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PEDRO PÁRAMO: VOCES DEL MÁS ALLÁ


Por Leopoldo Lezama
PRIMERA ENTREGA

“No tengo la fecha exacta, si fue a comienzos de 1944 o principios de 1945 cuando Arreola me dijo: Mira, vamos a que conozcas a un cuate que te va a caer bien. La oficina donde trabajaba Rulfo estaba a cien metros de la redacción del periódico El Occidental, periódico muy reaccionario, muy católico, donde trabajaba Juan José Arreola. A Rulfo lo habían mandado a una oficina gubernamental de migración, y ahí lo conocí”. La voz de Antonio Alatorre se escuchaba amable, confiada. Unos minutos antes me había disuadido de hacer pleitesías cuando le agradecí el haber tomado la llamada: “Déjate de exordios. No soy el sumo pontífice”. Una semana después, en la puerta de su casa, me entregó un texto titulado “Dos apostillas rulfeanas”, con lo que quedaba concluida una larga investigación en torno al origen de la novela del escritor jaliscience.

Era diciembre del año 2006, se acercaba el 90 aniversario de Juan Rulfo y había pasado más de un año recopilando testimonios de amigos, alumnos del Centro Mexicano de Escritores, editores y críticos del narrador (Huberto Batis, Samuel Gordon, Beatriz Espejo, entre otros). Al ver el resultado en su conjunto, me di cuenta de lo más importante: había tenido la oportunidad de reunir a los tres hombres aun vivos que conocieron el proceso de elaboración de la novela, que abarcó de septiembre de 1953 (fecha en que a Rulfo le renuevan la beca Rockefeller del CME) a octubre de 1954, cuando el texto fue entregado a las oficinas del Fondo de Cultura Económica con el título definitivo de Pedro Páramo. Este hecho desentrañó una de las grandes leyendas de la Literatura mexicana: la supuesta ayuda que Juan Rulfo recibió para editar y corregir su obra cumbre. Está demás decir que los tres testimonios que hoy entregamos a los lectores no tienen un carácter secundario, pues tanto Antonio Alatorre como Emmanuel Carballo y Alí Chumacero, son piezas centrales de la Literatura mexicana moderna, y descubridores, editores y primeros críticos de Juan Rulfo. Basta recordar que dos de los tres primeros cuentos, Nos han dado la tierra Macario, se publicaron en los números de Julio y Noviembre de 1945 en la revista Pan dirigida por Juan José Arreola y Antonio Alatorre. Por su parte, Emmanuel Carballo escribió en 1954 el ensayo Arreola y Rulfo cuentistas, donde se apreciaba por vez primera la grandeza del escritor nacido en la hacienda de Apulco, y fue además compañero becario en el CME, cuando Rulfo escribió la obra que le dio renombre mundial.

Pedro Páramo, la memoria del génesis

En su oficina ubicada entonces en el penthouse del Fondo de Cultura Económica, sentado en un gran sillón de piel, Alí Chumacero recordó el año exacto en que conoció a Juan Rulfo: “Yo conocí a Juan Rulfo apenas y muy ligeramente en Guadalajara. En 1929 sería imposible porque yo nací en 1918 y yo tenía once años entonces, y él tenía doce. Yo nunca lo vi en Guadalajara sino hasta el cuarenta y dos. Después lo encontré en México e hicimos una gran amistad, sobre todo con la gente de Jalisco, con Carballo, con José Luis Martínez, con Arreola. Como yo me formé en Guadalajara, y ellos eran todos de por allí, pues hicimos una gran amistad. Yo trabajé junto con Juan en el Instituto Indigenista, en el departamento de ediciones. Estuve yo ahí con él durante un año y llevamos una buena amistad. Cuando me vine a trabajar al Fondo de Cultura, él hizo los libros, y luego me los dio para entregarlos al director. Fueron aprobados en seguida, e hicimos la edición en la colección Letras Mexicanas. Allí aparecieron los dos libros, el libro de cuentos y la novela célebre”. Chumacero fue becario del Centro Mexicano de Escritores cuando Rulfo trabajaba en la composición de El llano en llamas; de ese periodo, Chumacero recuerda la renuencia de su compañero a recibir comentarios respecto a su escritura: “Estuvimos juntos en la beca en 51-52. Él presentó los cuentos y yo le hice alguna crítica. Él la acogió con mucho cariño, y le dije: Mira esto, y parece que esto otro está desmedido, y es necesario que lo veas con más cuidado. Y él me dijo que sí, que tenía yo razón. Cuando lo publicó no le había cambiado ni una coma, ja, ja, ja. Él estaba convencido de su capacidad, de su calidad, de su forma expresiva, que no tenía que ver nada con la mía. Entonces a mí me dio mucha risa y lo felicité, le dije: Hiciste bien, porque un escritor en lo posible, si está muy convencido, debe respetarse a sí mismo y no respetar a los demás. En cuanto a la famosa leyenda que durante décadas subsistió al respecto de la supuesta ayuda que Rulfo recibió de sus contemporáneos jaliscienses, Chumacero precisó: “Esa es una de las grandes mentiras que se inventan siempre en torno de una obra maestra. Arreola se juntó con él, y me lo contó aquí en el Fondo de Cultura, y me dijo que habían visto la novela, la habían manejado entre los dos, para armarla debidamente, para hacer que funcionara y que caminara. Porque como estaba hecha en corrientes, en estratos diferentes, había que ver cómo intercalarlos a fin de que fuera efectiva. Yo creo que lo lograron muy bien, y digo lo lograron, en plural, exagerando un poco. Pero no, no tuvo absolutamente nada que ver Arreola en la producción de la novela. También se ha dicho que yo le corregí la novela. Eso es simplemente una graciosa estupidez. Yo no le corregí ni una coma a lo escrito por Juan Rulfo, absolutamente nada. Yo hice la edición como tipógrafo, yo soy, más que un escritor, un tipógrafo, un hombre de libros, que hace libros, que sabe o que supo hacer libros, pues ya se me está olvidando. Pero no soy una persona que corrija a nadie, y menos a Juan Rulfo”. Esta afirmación contradice a lo manifestado por Juan José Arreola unas semanas después de la muerte de Rulfo, cuando le confesó a Vicente Leñero: “Estábamos en Nazas, a cuadra y media del Fondo de Cultura. De lunes a sábado salió Pedro Páramo por fin, porque no iba a salir nunca (Pausa). Lo que yo me atribuyo, no me lo atribuyo: es la historia verdadera: cuando logré decidir a Juan que Pedro Páramo se publicara como era: fragmentariamente. Y sobre una mesa enorme, entre los dos nos pusimos a acomodar los montones de cuartillas… Dios existe. Yo creo en Dios. ¡Esa tarde existió!”[1] Y si Chumacero admitió que Arreola y Rulfo llegaron juntos a su oficina a entregar el mecanuscrito, y que “la habían manejado entre los dos”, niega que el primero haya tenido algo que ver en su resultado final.

Chumacero no perdió oportunidad de hacer un homenaje a la novela de ese hombre a su juicio “muy callado y muy tranquilo”: “Entonces pasó a ser la gran novela del siglo XX y yo creo que de cierta manera lo es. Es una novela en que la imaginación se confunde con lo que es propiamente la literatura, en que la imaginación es poesía, en que la imaginación alcanza los más altos momentos de un hombre solitario, callado, discreto, decente, limpio, bueno, que tenía una soledad muy viva. Era un verdadero incendio por dentro y lo supo emitir, transformar en palabras, y hacer esa novela que para mí es una novela cumbre; un texto que no sólo revela la imagen de un pueblo, la imagen de un rincón, el rincón de su tierra, sino que revela una de las imaginaciones más violentas, más hermosas, más vivas de la literatura mexicana. Juan Rulfo, es, pues, una de las figuras que quedarán entre los muy grandes escritores que llevan la batuta, el mando en nuestra literatura. Él quedará al lado de los mayores; más aun, su escasa obra, su pequeñísima obra, es mayor a la de muchos escritores que han hecho veinte o treinta libros. Juan Rulfo no sólo tenía mi cariño, sino mi respeto. No era un escritor pulido en el sentido exagerado de la palabra. Era un escritor imaginativo, un escritor que se proyectaba con genio más que con técnica, que sabía que la belleza es una forma inexplicable”.

Al final de la entrevista, el poeta nos confesó un dato curioso: en un fólder de piel oscura donde guardaba manuscritos de sus amigos (poemas inéditos de Villaurrutia, Gorostiza, Owen), tenía un cuento inédito de Juan Rulfo que transcurre en el mar, y cuyo personaje está inspirado en José Revueltas. Con mucho humor, añadió: “Ese sí lo saqué porque era muy malo”.

Emmanuel Carballo, luces y sombras

No fue sencillo entrevistar a Emanuel Carballo y menos tratándose de Juan Rulfo. En la biblioteca de su casa de Contadero, cerca del Convento del Desierto de los Leones, el autor de Protagonistas de la Literatura mexicana estaba más preocupado en mostrarme su ejemplar de Paradiso autografiado por su autor, José Lezama Lima, que por comenzar la charla. Finalmente, tomó asiento, puso un gesto de cierta molestia y comenzó: “Yo conocí a Rulfo en 1950 ó 1951 en Guadalajara. A Guadalajara recalaban de cuando en vez jalisciences o heredojalisciencies como dice Alí Chumacero, que iban a pasar allá sus vacaciones, a olvidarse de la Ciudad de México y ver a sus viejos amigos”. Después hizo un inédito y desconcertante retrato de su paisano: “Rulfo nunca miraba de frente, era una mirada que se avergonzaba de mirar de frente. Al mismo tiempo estaba listo para darte una puñalada. Rulfo era un hombre malo. Como ser humano era un hombre muy acomplejado. Quería ser el mejor, y no podía en la vida diaria, cuando en la literatura llegó a ser uno de los mejores, y no de la literatura mexicana, sino de la literatura universal. Ya había sucedido lo de El llano en llamas, ya empezaba a conocer las mieles de la literatura y no las hieles, que no las conoció. De no tener nada, llegó a tenerlo todo. Su mujer, Clara Aparicio, era una mujer, no golpeada por Rulfo, pero sí una mujer muy mal tratada, mal-tratada, no maltratada. No entendía con quién estaba casada. Rulfo tenía un pariente, Pérez Vizcaíno, que hacía radionovelas en la XEW. Hizo una muy famosa que se llamaba Anita de Montemar, que fue una de las más grandes radionovelas que se oían en la XEW en toda América latina. Le decía Clara a Juan: ¡Ay Juan! Deja de escribir esas cosas que nadie entiende, tan feas, tan sucias, tan cochinas, y las cosas que hacen los personajes. Debías de escribir como tu primo, él sí hace literatura fina, dulce, que le ayuda a la gente a ser mejor. Y ahora, Clara Aparicio es la viuda que hace marca industrial en nombre de su marido”. Conforme transcurría la charla, Carballo dibujó un hombre muy distinto a ese amigo “decente y limpio” que recordaba Alí Chumacero: “Es muy lamentable, los hijos de Rulfo nunca salían de las habitaciones cuando estaba Rulfo presente. Yo me acuerdo que cuando escribió Pedro Páramo vivíamos en el mismo edificio. Estábamos recién llegados de Guadalajara; subió a vernos. Pensaba que traíamos tiliches inservibles y que éramos unos huarachudos, no tenía idea de que era una familia importante la nuestra en Guadalajara. Y había una cosa: que toda la gente tenía refrigerador, estufas Acros que vendía Juan José Arreola. Entonces rápidamente compró un refrigerador para Clarita. Siempre estaba en competencia con los demás y quería tener las mejores cosas. Después descubrió un departamento en un edificio que estaba en la calle de Nazas, junto al IFAL y le dije Juan: Acompáñame a ver este departamento, a mí me gusta mucho, me gustaría cambiarme. Había una librería de Cristal abajo y el IFAL estaba a dos puertas. Y me dijo: No, hombre, no te conviene. El hombre es muy, muy difícil, el vecindario muy desagradable. No te conviene. Y uno recién llegado cree que le están diciendo la verdad y que no está haciendo una de las suyas. Yo seguí viviendo en Tigris, y Rulfo a los quince días se cambió a ese departamento. Cosas así de gente mal nacida, que no respetaba. En lugar de ayudar a un paisano suyo que llegaba, que había escrito sobre él, que teníamos una buena amistad”. Luego, como la noche se desprende de su bruma para dar pie al amanecer, Carballo pasó de la persona a la obra: “Yo trabajaba en el Fondo de Cultura, por fuera, ayudándole a corregir galeras a Alí Chumacero. Vi en primeras pruebas de página los cuentos, y pues se requiere estar ciego para no ver que Rulfo es un gran cuentista. Cuando leí Luvina quedé verdaderamente obnubilado. Pocos textos tan hermosos se han hecho en México y en lengua española como Luvina. Cuando leí Anacleto Morones, un cuento desde el punto de vista sociológico y religioso, contra los habladores, los simuladores, los que sacan el dinero a la gente hablando de milagros y de vírgenes y de santos. Es un cuento para mí maravilloso, excelente. Como cuentista me dejó maravillado, y empezó a hacer la novela, y ahí hay muchas incógnitas que no se han revelado. Yo no puedo hablar mucho porque no participé en eso; pero Arreola y Chumacero… Él tenía una serie de fragmentos y le faltaba unirlos. Entonces le aconsejaron que pusiera los fragmentos más o menos en orden y pensara en las elipsis: han pasado una serie de cosas que me callo, y tú lector tienes que adivinar cuáles son. Y con esa técnica hizo Pedro Páramo, y Arreola con esa técnica hizo La feria. Hay puntos de contacto estructurales entre La feria y Pedro Páramo”, es el dato más importante que el crítico literario aporta a la incógnita de la elaboración de Pedro Páramo. En aquellos meses Carballo y Rulfo eran vecinos en Tigris 84; Rulfo vivía en el departamento 1 y Carballo en el 5:
E.C. Estábamos en el Centro Mexicano de Escritores. Él era una especie de supervisor y al mismo tiempo becario. Era una gente muy querida por Margaret Shedd que era la directora, y [Margaret] quería mucho a Rulfo con sobrada razón, como escritor. Difícilmente había un par que se le pudiera poner enfrente. Estaba haciendo Pedro Páramo. Yo corregía pruebas para alcanzar a redondear mi presupuesto en el Fondo de Cultura Económica. Y me tocó corregir las páginas de Anderson Imbert, la Historia de la literatura hispanoamericana, y corrigiendo me encontré una escritora chilena, María Luisa Bombal, de 1920. Y el señor Anderson Imbert no te analiza los libros, te cuenta las historias que cuenta cada libro, y gracias a eso vi que lo que estaba haciendo Rulfo era lo que hizo María Luisa Bombal. El personaje era Susana San Juan, era muy importante. No era un plagio y puedo asegurarlo, no era plagio, Rulfo no conocía la novela. Pasamos un día entero en la librería Robredo, donde está el centro…
L.L. De los Porrúa…
E.C. Sí, de los Robredo, eran Porrúa, Jerónimo y Rafael Porrúa; ahí estaba la librería, en Guatemala y Argentina. Por fin lo encontramos. Rulfo se metió a su casa, lo leyó, no siguió adelante con el plan que tenía. Enloquece a Susana San Juan y surge, poco a poco, poco a poco, Pedro Páramo, hasta que es el personaje central de la obra. Y la otra es una loca, perdió la razón, la adora Pedro Páramo pero no puede desposarla siendo una loca. Cambia totalmente. Esa fue una aportación. Yo de ninguna manera diría que Rulfo era plagiario, que estaba plagiando a la Bombal. No, era una coincidencia. Después de Homero todos somos plagiarios”.
Carballo añadió que Rulfo aprovechó la Semana Santa de 1954 para transformar por completo el argumento, hasta sobreponer a Pedro Páramo como el protagonista de la novela. Si atendemos el propio informe que Juan Rulfo entregó al Centro Mexicano de Escritores en Noviembre de 1953, sabemos que, en efecto, el centro de la novela era Susana San Juan y no Pedro Páramo: “El nombre de la protagonista ha sido cambiado al de Susana San Juan, y el del personaje principal al de Pedro Páramo”. Esta especificación se debe a que originalmente se llamaban Susana Foster y Maurilio Gutiérrez. ¿Fue el parecido con La amortajada de María Luisa Bombal la causa de este viraje tan radical? Carballo habló también de la contribución de Arreola y Chumacero:
L.L. ¿Piensa que Arreola le pudo haber ayudado a Juan Rulfo en la organización de la novela?
E.C. Sí, por supuesto. En la mesa de la cocina o del comedor de Arreola. Arreola hizo la primera [versión], de acuerdo con él, de cómo ordenar los fragmentos de Rulfo. Rulfo se indigna y le parece que no es cierto. Alí Chumacero le ayuda mucho, le ayuda a ordenar las cosas: la ortografía, todas las cosas que le fallaban, la sintaxis, las comas, y dejan un libro bien hecho. Y Alí comete un error verdaderamente tan grande como la Torre Latinoamericana, cuando hace la crítica de Pedro Páramo en el suplemento de Novedades, en el que dice que es una novela realista, una novela más bien hecha en la tradición de, la novela rural revolucionaria, cuando no tenía que ver con la Revolución. Era, no contrarrevolucionaria, pero hablaba de todos los errores de la Revolución mexicana.
L.L. No le auguró un buen destino…
E.C. Vio que era una novela común y corriente, cuando él había ayudado a ordenar la novela. Cuando veía que una coma, alguna cosa no funcionaba, metía la mano.
Al final, Carballo reconoció la responsabilidad absoluta del autor: “Ahora, el mérito total es de Rulfo. Tú ayudas, tú has tenido ayuda, yo he tenido ayuda, todos hemos tenido ayuda. Todos llevamos, sobre todo cuando somos jóvenes, nuestros textos a gentes mayores a que te ayuden a ver las cosas”.
Notas
[1] Leñero, Vicente, ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? Entrevista en un acto, México, Universidad de Guadalajara-Proceso, 80 pp.

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