Philippe Berger considera que el agua en sus múltiples variaciones constituye “la espina dorsal del discurso” de las Soledades. Góngora, escribe, nos sumerge en “el universo líquido del poema” y nos transporta a través de su corriente (11-14). Seguimos a su protagonista náufrago a través de un “golfo de sombras”, o en las arenas de una “Libia de ondas”, o admirando a aquellas montañesas que bailan a lo largo de un “perezoso arroyo al paso lento”, o junto a una marina de “alas batiendo líquidas”; toda una gama de espacios sinestésicos, donde el agua, aun sedienta, prevalece. De manera lateral, Quevedo dejó plasmada esta persistente lucha a través de las edades entre el agua barroca y la roca clásica en el bien conocido poema:
Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas;
cadáver son las que ostentó murallas,
y tumba de sí propio el Aventino.
Yace donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que blasón latino.
Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya, sepoltura,
la llora con funesto son doliente.
¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura. (16)
Triunfa el agua, que bien también riega en su momento sus muros, ahora llora a la ciudad ‘letrada’, ya sepultura, limada por el tiempo y la batalla de las edades. Extendiendo la significación del poema, podríamos considerar que la roca que levanta las pétreas murallas del edificio académico e imperial, la construcción ideológica del poder inamovible, que intenta negar ese “vivir de apetito o impulsión de metamorfosis” (Lezama Lima, “Sierpe”: 37), termina en ruinas, convertida en cadáver, vestigio de su propia erosión. Ciudad amurallada, lengua fija, roca de cementerio: tumba. Y de isla en isla, inundando el lenguaje con esos paréntesis frondosos de imágenes fluidas, líquidas y moduladas, el sistema poético de la palabra barroca intenta huir fugitivo, imposible de reducción, evadiendo la normatividad de la razón pura y, por lo tanto, permanece. Roma es España, y es la academia, y es cualquier intento ideológico imperial o colonial que procura legitimarse y perdurar por imposición, deteniendo la fluidez, las formas abiertas y plurales, acuosas, de la lengua y de las islas frondosas de pensamiento que el barroco infunde y difunde en los goznes de las palabras, en su raíz sinuosa, como juego y fuente de creación en movimiento perpetuo, como el agua.
Notas
(16) Énfasis nuestro.
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