martes

BEATRIZ BAYCE - MORIR CON APARICIO DE HUGO GIOVANETTI VIOLA



(Ensayo inédito que fue presentado como ponencia en el Coloquio Francia-Uruguay organizado en París por La Sorbonne y la UNESCO en 1987)

TERCERA ENTREGA

En los últimos minutos, luego que a Justo tienen que amputarle la pierna gangrenada, le acosan dos fuerzas opuestas, las que siempre se han disputado tanto la vida como la muerte en el mundo. A estas entidades, a falta de otro nombre, se las llamó “demoníacas” o angélicas”. Una y otra vez vuelven a acusar a Justo en los momentos angustiados del final.

En primer término, “las fuerzas de la negación y de la nada”, como fueron definidas las entidades demoníacas, le dicen que todo el sufrimiento será para nada.

“…igual todo termina en nada” (MA, p. 120), le dicen a Justo. La tentación se concreta en la imagen de un ser infrahumano que rezuma una baba verde, que parece ser el color del “demonio” en toda la novela. “Da lo mismo morir por Aparicio que reventar cinchando por cualquier otra cosa”. Justo corrigió: “Morir con Aparicio” y no morir por Aparicio; quiere morir por todo aquello que para él representa Aparicio, no por la persona del caudillo (MA, p. 120).

El sujeto de la baba verde sería la negación de todas las esperanzas -¿de todas las ilusiones?- por las que vale la pena el sacrificio de los que sueñan que un día cambiarán todas las cosas.

Otra presencia que podemos llamar “angélica” por su carácter de mensaje, también se le aparece a Justo. Es, en principio, la visión de su hermano Sabino que luego parece transformarse en otra presencia más significativa. Al ver a su hermano, le pregunta:

“Por qué hay que sufrir tanto Sabino

Antes de otras respuestas posibles de nuestro horizonte hermenéutico, podemos empezar por darle la palabra a Vallejo. Quizá no sea una respuesta sino la comprobación de una realidad:

“Pues de resultas del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren…” (Poemas humanos).

Si continuamos con el universo de Schopenhauer nos encontramos que, al final de El mundo como voluntad y representación, encauza toda su estética del pesimismo rescatando el dolor, como camino de liberación y purificación:

“La vida se nos presenta como un baño de purificación, cuyo ingrediente más eficaz es el dolor”.

Diversas faces del amor se manifiestan en la muerte de Justo, que terminó mordiendo el jazmín que le dio Magdalena al despedirse:

Lo que importa… es haber tenido un amor de verdad”.

En el mismo espíritu de entrega fraternal de Vallejo, había dicho:

Lo que importa es haber peleado por mi gente”… (p. 119),

En el punto de partida que reivindica el amor humano, concuerdan las dos teorías que hemos considerado hasta aquí, pero con diferentes alcances. Para Schopenhauer lo que perdura es “el espíritu del amor” (11). En cambio Vallejo  avanza más: y, por ese espíritu, el mundo conquista un alma perdurable. “…y el alma (del caído) es ya nuestra alma”. Vallejo ve también una especie de resurrección intramundana, que no es en la novela la instancia final.

Volvemos a la batalla. La presencia que llamamos “angélica” está representada por su hermano Sabino:

No es más que un espejismo” le dice el Otro demoníaco. “Es un hombre” le contesta Justo (MA, p. 120).

Es un hombre o El Hombre que como señal inconfundible le mostró sus llagas, aunque seguía siendo su propio hermano. Entonces le dice Magdalena:

Y tu pierna volvió nuevamente a su sitio, aunque era de otra carne invulnerable al tiempo y al absurdo del mundo” (MA, p. 121).

Podría ser la primera resurrección que ve Vallejo, la vuelta a la tierra pedida para los justos, o la salvación del hombre por el hombre: “…abrazó al primer hombre; echose a andar…”. Pero aquí parece haber algo más.

Lo que Justo representa es quizá la imagen del Ecce homo, imagen del dolor y el sacrificio y también del amor. Es el mismo amor que rescata la epístola de Juan, quien hace del amor humano el preludio y la base de la virtud teologal que condiciona la supervivencia:

“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos” (I Jn 3, 14).

La novela termina con una partida que es también un comienzo. Pablo Regusci se va con su guitarra a cuestas. Hace un alto para mirar el faro que había iluminado a sus ancestros y a esos territorios desolados que ahora nos parecen menos solitarios.


Notas

(11) “…el espíritu del amor que lleva a algún hombre a hacer bien a sus enemigos y a otro le impulsa a arriesgar su vida para salvar a un desconocido, no puede sucumbir ni perecer jamás” (ob. cit. P. 200).

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