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MARYSE RENAUD - LAS JUNGLAS DE LA VIOLENCIA Y LA VOCACIÓN DE ETERNIDAD


Maryse Renaud (Martinica, Antillas francesas, 1947) vive en Francia desde niña y fue catedrática de literatura hispanoamericana en la Universidad de Poitiers y responsable del Seminario de Literatura Latinoamericana del C.R.L.A. (Centre de Recherches Latino-Américaines).

En 1993 publicó A la búsqueda de una identidad (Edit. Proyección, Montevideo) que sigue siendo hasta la fecha el ensayo más abarcador y profundo que se ha realizado sobre la obra de Juan Carlos Onetti.

En el terreno de la ficción, Ediciones Corregidor de Buenos Aires publicó su cuentario En abril, infancias mil (2007) y las novelas El cuaderno granate (2009) y La mano en el canal (2012), a la que se suma ahora Junglas (Editorial Verbum, Madrid).

Maryse Renaud es corresponsal de elMontevideano Laboratorio de Artes, donde han aparecido numerosos artículos críticos dedicados a autores latinoamericanos de diferentes generaciones, como Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Gabriel García Márquez, Jorge Enrique Adoum, Mempo Giardinelli, Pablo Urbanyi y Hugo Giovanetti Viola.
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¿Cómo fue creciendo la plantita interior (para hablarlo en Felisberto Hernández) que terminó por proliferar en las junglas que se entrelazan insólitamente en tu tercera novela?

Ah, la plantita interior. Bueno. Fue creciendo poquito a poco, de modo irremediable.   ¿A qué se debe esta proliferación insólita de junglas en mi novela? Pues creo, primero, que a la plasticidad misma del vocablo, a su riqueza connotativa,  que me permitía combinar perfectamente sentido propio y sentido metafórico. Si partimos de la idea de que el mundo en el que está inmerso Cyril después de su decepción amorosa viene asimilado a  un lugar odioso lleno de asechanzas y brutalidades, ¿por qué no jugar entonces con el  estereotipo de la  “jungla”? Desempolvándolo, remozándolo, reescribiéndolo en función de las necesidades internas de la ficción -a saber, una novela de formación, de iniciación, humorística pero no desprovista de episodios trágicos y aleccionadores. La elección del vocablo jungla me pareció tanto más apropiada cuanto que la trama de Junglas tenía necesariamente que llevarnos a espacios selváticos tupidos, impenetrables, ásperos -en Martinica y en el Vietnam-. Así surge la jungla martiniquesa en el tiempo de la conquista de la isla por los franceses (1635), un espacio que me importaba evocar, reivindicar , con su respectiva población indígena de caribes y arahuacos, a los cuales apenas si presta atención la narrativa latinoamericana. De aztecas, incas, toltecas, mayas de la selva lacandona, de mapuches, por no citar más que éstos, se nos habla comúnmente. De caribes y arahuacos, casi nunca, que yo sepa. Con excepción del cubano Alejo Carpentier, que nos ha dejado en El siglo de las luces páginas inolvidables sobre el choque mortal entre “los hombres de la Cruz” (los españoles invasores)  y “los hombres del Tótem” (los caribes de las Pequeñas Antillas). Con excepción también de otro cubano, Lezama Lima, quien evoca muy oblicuamente la huella de las poblaciones precolombinas mediante el nombre de uno de sus personajes: José Cemí (“cemí” es una palabra taína). Esta jungla martiniquesa, como se irá dando cuenta el lector, alimentará la desatada y romántica imaginación de Cyril, brindándole un espacio compensatorio para el fantaseo amoroso. En cuanto a la jungla vietnamita, que se evoca en el relato intercalado sobre la Guerra del Vietnam,  es indisociable del pasado histórico de imperialismo y destrucción de los EEUU. Y si agregamos a estas junglas la metafórica jungla urbana neoyorquina, potente y vulnerable a la vez, en la que les toca veranear a los dos protagonistas, son  efectivamente tres las junglas en torno a las cuales se estructura la novela. Más que la “selva” arquetípica de América Latina, abundantemente transitada por la narrativa latinoamericana de los siglos anteriores y hasta por la poesía, me emocionó la “jungla”, ese vocablo abarcador (unión del sentido propio y del sentido metafórico, lo repito), tajante como una cuchllla, exótico a su manera, que ya va preparando fónicamente al lector a toda clase de asperezas,  brutalidades,  violencias, revelaciones inauditas y hasta terrores. No nos sorprendamos entonces de chocar efectivamente en estas tres junglas con formas diversificadas de esa violencia anclada en las mismas raíces de las sociedades humanas, en el destino mismo del hombre, al parecer. Quise internarme por  estas proliferantes junglas, disfrutarlas, desentrañar sus misterios, sus opacidades,  pero también  destacar sus aspectos más entrañables e inesperados. Al final algo nuevo, creo, surgirá de estas tres junglas convergentes por las que pasan los dos protagonistas, concreta o imaginariamente.


También puede ser que en esta ficción en la que se dan alusiones a la pintura, haya influido de modo muy confuso, muy remoto, totalmente inconsciente, la admiración que siento por el pintor cubano Wifredo Lam (existe justamente un cuadro suyo de 1943 titulado “La Jungla”, un hito en la pintura del Tercer Mundo, según los críticos de arte).  Tampoco se puede descartar el peso de ciertos datos autobiográficos: mis orígenes antillanos, el hecho de que resida en Francia desde niña y la nostalgia idealizadora de la que nunca escapa totalmente el ser objetivamente desarraigado.

¿Podemos definir a Junglas como una novela andante (para hablarlo en Malcolm Lowry) donde los personajes van percibiendo in situ la construcción de su definitivo mito identitario?

Efectivamente, es in situ, a través de sus singulares deambulaciones por la geografía contrastada de Nueva York como van percibiendo su propia identidad los protagonistas.  Lo mismo que en el Adán Buenosayres de Marechal la exploración de zonas variopintas (aquí el Bronx, Chinatown, Bowery, Little Italy, etc.) va de la mano con la revelación de una humanidad compleja, distinta y similar, que, de alguna manera, les permite a Cyril y Bastien captar mejor sus propios perfiles y hasta asomarse a aspectos de sus vidas que, hasta la fecha, no parecían suscitar en ellos mayores interrogaciones. Así, por ejemplo, el viaje a Nueva York los hace más sensibles a las dificultades de la integración, al dolor del exilio, a la cuestión racial, al desarraigo y la frustración. Reaviva en Cyril, hijo de una familia acomodada y perfectamente integrada en París,  el recuerdo de lo que es, de sus raíces antillanas, y la nostalgia, teñida de ironía, de lo que pudo haber sido su vida allá entre sus compatriotas. Andando se aprende casi tanto como leyendo.

Las aventuras de Cyril y Bastien en Nueva York los harán rebasar, tanto a nivel intelectual como existencial, un desengaño juvenil que podríamos analogizar con el de esta cambalachesca humanidad del siglo XXI que chapalea tratando de resolver la amenaza de una desintegración líquida. ¿No pensás que ese asomo de redención está marcando la imperiosa necesidad de replantearse a nivel global una reeducación arquetípica (basamentada en los acueductos del amor, la amistad y la esperanza) y no flaubertianamente sentimental?

Claro que se impone, según parecen desearlo los mismos protagonistas de Junglas ­­-  lo demuestran concretamente con sus palabras y sus actos solidarios-, lo que podría llamarse un cambio de paradigma: una existencia basada en los tres  pilares que señalas, o sea, amor, amistad y esperanza. Una vida que no descanse en un sistema mercantil y codificado de relaciones, en un consumismo reptante del que no escapan ni siquiera los sentimientos, que  no responde en absoluto a sus verdaderas expectativas. De ahí en el texto la permanencia del motivo de la pandilla, tanto en París como en Nueva York, la relevancia del tema de la amistad (susceptible de convertirse en amor, como entre Smith el americano y Suong la vietnamita), la reivindicación humorística de la utopía, hasta en sus modalidades más ínfimas. Nada tiene que ver la educación sentimental de los dos protagonistas con la de Frédéric Moreau, el pusilánime héroe de Gustave Flaubert, de fuerte sabor a ceniza, desengaño y abandono. Aquí no se renuncia a nada,  se parte al combate de la vida con buen humor, viril determinación y fe en la fuerza inquebrantable de la amistad.  

¿Cómo polemizarías con los Dr. Destouches y Díaz Grey a propósito de la invencible y constitutiva vocación de eternidad que guía el espiralamiento de la aventura humana?

Diría sencillamente que la vocación de eternidad es secreta, inconscientemente, la de toda  ficción, que nunca se extingue, renace de sus cenizas cuando menos se lo espera,  aspirando a abolir por el juego formal los límites de una vida restringida temporalmente y sus crueles discontinuidades. Por eso no se desmiente hasta ahora la afición del hombre al relato ficcional, proveedor de eternidad. El desengaño y el nihilismo estruendoso de un doctor Destouches o de un Díaz Grey bien podrían no ser, en gran parte, sino la máscara púdica de una sensibilidad maltrecha.   

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