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ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (17)


1 (1).- El Ateneo y “los nuevos intelectuales”. Julio Ramos ha analizado en detalle cómo, en el México de principios del siglo XX, la generación del Ateneo, comandada por Pedro Henríquez Ureña y de la que Reyes fue el participante más joven. “el benjamín”, lucha por establecer su hegemonía y desplazar a los “científicos”, a los positivistas del Porfiriato, como depositarios del saber. (27) Aprovechando la supuesta “crisis” de la modernidad y su utilitarismo, a la vez que intentando resolver el “caos” revolucionario, los jóvenes ateneístas aprovecharon la coyuntura histórica para obtener la consolidación de la autoridad cultural y literaria (Ramos: 222). Asimismo, lucharon por el espacio universitario y la dirección hegemónica de la educación. Desde la Escuela de Altos Estudios, fundada por Justo Sierra en 1910 -más tarde, en 1925, la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional-, esbozaron los principios de una “alta cultura”, “desinteresada” y con un fuerte legado “arielista”. Pero, ¿en qué consistía esta “cultura” para “los nuevos intelectuales”? Se trataba, de “ese concepto aurístico de cultura” (205) con el que Ariel, el shakespereano personaje de Rodó, se oponía al otro, extraño y peligroso, a los estertores irracionales del nuevo Calibán callejero. Ramos especifica: “las humanidades -con la literatura en el centro- serían la disciplina proveedora de la estabilidad ante la turbulencia del mundo de la calle” (226), ante las hordas “bárbaras” y “salvajes” que merodeaban la ciudad; concretamente, los obreros y campesinos del México revolucionario. Robert Conn expone una idea similar del grupo ateneísta -aunque no la critica- y en cuanto al rol de Reyes en esta lucha, especifica: “Durante su período inicial en México, Reyes criticó las instituciones culturales contemporáneas a través de la filología española y clásica con el fin de abrirle camino a la idea de una comunidad artística y literaria a la que voy a referirme con el nombre de “Estado Estético” (105). (28) Exactamente: un “Estado Estético”, con mayúsculas, que sustituía a los positivistas del Porfiriato y se instalaba en el vacío de poder cultural que reinaba en esos momentos en el país. Allí, Reyes estableció su centralidad en “la esfera literaria mexicana” (119) y, desde esas alturas, esbozó y dirigió “su descenso aristocrático goethiano a lo popular” (119).

Y con respecto a los principios de este “Estado Estético” de los “nuevos intelectuales”, valga citar una nota de Ramos, quien narra una anécdota sintomática, relatada por Henríquez Ureña, en la que los ateneístas se reúnen en un taller situado en las cercanías de las más populosa avenida de la ciudad…” para “releer en común… el Banquete de Platón (226, n. 37). Y si imaginamos esa lectura originaria, que “duró tres horas” y en la “que nunca hubo mayor olvido del mundo de la calle” (226, n. 37, énfasis de Henríquez Ureña), vemos que expresa simbólicamente ese escape diacrónico y repetido -notemos que se juntan a “releer”, no a leer- de aquellos jóvenes amigos -“comunidad artística y literaria” (Conn), a través de la evocación de la civilización griega, territorio que delimita su teoría estética, su Olimpo, Reyes mismo recuerda esta lectura en Pasado inmediato, recuerdo de sus andanzas ateneístas, y la sitúa en 1907:

La afición de Grecia era común, si no a todo el grupo, a sus directores. Poco después, alentados por el éxito, proyectamos un ciclo de conferencias sobre temas helénicos. Fue entonces cuando, en el taller de Acevedo, sucedió cierta memorable lectura del Banquete de Platón en que cada uno llevaba un personaje del diálogo, lectura cuyo recuerdo es para nosotros es para nosotros todo un símbolo. (XII: 208. Énfasis nuestro).


Notas

(27) Seguimos de cerca, aquí, el capítulo VIII, “Masa, cultura, latinoamericanismo”, del libro de Julio Ramos (202,-228)
(28) El término “Estado Estético” de Robert Conn le sirve para exponer su visión arielista y estetizante de la obra de Reyes; Julio Ramos, por el contrario, critica esa función hegemónica y elitista. Nos interesa el término por la exactitud con la que se refiere a las luchas ateneístas por legitimar su hegemonía en el México de principios del siglo XX.

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