martes

EL CIELO EMPIEZA EN EL SUELO (1) - elMontevideano Laboratorio de Artes en Viena


H.G.V.                                                 

MISIÓN

Nunca supe quién fue el autor de la frase que titula estas paginitas de viaje, pero siempre me pareció que expresa una verdad tan inasiblemente perfecta que terminamos por olvidarnos de ella con la naturalidad con que vemos desvanecerse los arcoiris.

Felizmente, la vida termina por arreglárselas a cada rato para que uno se sienta en misión de azularse el esqueleto cueste lo que nos cueste.

O, para hablarlo en Vallejo y Macedo al mismo tiempo, derrotar a la miseria de amor con un manso relumbre de pan en los ojos.

Un domingo del mes pasado supe (gracias a la insistencia de un amigo) que tenía que viajar a Viena para representar a la familia en el casamiento de mi hijo Nacho, que perfuma la capital musical del mundo con su guitarra desde hace 13 años.

Recibí mucha ayuda fraternal y pude resolver la entrada de la celeste a la cancha en 48 horas.

Nacho se preocupó por organizar milimétricamente mi estadía de una semana y yo me prometí aprovechar el viaje para visitar Salzburgo y ofrecerle una especie de fidelidad de perro a la humildísima casa donde Dios decidió que emergiera la crucificada precocidad de Wolgfang Amadeus Mozart.

Irma Hoesli combina con una contundencia devastadora tres fragmentos de cartas escritas por el hombre-niño desde Munich (8-I-1779), Mannheim (12-XI-1778) y Estrasburgo (15-X-1778) a propósito de su cuna maldita:

1) Le aseguro, querido padre, que estoy ansioso de verlo, pero no de estar en Salzburgo… En pocas palabras, créame que ardo en deseos de abrazarlo a usted y a mi querida hermana, si no fuera que están en Salzburgo, pero como hasta el momento es imposible verlos sin viajar a Salzburgo, voy con alegría.

2) …siento alegría cuando pienso que he de hacerle una visita, pero disgusto y miedo cuando me veo nuevamente en esa corte de pordioseros.

3) ¡Querido padre!, ¡le aseguro que si no fuera por el placer de poder abrazarlo pronto no regresaría a Salzburgo! (…) …sólo usted, querido padre, sólo usted, puede endulzarme la amargura de Salzburgo.

Lo que me fue imposible prever fue que la espesura áurea de Viena estuviese tan teñida por la vocación de sanación que el hombre-niño (que murió envenenado a los 35 años y fue tirado a una fosa común) tuvo toda su vida, sin que su música jamás perdiera la PAX-LUX de una catedral gótica.

Claro que eso lo fui entendiendo muy de a poco, y cuando Nacho me recibió en el aeropuerto para pasar primero por su casa y después instalarme en el apartamento que le prestó un colega, sentí que estaba entrando en una atmósfera que irradiaba una armonía más alta que cualquier infierno.

El legendario starets Zósimo de Dostoievski definía sencillísimamente al infierno como el sufrimiento de no poder amar.

Y ese martes 7 de julio el verano vienés nos hostigaba con 35 grados a la sombra.

Pero mi corazón bogaba en el sosiego.

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