jueves

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) - LOS CANTOS DE MALDOROR (22)



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El sapo se sentó sobre su cuarto trasero (que tanto se parece al del hombre) y, en tanto que las babosas, las cochinillas y los caracoles huían al ver a su enemigo mortal, tomó la palabra en estos términos: “Maldoror, escúchame. Observa mi semblante sereno como un espejo, y creo además tener una inteligencia igual a la tuya. Un día me llamaste el sostén de tu vida. Desde entonces nunca desmentí la confianza que en mí depositaste. Es verdad que no soy más que un simple habitante de los cañaverales, pero gracias justamente al contacto contigo, y no tomado de ti sino lo bello, mi razón se ha desarrollado, por lo cual puedo hablarte. He llegado hasta ti para sacarte del abismo. Los que se consideran amigos tuyos te miran, sumidos en consternación, cada vez que te encuentran, pálido y encorvado, en los teatros, en las plazas públicas, en las iglesias u oprimiendo con dos nerviosos muslos ese caballo que sólo galopa de noche, llevando a su dueño-fantasma embozado en un amplio manto negro. Abandona esos pensamientos que dejan a tu corazón vacío como un desierto; ellos son más abrasadores que el fuego. Tu espíritu está tan profundamente enfermo que ni siquiera lo notas, y crees encontrarte en tu estado natural cada vez que de tu boca salen las palabras insensatas, aunque rebosantes de infernal grandeza. ¡Desdichado! ¿Qué palabras has pronunciado desde el día de tu nacimiento? ¡Oh triste residuo de una inteligencia inmortal creada por Dios con tanto amor! ¡No has engendrado sino maldiciones más horrendas que el espectáculo de panteras hambrientas! ¡Yo preferiría tener los párpados soldados, un cuerpo sin brazos ni piernas, haber asesinado a un hombre, antes que ser tú! Porque te odio. ¿Cuál es la causa de esa personalidad que me sorprende? ¿Con qué derecho vienes a esta tierra para escarnecer a los que la habitan, despojo corrompido, juguete del escepticismo? Si no estás a gusto, es mejor que vuelvas a tus esferas de origen. Un habitante de la ciudad no debe residir en una aldea, donde nunca dejará de ser extranjero. Sabemos que en los espacios existen esferas más vastas que la nuestra, en las cuales hay espíritus con una inteligencia que nosotros ni siquiera podemos concebir. Y bien, ¡vete!… ¡retírate de este suelo móvil!... muestra al fin tu esencia divina que hasta ahora has ocultado; y, lo más rápidamente posible, dirige tu vuelo ascendente hacia tu esfera, que no te envidiamos, a ti, orgulloso, pues no he logrado llegar a saber si eres un hombre o más que un hombre. Adiós, entonces; no esperes volver a encontrar al sapo (6) en tu camino. Has sido la causa de mi muerte. ¡Yo inicio mi viaje hacia la eternidad, con el fin de implorar tu perdón!”


Notas

(6) En la edición original, en lugar de “sapo”  aparece “Dazet”. (N. del T.)

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