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ÁLVARO PIERRI CON LA ORQUESTA SINFÓNICA DEL SODRE


¿LEONCITOS A MÍ?

H. G. V.

Ayer, sábado 26 de setiembre de 2015, presenciamos un Concierto de la Temporada Sinfónica que tenía un atractivo absolutamente infrecuente en la Toldería de Tontovideo: la presencia de Álvaro Pierri interpretando el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, bajo la dirección de la uruguaya Gisele Buka Ben-Dor que, por supuesto, tampoco trabaja casi nunca en nuestro país.

Antes de comenzar el espectáculo, un representante de los escasos músicos de la sinfónica del SODRE con cargo apenas semiefectivo (los demás son free-lance) leyó una proclama reivindicativa de los derechos endémicamente postergados (desde el período dictatorial hasta la fecha) por las distintas administraciones democráticas, y la gente no tuvo más remedio que aplaudir aunque la cosa era para llorar, realmente.

(Claro que la televisión ya nos tiene tan acostumbrados a digerir resúmenes de la jornada donde los cataratas de sangre desbordan los ascensores como en la legendaria película de Kubrick, que a esta altura los crímenes culturales ni siquiera nos impresionan demasiado.)

Pero lo que nos interesa analizar en esta paginita es el calado revolucionario que alcanzó ayer la actuación del mayor guitarrista clásico de todos los tiempos, obteniendo una recepción popular tan intensa como la que provocaron los goles de Forlán y de Suárez en los dos últimos mundiales.

A veces le toca ganar al pueblo y no hay trogloditismos ni anquilosamientos dirigenciales que puedan evitarlo.

Señalemos, antes que nada, que en el programa del concierto ya aparecía (muy bien disimulada, como siempre) la impronta masónica de los ocultamientos de la verdad, y el público apenas pudo leer que el segundo movimiento del Concierto de Aranjuez “se presenta como el vehículo del cuestionamiento que el compositor hace a dios” por su hijo nacido muerto en 1939.

1) Joaquín Rodrigo era profundamente católico y escribía Dios con mayúscula. Ni don Pepe Batlle se hubiese animado a perpetrar un guillotinamiento laico con el sobretodo tan suelto del cuerpo.

2) La parte del memorable Adagio donde Rodrigo clama a Dios (como le pasó a Job, para citar uno de los más significativos arquetipos del Antiguo Testamento) es una furibunda oración donde pide que su agónica esposa, por lo menos, se salve. Y se salvó.

3) El propio Joaquín Rodrigo contaba que después de la dostoievskiana y aterremotada sublevación insuperablemente interpretada por Pierri, pudo escuchar a Dios. Y es ahí donde se produce la sublime (para hablarlo en Levrero) apertura orquestal que le abriga los huesos a cualquiera.

Y puedo asegurar que la hipnosis provocada por esta excepcional versión de Aranjuez debe haber conmovido hasta a la mismísima Ministra de Cultura.

Pero Pierri no hubiera podido desatar esa magia todopoderosa (o mejor: sobrehumana)  del Adagio si en la década de los 80 no hubiese concebido una versión del Estudio Nº 12 de Villa-lobos que es, sin lugar a dudas, el mayor hallazgo de su carrera.

Y se trataba de la cuajadura de una indecencia antiacadémica y escandalosa y desalmidonada  capaz de usar el restallado con un sentido casi ametrallante y la uña del índice como eventual rascadero percusivo, logrando imbricar la agonía y el éxtasis en una sola fase de textura energética capaz de condensar y tensar la polaridad de la dinámica y el ritmo hasta generar una especie de paradoja de Moeubius donde se arcoirisa el salto hacia una nueva trascendencia.

Pero fue recién en 1994 que Álvaro Pierri empezó a tocar esa versión en los teatros uruguayos. Y cuando le pregunté en un reportaje por qué había demorado tantos años en mostrarla recibí una respuesta de ping-pong: ¿Vos te creés que yo soy un payaso? Y además te aclaro que mientras fue apareciendo esta manera de encarar la obra tuve unos vértigos terribles hasta que un día me concentré y pude imaginarme a Villa-Lobos escuchándome y sentí que al final él se hubiera levantado para darme un abrazo. Pero en Montevideo no hubo más remedio que ser muy prudente y esperar que el ambiente lo asimilara. Y no te hablo del público en general, por supuesto, al que le llegás o no le llegás. Te hablo de los prejuicios intelectualoides. Vos me entendés.

Y ayer, sábado 26 de setiembre de 2015, Álvaro Pierri tocó una sola pieza fuera de programa, y fue el Estudio Nº 12 de Villa-Lobos.

Y su pueblo voló.

No es loco, sino atrevido -le respondió Sancho al Caballero del Verde Gabán cuando Don Quijote sacó su espada y se atrevió a abrir la jaula del león para desafiarlo a salir y la gigantesca fiera muerta de hambre prefirió no enfrentarlo.

Lo que quiere decir que cuando nuestro guitarrista concibió, con menos de 30 años, el trenzamiento tsunámico y disparatado con su dolorazo (para hablarlo en Vallejo) y su propia conciencia le advirtió que era muy peligroso espantar a los demonios íntimos nada más que con el filo de un instrumento y la fe en Dulcinea, debe haberse contestado a sí mismo lo que Don Quijote aulló frente al horror del mundo:

-¿Leoncitos a mí?

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