jueves

ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (21)


Por azares de la vida, quince años después, aquellos silenciosos personajes amigos terminaron dispersos; franquistas, republicanos, exiliados, enemigos, muertos, olvidados. Lo cierto es que, más allá de las ideologías de cada uno de los participantes del evento, a pesar de su carácter homocéntrico, elitista, y hasta aristocrático si se quiere, el simple hecho de congregar en un jardín botánico y guardar silencio en memoria de un poeta que todos compartían y al que todos admiraban, es un evento cultural memorable. Y se debió al gusto de la amistad de Alfonso Reyes y a su amor por la poesía.

Nos interesan, sin embargo, para este estudio, partes del monólogo de Ortega y Gasset, en el Jardín Botánico de Madrid, esa mañana otoñal “de luz esmerilada” de octubre de 1923. ¿Cómo describe a Reyes, autor de esta ceremonia singular?:

…La idea de este silencio es de Alfonso Reyes… A ningún español se le hubiera ocurrido esto. A los españoles nos avergüenza toda solemnidad, nos ruboriza. ¿Por qué? Pueblo viejo. Tenemos en el alma centurias de solemnidades; estas han perdido ya la frescura de su sentido y nos hemos acostumbrado a pensar que son falsas y desvirtuadas. Alfonso Reyes es americano. Alfonso… Reyes… Alfonso… nombre de reyes…, es americano. Pueblo joven… La juventud es, dondequiera que se le halle, en un hombre, en un pueblo, un sistema de muelles tensos que funcionan bien y se disparan con toda energía… El joven lo siente todo heroicamente. Mitológicamente, con plenitud y sin reservas… Los pueblos niños viven en perpetuo estreno, como los niños. Lo estrena todo…”

¿Debo pensar en Mallarmé? ¿Defraudo a mis amigos pensando en todos menos en él? Probablemente, sólo los pueblos jóvenes -Alfonso Reyes (mejicano) y Chacón (cubano)- piensan ahora en Mallarmé… Los demás… Sospecho que, como yo, piensan que están azorados… ¿Por qué nos azora callar juntos? (Reyes XXV, 202-203).

El más importante filósofo de España, su “amigo” y también “jefe”, director de las publicaciones donde Reyes “trabajaba” -el periódico El Sol y la Revista de Occidente- lo considera, al igual que lo tuvieron los ateneístas, como  a un “benjamín”, un joven… (33) Y más: como a un niño juguetón y querido, amigable y respetable, pero infantil. “Probablemente, sólo los pueblos jóvenes -Alfonso Reyes (mejicano) y Chacón (cubano)- piensan ahora en Mallarmé…” (203) No es mera casualidad que el mejicano y el cubano sean los que designa Ortega como jóvenes, niños, ocupados, inocentemente, en Mallarmé. Los españoles, viejos civilizados, están “azorados”, no entienden el juego, pero lo siguen por el placer de su extrañeza. En el fondo, sugiere el filósofo del “ensimismamiento”, tienen cosas más importantes en qué pensar, no esas niñerías. Lo que está sucediendo, en realidad, es que Ortega orientaliza -a la manera de Edward Said- a sus amigos hispanoamericanos. Los ha vuelto sujetos coloniales, “en vías de desarrollo”. Su locus hegemónico y metropolitano es claro. Y declara su jerarquía, su posición de enjuiciamiento superior, debido a su autoridad en asuntos europeos, su “señoría” metropolitana: su seniority. América -en este caso México y Cuba, representada por Reyes y Chacón- es un continente joven e infantil, lejano y nuevo. ·Lo estrenan todo”. Al más eminente filósofo español del momento, no se le ocurre pensar en Mallarmé, o en Francia, lo que nos recuerda, en su etnocentrismo, la acusación de Juan Valera a Rubén Darío por su “galicismo mental”. Reyes y Chacón, oriundos de las mismas tierras americanas, padecen también de ese “galicismo” que, de alguna manera, deja azorados a los peninsulares. Sin embargo, en los cinco minutos de silencio del gran pensador ensimismado, no le pasa por la cabeza la antigüedad maya, azteca o inca, por mencionar tres civilizaciones profundas de América y, además, tan antiguas o más que la europea. Reyes, así, se ha vuelto un sujeto extraño, joven, infantil, exótico, oriental: “blando”.


Notas

(33) Hijo de Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, uno de los estados más ricos de México. Alfonso Reyes pertenecía a la plutocracia más exquisita del país. En un carta a Henríquez Ureña, desde Madrid, le escribe: “No he podido ser asiduo asistente de teatros; mi familia no es lo que antes; han cambiado las condiciones, y ahora me cuesta dinero. Además, guardo lo que puedo en vista de la catástrofe. Aquí he empezado a entender lo que vale el dinero. No puedo gastar nada extraordinario” (cit. en Conn: 106. Énfasis nuestro).

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