martes

LA TIERRA PURPÚREA (33) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


IX / EL BOTÁNICO Y EL INGENUO PAISANO (2)

Durante la mañana tuvimos una visita; un viajero que llegó en un caballo muy cansado; era conocido de Batata, habiendo visitado el rancho, según me dijeron en ciertas ocasiones. Se llamaba Marcos Maró. Era un individuo alto, de unos cincuenta años de edad, de rostro descolorido, de pelo entrecano y harto mugriento; vestía a la gaucha y su traje estaba muy usado. Caminaba inclinado hacia adelante y sus maneras eran lerdas; tenía una mirada expectante y de sufrimiento como la de un animal con hambre. Sus ojos eran sumamente penetrantes y varias veces le sorprendí observándome con curiosidad.

Dejando a este andrajo haragán conversando con Batata, quien con mal empleada bondad habíale ofrecido un nuevo caballo, salí a dar una vuelta antes del almuerzo. Durante mi caminata a lo largo de un pequeño arroyo, que corría a los pies del cerro, sobre el cual estaba situado el rancho, encontré una hermosísima flor acampanada de un suave color rosado. La tomé con cuidado y la llevé conmigo pensando que probablemente podría dársela a Margarita si la encontrase a solas. Cuando volví  a la casa, hallé al viajero sentado debajo del corredor, remendando parte de su viejo recado, y tomé asiento para charlar un rato con él. Una habilidosa abeja podrá extraer siempre de cualquier flor la miel suficiente para premiar su trabajo, así que no vacilé en abordar a este individuo cuyo exterior me era tan poco simpático.

-Así que usté es inglés -observó, después que hubimos estado conversando algún rato; yo, por supuesto, respondí afirmativamente.

-¡Qué cosa tan rara! Y a usté le gustan las flores bonitas ¿no es así? -prosiguió, dirigiendo la vista a la hermosa flor que tenía en la mano.

-Todas las flores son bonitas -repuse.

-Pero seguramente, señor, habrá algunas más bonitas que otras. Tal vez usté habrá oservao una muy bonita que crece por estas tierras… la margarita blanca… ¿eh?

Margarita es el nombre que le dan a la verbena en la Banda Oriental; la olorosa variedad blanca es muy común, así que había sobrada razón para que me hiciese el desentendido respecto del significado que con cierta frescura intentaba que yo dedujera. Con la expresión más indiferente posible. Repuse: -Sí, he observado muchas veces la flor a que usted se refiere; es muy olorosa, y, a mi juicio, infinitamente más hermosa que las variedades rojas y moradas. Pero usted ha de saber, amigo, que soy botánico, o sea uno que se dedica a estudiar las plantas, y por lo tanto, me intereso igualmente por todas ellas.

Esto le sorprendió; y viendo con agrado el interés que parecía mostrar en el asunto, le expliqué en sencillo lenguaje la base en que funda la clasificación de las plantas, contándole de aquella lingua franca por cuyo medio podían entenderse, respecto a plantas, todos los botánicos del mundo. Dejando a un lado este tema algo seco, me dirigí a ese otro, tanto más fascinador, el de la fisiología de las plantas. -Ahora, ¡mire esto! -continué, y con cortaplumas disequé con cuidado la flor que tenía en la mano, pues, desde luego, ya no era posible regalársela a Margarita sin exponerme a sus comentarios. Entonces le expliqué la hermosa y complicada estructura por medio de la cual esta campánula se fertiliza.

Me escuchó admirado, agotando por completo expresiones tales como: ¡Qué Cristo! ¡Qué maravilla! ¡Por Dios! ¡No me diga! Terminé mi plática persuadido de que mi superior inteligencia había desconcertado por completo a este ignorante oriental; y tirando a un lado lo que quedaba de la flor, me eché el cortaplumas al bolsillo.

-Estas son cosas, señor, que muy rara vez oímos nombrar en la Banda Oriental, pero los ingleses lo saben tuito… aun los secretos de una flor. Son poquísimas las cosas que no son capaces de hacer. Mire, señor botánico, dígame: ¿ha tomado parte usté alguna vez en representar una comedia?

-¡Caramba! ¡Después de todo, había perdido la flor y lucido mis conocimientos científicos inútilmente! -¡Por supuesto! -repuse, y acordándome del consejo que me había dado Cejas, añadí-: y en tragedia también.

-¿De veras? -exclamó-. ¡Qué entretenidos estarían los que asistieron! Pero luego podremos hartarnos peleando, pues veo a la Margarita blanca que viene en esta dirección pa decirnos que está pronto el almuerzo. La carne asada de Batata dará que hacer a nuestros facones; ¡ojalá tuviésemos también una de sus harinosa tocayas pa comer con ella!

Tragué mi resentimiento lo mejor que pude y cuando se acercó Margarita a nosotros, miré sonriendo su incomparable cara; y, levantándome, la seguí a la cocina.

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