jueves

LA TIERRA PURPÚREA (22) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


VI / TOLOSA (1)

Pasé varios días en la “colonia”, y supongo que la vida que llevaba tuvo un efecto desmoralizador, pues, por desagradable que fuese, cada día me sentía menos y menos inclinado a abandonarla, y, a veces, aun pensaba establecerme ahí yo mismo. No obstante, esta estrambótica idea me venía por lo general al anochecer, después de haberme permitido beber demasiada caña con té, combinación que muy pronto volvería loco a cualquiera.

Una tarde, en una de nuestras festivas reuniones, se decidió hacer una excursión al pueblecito de Tolosa, como a unas seis leguas al este de la “colonia”. Al día siguiente, nos pudimos en marcha, cada uno con su revólver al cinto y provisto de un grueso poncho con que abrigarse, pues era costumbre de los “colonos”, cuando iban a Tolosa, pasar la noche allí. Nos alojamos en una espaciosa posada en el centro del miserable pueblucho, donde se daba alojamiento tanto al hombre como también a las bestias, con la diferencia de que estas últimas eran siempre mejor servidas. Muy luego descubrí que el principal objeto de nuestra vida era el de variar el entretenimiento de beber caña y fumar en la “colonia”, haciéndolo, en cambio, en Tolosa. La borrachera siguió su curso hasta la hora de acostarse, cuando el único sobrio de nuestra comitiva era yo, pues había pasado la mayor parte de la tarde andando por la población y hablando con sus moradores, en la esperanza de oír algo que pudiera serme útil en mi busca de alguna ocupación. Pero las mujeres y los viejos que encontré me dieron muy pocas esperanzas. Parecía ser un conjunto de gente muy omisa el de Tolosa, y cuando les pregunté qué hacían para ganarse la vida, respondieron que estaban esperando. Su tema principal de conversación era la visita, a su pueblo, de mis compatriotas. Ellos consideraban a estos comarcanos ingleses como seres extraños y peligrosos que no tomaban ningún alimento sólido, sino que se sustentaban de una mezcla de caña con pólvora (que era la verdad) (3) y que iban armados con unas máquinas mortíferas que llamaban revólveres, inventadas para ellos por su padre el demonio. Las experiencias del día me convencieron de que la colonia inglesa tenía su razón de ser, puesto que sus periódicas visitas proporcionaban a la buena gente de Tolosa un poco de saludable animación en los tristes intervalos de una revolución a otra.

Por la noche, nos reunimos en una espaciosa pieza con suelo apisonado, en la cual no había ni un solo mueble. Nuestras monturas, pellones, cojinillos y ponchos estaban todos apilados en un rincón, y el que quisiese acostarse a dormir debía él mismo prepararse su cama con su propio recado y poncho. Para mí, esta experiencia no ofrecía ninguna novedad, de modo que luego me arreglé un confortable nido en el suelo y sacándome las botas, me arrollé como un mataco que jamás ha conocido nada mejor y que tiene, además, estrecha amistad con las pulgas. Pero mis compañeros, habiéndose provisto de tres o cuatro botellas de caña, parecía estar dispuestos a pasar toda la noche bebiendo. Después de alguna conversación y uno que otro canto, un señor Chillingworth se puso de pie y pidió la palabra:

-¡Señores! -dijo, adelantándose al Centro de la pieza, donde, a fuerza de mover los brazos de vez en cuando, para balancearse, consiguió mantenerse, más o menos, en una posición erguida-, voy a hacer un… un…, ¿cómo se llama?

Este anuncio fue recibido con grandes aplausos y vivas, mientras que uno de los oyentes, arrebatado de entusiasmo con la expectativa de oír las elocuentes palabras de su amigo, disparó su revólver al techo, armando una confusión de mil demonios entre una legión de arañas de patas largas que ocupaban las polvorientas telas sobre nuestras cabezas.

Yo temía que esta jarana alborotara a todo el pueblo de Tolosa, pero me aseguraron que siempre disparaban sus revólveres en esa pieza y que nadie les molestaba, siendo ya tan conocidos.

-¡Señores! -continuó el señor Chillingworth, cuando, por último húbose restablecido el orden-, he estado cavi-lando, es eso lo que he estado haciendo. Pues bien, revisemos la situación. Aquí formamos nosotros, señores, una colonia de caballeros ingleses; estamos, ¿no es verdad?, lejos de nuestros hogares y nuestra patria y todo lo demás. ¿Cómo es que dice el poeta? Probablemente alguno de ustedes recordará el pasaje. ¡Pero, señores!, ¿con qué objeto estamos aquí? Es eso lo que les voy a explicar. Pues, señores, estamos aquí para infundir un poco de nuestra energía anglosajona y todo eso en este viejo tarro de lata de país.

Aquí el orador fue animado por salvas de estrepitosos aplausos.

-Ahora, señores, ¿no encuentran ustedes que es muy duro…, excesivamente duro, que hagan tan poco caso de nosotros? Yo lo siento, señores, lo… siento profundamente; nuestras vidas aquí… están perdiéndose. No sé si ustedes se dan cuenta de ello o no. Como ustedes saben muy bien, nosotros no somos de los que andan con la cara larga. Formamos una fuerte combinación contra el esplín, ¿no es así? Pues, a veces, señores, yo siento, por decirlo sí, que toda la caña del pueblucho de Tolosa… no es suficiente para ahuyentarlo completamente. No pu… puedo menos de pensar en aquellos días felices al otro lado del agua. ¡N… no me miren ustedes como si creyesen que… fuera a soltar el llanto! ¡N… nada de eso! ¡No crean por un momento que vaya a ponerme en ridículo! Pero lo que quiero que ustedes me digan es esto: ¿Vamos a seguir em… emborrachándonos bestialmente con caña durante el resto de nuestras vidas? ¡Pe… perdón, señores!, no era realmente lo que quería decir. La caña es casi la única cosa decente que se encuentra en este lugar… y ella es la que nos mantiene vivos. ¡Que nadie se atreva a decir una sola palabra en contra de la caña, o le llamaré grandísimo tonto de remate! Yo me refería, señores, más bien al país, a este m… maldito país. ¡No hay cricket ni sociedad, ni cerveza Bass ni nada. ¡Imagínense, señores, lo que habría pasado si nos hubiésemos ido con nuestro capital y nuestra energía al Canadá! ¡Cómo nos habrían recibido con los brazos abiertos! Y aquí, ¿qué laya de recibimiento nos han hecho? Pues, señores, lo que propongo hacer es protestar… formalmente. Elevaremos una… una… ¿cómo se llama?... a lo que llaman su gobierno. Daremos a conocer nuestro caso a esa cosa, señores, e insistiremos y nos pondremos firmes; eso es lo que vamos a hacer, ¿no es así? ¿Cómo es posible, señores, que vayamos a vivir entre estos miserables macacos y darnos las ventajas de nuestros… sí, señores, de nuestro capital y energía, sin sacar algún provecho? No, señores, ¡eso sí que no! Debemos hacerles comprender que no… no estamos para eso y que nos enojaremos de veras. Creo, señores, que esto es t… todo los que les tengo que decir…

Hubo ruidosos aplausos durante los cuales el orador se sentó de improviso en el suelo. Entonces todo entonaron “Rule Britannia”, cantando que se mataban y haciendo una bulla de mil demonios.


Notas

(3) Quizás aluda el autor al té que se llama en inglés “gunpowder tea”, o té pólvora. – N. del T.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+