miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS





La segunda fase: El desmembramiento (1)

En la segunda fase del cuento los padres regresan a casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. A los tres años el demonio se presenta para llevarse a la hija. Ésta se ha bañado y se ha puesto una túnica blanca. Se sitúa en el centro del níveo círculo de tiza que ha trazado a su alrededor. Cuando el demonio se inclina hacia ella para agarrarla, una fuerza invisible lo arroja al otro lado del patio. Entonces el demonio le ordena que no se bañe y ella se convierte en una especie de bestia. Pero las lágrimas le mojan las manos y el demonio tampoco la puede tocar. Entonces este ordena al padre que le corte las manos para que no pueda limpiárselas con las lágrimas. Su padre la mutila y así termina la vida que ella había conocido hasta entonces. Pero llora sobre los muñones de sus brazos y, al no poder apoderarse de ella, el demonio se da por vencido.

La hija lo hace extremadamente bien teniendo en cuenta las circunstancias. Pero nos quedamos como petrificadas cuando superamos esta fase, nos damos cuenta de lo que nos han hecho y nos percatamos de que hemos cedido a la voluntad del depredador y del atemorizado padre y por esta causa nos hemos quedado mancas.

A continuación, el espíritu reacciona moviéndose cuando nosotras nos movemos, inclinándose hacia delante cuando nosotras lo hacemos, caminando cuando caminamos, pero lo hace todo sin la menor sensibilidad. Nos quedamos petrificadas cuando nos damos cuenta de lo que ha ocurrido y nos horroriza tener que cumplir el pacto. Creemos que nuestras estructuras paternales internas tienen que permanecer en perenne estado de alerta, reaccionar como es debido y proteger a la floreciente psique. Pero ahora vemos lo que sucede cuando no lo hacen.

Transcurren tres años entre la concertación del pacto y el regreso del demonio. Estos tres años representan el período en el que la mujer no tiene clara conciencia de que el sacrificio es ella misma. Ella es la quemada ofrenda que se hace a cambio de un acuerdo desventajoso. En la mitología el período de tres años es el que precede a un creciente impulso trascendental, como, por ejemplo, los tres años de invierno que preceden a Ragnarok, el Crepúsculo de los Dioses en la mitología escandinava. En los mitos de esta clase, transcurren tres años de algo y después se produce una destrucción y de las ruinas nace un nuevo mundo de paz (7).

Este número de años simboliza el período en el que una mujer se pregunta qué le va a suceder ahora y no sabe si aquello que más teme -ser totalmente arrastrada por una fuerza destructora- llegará a ocurrir realmente. El símbolo del tres en los cuentos de hadas sigue esta pauta: El primer intento no es válido. El segundo intento tampoco. Y, a la tercera, va la vencida.

Muy pronto se hace acopio de suficiente energía y se levanta el suficiente viento del alma como para que la embarcación de la psique zarpe y se aleje. Lao-tse (8) dice: "De uno vienen dos y de dos, tres. Y de tres vienen diez mil." Cuando llegamos a la multiplicación del tres de algo, es decir, al momento de la transformación, los átomos empiezan a brincar y allí donde antes sólo había laxitud se produce la locomoción.

El hecho de quedarse tres años sin marido puede simbolizar el período de incubación de la psique, en el que el hecho de tener otra relación sería demasiado difícil y nos distraería demasiado. La misión de estos tres años es la de ayudarnos a fortalecernos todo lo que podamos, a utilizar en provecho propio todos los recursos de la psique y a adquirir la mayor conciencia posible. Lo cual supone salir de nuestro sufrimiento para ver lo que ste significa, cómo actúa, qué pauta está siguiendo, estudiar a otras personas que, siguiendo la misma pauta, hayan conseguido superarlo todo e imitar aquello que tiene sentido para nosotras.

Esta observación de las situaciones apuradas y las soluciones a que han llegado otras personas es la que induce a una mujer a quedarse en sí misma, y así es como debe ser, pues, tal como vemos más adelante en el cuento, la tarea de la doncella es encontrar al esposo en el mundo subterráneo, no en el de arriba.

Las mujeres ven retrospectivamente la preparación del descenso de su iniciación que abarca unos largos períodos de tiempo, a veces años, hasta que finalmente y de golpe se arrojan desde el borde a los rápidos, a menudo empujadas, aunque algunas veces también por propia iniciativa, lanzándose con donaire desde el acantilado. No obstante, esto último no es muy frecuente.

Este período de tiempo se caracteriza a menudo por el tedio. Las mujeres suelen comentar que no saben muy bien lo que quieren, si un trabajo, un amante, un poco más de tiempo, una actividad creativa. Les cuesta concentrarse. Les cuesta llevar a cabo una labor productiva. Esta inquietud nerviosa es típica de la fase de desarrollo espiritual. Sólo el tiempo, y en una fecha no muy lejana, nos llevará hasta el borde, desde el que tenemos que caer, saltar o lanzarnos.

En este punto del cuento vemos una reminiscencia de las antiguas religiones nocturnas. La joven se baña, se viste de blanco, traza un círculo de tiza a su alrededor. El hecho de bañarse -la purificación-, ponerse la túnica blanca -el atuendo propio del descenso a la tierra de los muertos- y trazar un círculo de protección mágica -el pensamiento sagrado- a su alrededor, es un antiguo ritual de diosas. Todo eso la doncella lo hace en una especie de estado hipnótico, como si estuviera recibiendo instrucciones desde una época muy distante.

Notas

(7) En otros cuentos el tres representa una culminación de intensos esfuerzos y se puede interpretar como el sacrificio que culmina en una nueva vida.
(8) Lao-tse, antiguo filósofo y poeta. Véase Tao Te Ching (Londres, The Buddhist Society, 1948). La obra ha sido publicada por muchos editores en muchas traducciones

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