por Nelson Díaz
(reportaje recuperado de El País / 12-11-04)
PRIMERA ENTREGA
El periodista y escritor Fernando Butazzoni (Montevideo, 1953), autor de Príncipe de la muerte (1993). La noche en que Gardel lloró en mi alcoba (1996). Mendoza miente (1998) y Libro de brujas (2001), entre otros, acaba de publicar Alabanza de los reinos imaginarios, ensayo donde indaga en la efímera y misteriosa vida de Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautréamont (1846-1870) y los Cantos de Maldoror, uno de los textos más intensos, herméticos y removedores jamás escritos.
UN LIBRO PROFÉTICO
Introducirse en los Cantos de Maldoror parece una tarea titánica. ¿Qué te llevó a escribir este ensayo y de qué perspectiva partiste?
Te diría que fue una tarea condenada al fracaso de antemano. Básicamente lo que había adentro mío era un signo de interrogación con respecto con al fenómeno. Signo de interrogación que aun persiste luego de haber concluido el libro que no es el resultado de una investigación, sino que de alguna manera es parte de esta. Desde mi adolescencia siempre existió esa gran interrogante con respecto a su figura y a ese libro que nunca terminé de entender, de capturar. Creo también, y lo digo seriamente, que es un libro que tiene un don profético importante. Hay varios fragmentos del libro que no veo cómo se pudieron haber escrito o cómo se pueden explicar si no es a través de ese don profético. Por ejemplo, Lautréamont habla de dos torres, del valle de la muerte y del dolor y la sangre que va a provocar aquel que quiera multiplicar esas dos torres. Todos sabemos que para multiplicar hay que quebrar, hay que partir. A mí me dejan estupefacto esas cosas.
Lo que no hace otra cosa que alimentar esa aureola maldita y hermética que, consciente o no, se forjó Ducasse.
Claro; si a eso le sumamos que el tipo nació y se crió en Montevideo, viajó a Francia cuando tenía quince años, escribió este libro y después se murió. Y como remate, sus restos desaparecieron. No queda nada. Ni siquiera hay una foto fiable de él. En realidad de su vida se sabe muy poco. Tan poco que ha habido especulaciones de todo tipo. Hasta su presunta homosexualidad. Es un fenómeno muy extraño que, llegado a cierto grado de madurez espiritual de mi vida, consideré apropiado tratar de entender mejor.
Es como si deliberadamente se hubiera encargado de no dejar rastros de su pasaje por la Tierra. O tal vez los Cantos… sea la Poesía, con mayúscula, en su estado más puro.
Él además reivindicó de manera expresa la propiedad genérica de toda la producción literaria. Es más, los Cantos… están hechos con muchos plagios. Consideraba que nada era de nadie, que una obra no era del que la había escrito. En ese sentido, y tal vez premonitoriamente, encapsuló su propia obra de manera suficiente para que pudiera perpetuarse, no sólo en el tiempo, sino en las culturas. Te confieso que adentrarme en ese trabajo me dio mucho miedo, por la propia leyenda negra, porque te cuestiona y replantea muchas cosas. Y me dio mucho miedo porque el libro es, a mi juicio, profundamente religioso.
En un pasaje de tu ensayo definís a los Cantos… como un libro que “nos lee a nosotros y se niega a ser leído”. Esa apreciación está ligada al misterio que envolvió la vida de Ducasse.
Porque siempre tuve la impresión de que el libro me leía a mí. Fue una especie de obsesión. Creo que más que un texto es un prototexto, una especie de sopa conceptual que va largando sustancias a medida que pasa al tiempo de cada uno de los lectores. El libro te absorbe, te chupa, en una gran máquina de anular. Y el miedo a ser anulado pesó a la hora de escribirlo.
ESA MALDITA TRINIDAD
Su obra, tan breve como intensa, escapa a todo tipo de etiquetas literarias. Los surrealistas, comenzando por Breton, lo erigieron como el creador de ese movimiento. No tardaron en llegar las teorías psicoanalíticas en torno a su psiquis y su supuesta locura.
Se ha analizado hasta el hartazgo desde el punto de vista psicoanalítico la escritura de los Cantos… y su significado. Pero no es menos cierto que son todas especulaciones. Hasta eso es fascinante. Creo que fue Pichon Rivière quien de manera más seria, pero también errónea, abordó el tema. Uno no sabe quién era el ser humano que estaba detrás de ese texto. Rodríguez Monegal, medio en broma y medio en serio, catalogaba a los escritores de acuerdo a qué tan buena o mala había sido su posteridad. En el caso del libro del Conde, pasa de estar herrumbrado en un sótano, a tener una especie de primer coleteo por 1890, que propicia que Rubén Darío lo rescate. Después vuelve a caer en el olvido y, posteriormente, lo rescatan los surrealistas. Finalmente, termina marcando muy fuertemente a los surrealistas y, sobre todo, a Dalí, al más surrealista de los surrealistas. Tengo la teoría de que la obra de Dalí es una proyección gráfica, visual, del libro del Conde.
En el ensayo planteás que el Conde Lautréamont desaparece con los Cantos de Maldoror y que Poésies, editado en 1870, pocos meses antes de su muerte, fueron escritas sí por Ducasse.
Exacto, y creo además que las poesías pretenden rectificar el rumbo de los Cantos… Él lo dice de manera muy expresa: ahora el señor Isidore Ducasse va a escribir poesía. El Conde desaparece, se evapora; nace en la proa del barco que surca el océano y muere con el ángel quemado. Lo que hay después es otra cosa. No es porque la poesía de Ducasse no tenga interés, es que hay un carácter único y excepcional en los Cantos…
De ahí tal vez que en la primera edición firmara con tres asteriscos.
Creo que la negación a poner su nombre en la primera edición era porque mencionaba algunas cosas, como su amigo Gazet, y había referencias que él suponía que podían agraviar o avergonzar a su padre. Es más, poco tiempo antes viene a Montevideo a pedirle plata al padre. Y consigue el dinero para la edición. Creo que él nunca tuvo conciencia de lo que iba a ser esa obra.
Un capítulo de tu libro está dedicado a la relación del autor con Dios…
Hay mucho de religiosidad en mi lectura personal de los Cantos… y creo que en el libro también. En definitiva, me parece que ahí hay un saber muy vinculado a la experiencia mística y religiosa y la lectura desde este enfoque es la que nos puede proporcionar algún saber acerca de lo que realmente está diciendo el Conde.
En un momento tu hablás de Maldoror, Ducasse y Lautréamont, como si se tratara de una trinidad maldita.
(Se ríe) Es más, el libro se iba a llamar Malauduc, haciendo una especie de juego entre Maldoror, Lautréamont y Ducasse.
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