por Nelson Díaz
(reportaje recuperado de El País / 12-11-04)
SEGUNDA ENTREGA (para leer la primer entrega click aquí)
Hay un enfoque interesante que planteás en tu trabajo. Afirmás que el Conde Lautréamont está por fuera de todas “las narraciones de la Historia”. Personalmente creo que desde el vértigo de su escritura reivindica su derecho a morir en la hoguera.
Sí, está muy bien eso. Es más, te diría a morir crucificado. Él cumplió una misión en esta vida. ¿Qué tan consciente era de la misión que tenía que cumplir? Yo no lo sé. Creo que Ducasse no era demasiado consciente de eso. Tal vez el Conde sí era consciente de eso y, si así fue, ejecutó ese martirio con todas las de la ley. No le ahorró nada a nadie, ni a sí mismo. Ahí hay una lección de autenticidad intelectual y artística que también es el secreto de su permanencia. Hay una capacidad del Conde de decir sin estar. Cuando la cultura contemporánea, y la cultura montevideana -que en definitiva es la patria del Conde-, se caracterizan exactamente por lo contrario. Por estar sin decir. Con respecto a la marginalidad, creo que está marcada por algo que a mí me preocupa mucho. Y que es la problematización en una sociedad que se ha dedicado culturalmente a desproblematizar. Actualmente hay una marcada tendencia a eso. O dicho de otra manera, a la esquematización simplista. Esto tal vez sea el sentido último de este trabajo: tratar de entender una problematización. Creo que Lautréamont, incluso con esa especie de gran estandarte que fue su fracaso, lo que nos muestra es que el camino es justamente la problematización. Entender la vida y la producción cultural como un problema.
¿Y qué pensás de ese juego de palabras, especie de anagrama, que algunos biógrafos ven en que Lautréamont significaría “el otro quedó en Montevideo”?
Para decirlo con dos palabras: una boludez. No hace a la cuestión. Sí creo más importante la referencia que él hace a Montevideo y a su origen montevideano en los Cantos… Todos se han centrado en lo interesante del punto de vista de la confirmación de la identidad del autor. Pero no se han interesado demasiado en decir por qué ese autor febril, totalmente despegado de la Tierra, se empeñó en poner ese origen y consignarlo en el libro. Creo que tenía muchos más vínculos con Montevideo que los que tradicionalmente la crítica ha señalado, exceptuando el trabajo de Rodríguez Monegal. De alguna manera, ese estilo tan renovador de las letras francesas que marcó era un estilo nacido de la imperfección del dominio del idioma.
Como recurso para introducirnos en el universo ducasseano utilizás la idea de un castillo habitado por el fantasma del Conde de Lautréamont donde jamás podremos ingresar.
Para mí no es metafórico. Acceder a la lectura de los Cantos… es ingresar en un territorio complicado, lleno de sitios que resultan desconcertantes. Ese es el gran desafío. Entrar sin sabe qué va a pasar; un juego en el cual, necesariamente, debemos participar.
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