(Separata de ESCRITURA, XII, 23-24, Caracas, enero-diciembre 1987. Este texto fue incluido en el Dossier Uruguay que publicó la revista italiana Cubana Nº 35 en 1989. La compilación estuvo a cargo de Rosa Maria Grillo, que en Sei domande a sette scrittori entrevistó a Amanda Berenguer, Saúl Ibargoyen, Miguel Ángel Campodónico, Jorge Arbeleche, Diana Correa, Hugo Giovanetti Viola y Fernando Loustaunau.)
O.O. Hacia los años 40 y básicamente con la publicación por Onetti de El pozo (1939), ocurre una fisura en el modelo narrativo que en Uruguay había imperado hasta entonces. Ese modelo era en lo fundamental, un traslado de las pautas de la literatura realista europea del siglo XIX. Quiero decir pues, que las leyes que habían regido las obras de Balzac, Flaubert, Zola (es indiferente a esta cuestión, la distinción entre realismo y naturalismo), Galdós, etc., sistematizaban también el relato uruguayo. Ese corpus de soluciones organizativas, conformaba, entre otros también citables por supuesto, los trabajos de Acevedo Díaz, Viana, Reyles. Morosoli y Espinola.
Naturalmente que ya a mediados del siglo, tales caminos del arte del relato, que más adelante se verán sintéticamente, surgidos para expresar una época y una cultura determinadas, resultaban insuficientes respecto de nuestro marco de transformaciones socioculturales. Era ya imposible por esa vía, constituir una alternativa literaria que expresara y dialécticamente, ella misma constituyera, los nuevos y complejos registros de la sociedad contemporánea.
Los registros de una contemporaneidad, que por lo menos en el ámbito uruguayo, se había visto duramente afectada en sus proyectos liberales por el impacto de la II Guerra Mundial y por la Guerra de España, así como por lo dudoso del propio camino para el desarrollo, marginado como lo estaba de ciertos despliegues necesarios, tales como la producción de bienes de producción. (Un caso típico de este último problema y digno de plantearse aquí, es la no producción de una flota pesquera, hecho que tendrá su expresión mediatizada y artística en El astillero, 1961).
En ese momento se da la escritura de El pozo, como decía, toda una grieta y una fisura estructural en el canon narrativo dominante. Más aun, con ella se instituyen algunos de los rasgos distintivos de un nuevo modo ficcional. Para demostrarlo es suficiente recordar que El pozo incorpora sistemáticamente en la narrativa uruguaya el metalenguaje, es decir, la escritura cuyo sujeto especular es el mismo acto de escribir. O sea, el discurso que introduce su propia glosa. (1)
Porque eso es lo que pasa en efecto, cuando Eladio Linacero, sujeto de ficción como es obvio, vive su peripecia, lo que incluye evocar su pasado, constituir sus “extraordinarias confesiones” y producir un segundo nivel en la historia, con la presencia de sus propias novelas (“toda aquella papelería que llenaba mis valijas”). (2)
Al resolverse de ese modo la organización del sistema, el mundo creado y formulado en tanto que texto, se sitúa sin duda, en el polo opuesto al fijado por el conocido “todo es verdad”, del narrador de Papá Goriot. Lo cierto es, que a través de este caso ejemplificador los conceptos a retener son, que toda una clase de relatos rigió sin variantes decisivas en nuestra literatura desde Acevedo Díaz hasta la década de los 40. (3) A partir de entonces, surge esta modalidad que he denominado de la ruptura y cuya expansión ocurre progresivamente hasta llegar al presente, en carácter de tendencia francamente dominante. Precisamente, indicar los aspectos más salientes de esta línea, es la finalidad de esta presentación. Por lo pronto, lo dicho deja en claro, que se trata entre otras cosas, de la puesta en cuestión del modelo del arte del relato, que cargado de residuos grecolatinos llega de Europa a América Latina en el curso del siglo XIX; de la puesta en duda de la necesidad de producir la ilusión de lo real. En cambio, se tiende ahora a privilegiar el proceso mismo de la enunciación, el acto de ficcionar.
Notas
(1) Por oposición al lenguaje que “habla de los objetos” (ej.: el termómetro marca veinte grados), Jacobson describe al lenguaje que se refiere al propio lenguaje, es decir, que introduce su propia “glosa”. Es lo que hace el personaje de Onetti en El pozo, cuando informa sobre su propia novela, Cf. Jacobson, R., Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral, 1981, p. 357; Block, L., “La comunicación cinematográfica”, en Maldoror, 15, 1980, pp. 47-49; Cosse, R., “La dualidad poético-referencial en Borges, el último laberinto, Montevideo, Linardi y Risso, 1987 (R. Cosse, Comp.), pp. 120-124.
(2) Onetti, J.C., El pozo, Madrid, Aguilar (ob. cit.), 1979, pp. 73 y 76.
(3) Balzac, H., Papá Goriot, Buenos Aires, Sopena, 1954, p. 7.
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