viernes

LA TIERRA PURPÚREA (21) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON



V / UNA COLONIA DE CABALLEROS INGLESES (4)

Aceptamos gustosos su convite, y montando nuestros caballos, partimos al galope en pos del capataz y sus peones. Luego alcanzamos un pequeño grupo de hacienda vacuna; el capataz se lanzó tras él, y preparando primero su lazo, lo arrojó diestramente sobre los cuernos de una vaquillona gorda que había escogido, lanzándose en seguida a correr como una flecha hacia la casa. La vaquillona, acosada por los peones que la seguían muy de cerca, echó a correr, precipitadamente, bramando de rabia y dolor, y esforzándose por alcanzar al capataz que se mantenía justamente fuera del alcance de sus astas, y así, muy pronto, llegamos a la casa. Luego, uno de los peones arrojó el lazo y le enlazó una de las patas traseras; tirada de acá y allá, la sujetaron luego; apeándose ahora los otros peones, primero la desjarretaron y después le hundieron un largo cuchillo en la garganta. Sin cuerearla, descuartizaron la res inmediatamente y echaron las mejores presas dentro de un gran fuego que uno de los peones había preparado. Una hora después, todos nos sentamos a un banquete de carne con cuero, tierna y de exquisito sabor. Debo advertir al lector inglés acostumbrado a comer carne y caza que se ha colgado hasta ponerse tierna, que antes de llegar a ese estado, se ha endurecido primero. Toda carne, incluso la caza, nunca es tan tierna y de tan buen sabor como cuando se cocina y se come luego de matarse el animal o ave. Comparándola con la carne en cualquier estado subsiguiente, es como comparar un huevo recién puesto o un salmón recién sacado del agua, con un huevo o salmón que se ha guardado una semana.

Gozamos enormemente de nuestra comilona, aunque el capitán Cloud se lamentaba con amargura de que no tuviésemos ni caña ni té con que bajarla. Cuando le dimos las gracias a nuestro convidante, y estábamos por volvernos a casa, el amable capataz se adelantó otra vez y nos dirigió la palabra:

-¡Señores -dijo-, cuando ustedes quieran cazar zorros otra vez, vengan pa acá y en cambio lazaremos una vaquillona y la asaremos sobre el mesmo cuero. Es el mejor plato que puede la república ofrecerle a los estranjeros y me dará mucho gusto festejarlos; pero les ruego, señores, que no cacen más zorros en el terreno que pertenece a esta estancia, porque han alborotao el ganado que tengo a mi cargo, de tal manera, que mis piones necesitarán dos o tres días pa repuntarlo y traerlo todo de güelta otra vez.

Dimos la deseada promesa, viendo claramente que la caza de zorros a la inglesa no era un sport que pudiera adaptarse en la Banda Oriental. Entonces volvimos a la “colonia” y pasamos el resto del día en casa del señor Girling, uno de los “ilustres cuatro”, bebiendo caña con té, fumando innumerables pipas de Cavendish y discurriendo sobre la caza de zorro que habíamos tenido.

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