martes

LA TIERRA PURPÚREA (17) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


IV / LA ESTANCIA DE LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS (4)


Cuando el debilitamiento causado por la furia, el dolor y la pérdida de sangre por fin lo hicieron callar, la vieja negra se volvió contra él, gritándole que bien merecía haber sido castigado, pues, ¿no fue él quien, a pesar de sus oportunas advertencias, les había prestado el lazo a aquel par de herejes -que así nos llamaba- para lazar una vaca? Pues bien, había perdido su lazo; entonces sus amigos, con la gratitud que sólo puede esperarse de los que beben leche, se habían vuelto contra él y por poco no lo matan.

Después de la cena, el capataz me llevó aparte y de un modo exclusivamente amistoso y con muchos rodeos, me aconsejó que me fuera de la estancia, pues no estaba seguro quedándome. Le contesté que la culpa no era mía, había pegado solo en defensa propia; además, que había sido enviado a la estancia por una persona amiga del mayordomo, y que estaba resuelto a verle y darle mi versión de lo sucedido.

El capataz se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.

Por último, volvió don Policarpo, y cuando le conté la historia, se rió un poco, pero no dijo nada. Por la noche le hice recordar la carta que le había traído de Montevideo, preguntándole, al mismo tiempo, si era su intención darme algún trabajo en la estancia.

-Vea, amigo -replicó-, emplearlo a usté ahora sería inútil, por muy valiosos que fueran sus servicios, pues la autoridá ya debe haber tenido noticias de su pelea con Blas. Puede contar con que en unos pocos días vendrán aquí a indagar el asunto, y es probable que los lleven a los dos, a usté y a Blas, y los pongan en la cárcel.

-¿Qué aconseja usted entonces que yo haga?

Me contestó que cuando le preguntó el avestruz al venado qué le aconsejaba que hiciera cuando se aparecieran los cazadores, el venado había respondido: “¡Arranque!”

Reí de su bonito apólogo y le dije que no creía que las autoridades se preocupasen de mí, y además, que yo no era aficionado a arrancar.

Cejas, que hasta aquí había estado inclinado a apoyarme y a tomarme bajo su protección, se puso ahora muy caluroso en su trato; este era acompañado de cierta deferencia cuando estábamos solos, pero al haber otros presentes, le gustaba hacer gala de su intimidad conmigo. Al principio, lo que pudiera significar este cambio en su modo de tratarme, pro luego me llevó misteriosamente a un lado y mostrándose muy confidente, dijo:

-No se preocupe más de Barbudo. Nunca jamás se atreverá a levantarle la mano a usté otra vez; y si usté condesciende en hablarle amablemente, será su más humilde esclavo y se considerará muy honrao si usté se limpia sus dedos mugrientos en su barba. No le haga caso a lo que le diga el mayordomo; él también le tiene miedo. Si la autoridad se lo llevan, será sólo pa ver cuánto les va a dar; no lo detendrán por mucho tiempo, porque usté es extranjero, y no pueden hacerlo servir en el ejército. Pero cuando lo pongan en libertá es preciso que usté mate a alguien.

Asombrado sobremanera, le pregunté por qué.

-Vea -me dijo -, su reputación de valiente está ya establecida en este departamento, y no hay cosa que los hombres envidien más. Es lo mesmo que en nuestro juego de pato, en que tuitos persiguen al hombre que se lleva el pato y no dejan de perseguirlo hasta que ha probao que puede guardarlo. Hay varios valientes a quienes usté no conoce, que están risueltos a buscarle camorra pa probar su valentía. En la próxima pelea que tenga, no debe sólo herir, sino matar, o no lo dejarán tranquilo.

Me inquietó en extremo este resultado de mi afortunada victoria sobre Blas el Barbudo, y no podía apreciar la haya de grandeza que mi solícito amigo Claro parecía estar tan empeñado en que yo aceptara. Era, por cierto, halagador oír decir que yo había establecido mi reputación de valiente en un departamento tan belicoso como Paysandú, pro al mismo tiempo las consecuencias a que daba lugar, eran, por así decir, harto desagradables; de modo que agradeciéndole a Cejas su amistosa indirecta, resolví dejar la estanca inmediatamente. No huiría de las autoridades, puesto que yo no era ningún malhechor, pero si me alejaría de la necesidad de matar gente, siendo amante de la paz y del sosiego. Y temprano, a la mañana siguiente, con gran desplace de mi amigo Cejas y sin contarle mis planes a nadie, monte mi caballo y dejé el Asilo de los Desamparados para seguir mis aventuras en otra parte.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+