Después de la cena le pasaré la llave a escondidas; iré ahora mismo a buscarla a su pieza. Antes que se acueste Fernando, pídale permiso para ver a su Marcos, y dígale que quiere llevarle un poncho con que abrigarse, o tabaco, o cualquier cosa; y no deje que el sirviente vea lo que está haciendo, porque él estará esperando a la puerta para echarle llave al galpón cuando usté salga.

Después de cenar, me pasó disimuladamente la llave, y no tuve la menor dificultad en librar a mi infortunado amigo. Por suerte, el sujeto queme condujo donde Marcos, nos dejó solos un buen rato y tuve tiempo de referirle mi conversación con la mujer gorda.

Se puso de pie, y, tomándome la mano, me dio un fuerte apretón que casi me hizo gritar de dolor.

-¡Mi buen amigo! Usté tiene un alma noble y generosa, y me ha hecho el servicio más grande que un hombre podría hacerle a otro. En realidad, usté me…. me ha puesto aura en condición de… de gozar del reposo de esta noche. Muy güeñas noches y que los ángeles del cielo me permitan algún día pagarle su buena acción.

Me pareció que el sujeto exageraba un poco; cuando vi que estaba encerrado seguramente bajo llave, volví a la cocina caminando muy despacio y pensativo.

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