martes

UN RELATO DE JOSÉ LUIS MACHADO


El siguiente texto integra el Diario de un sinvergüenza, que junto a El ajedrez es mucho más que un juego conforma un volumen lírico-narrativo que acaba de publicar ediciones abrelabios.

José Luis Machado Santana (Uruguay, 1974) cursó estudios, en el Instituto de Profesores Artigas, en las especialidades de Literatura e Inglés. Participó en la investigación sobre Adolescencia y Arte en Montevideo, reproducida íntegramente por el sito español de MasEducativa.Com y (adaptado a versión periodística y en soporte papel) por la revista Relaciones de la ciudad de Montevideo.

Dentro del grupo de gestión cultural abrelabios ha cumplido funciones de relevamiento de fuentes para el abordaje de producciones literarias de escritores extranjeros y estuvo a cargo de la corrección de las traducciones al inglés del libro Alamón. El artista y su circunstancia (abrelabios, 2014).

Algunos de sus poemas y relatos breves aparecen editados tanto por ediciones abrelabios como por la revista LSD (años 2002 y 2004, respectivamente), así como también integran The colours of life, una compilación de International Library of Poetry; Editor Howard Ely; MD, USA, 2003.

Es un colaborador regular del blog de elMontevideano Laboratorio de Artes, donde ha acumulado más de medio centenar de publicaciones que incluyen artículos, haikus, guiones, microficciones y poemas (elmontevideanolaboratoriodeartes.blogspot.com).

En 2014 fue co-fundador del Taller Literario de Liverpool F.C., actualmente transformado en el Taller Literario del Cuartel Artiguista.

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Lo que no contó Salinger

Siempre que salgo a jugar me llevo a mi novio imaginario, para proteger mi espacio personal. Yo me llamo Ramona y él se llama Jimmy y es mudo.

Hoy a Jimmy le han robado la ropa y para peor no sabe dónde dejó la espada.

Como él no puede decir nada, les grité a las otras niñas que lo habían dejado desnudo:

-¡Es mío!

Entré a casa a buscar algo de abrigo para Jimmy, porque afuera estaba frío; ahí estaban mi madre y su amiga, a cual más borracha. A Jimmy no le gustan las personas así y a mí me ponen nerviosa y cuando estoy nerviosa me rasco.

-Dejá de rascarte -fue básicamente lo que entendí de todo lo que hablaron aquellas dos extrañas. 

Estaba muy preocupada por Jimmy, que temblaba a mi lado y yo no podía salir de aquella situación. No nos pudimos ir hasta que mi madre gritó, en ese tono que (sin importar lo que diga) quiere decir que me vaya.

Detrás de la puerta, bajo la escalera, está nuestro lugar secreto, y ahí debía de haber algo de ropa. Abrimos la puerta con cuidado y entramos. Jimmy se vistió y, con un intercambio de miradas, decidimos quedarnos ahí.

Y allí, en el silencio, comencé a entender a mi madre. La escuché llorar por primera vez y creo que por primera vez la quise. Jimmy también lloraba y entendí que era el momento de irnos, el momento de dejar de oír.

Salimos por la puerta de la cocina. Corríamos entre los árboles para sacarnos el frío y la tristeza. De repente, en medio de la calle, apareció la espada de Jimmy, así que corrí a buscarla, para ver si dejaba de llorar. Crucé sin mirar y, justo cuando el auto de los Robertson me iba a atropellar, Jimmy me empujó.

Ahora Jimmy estaba pálido, agonizando, yéndose en la llovizna. No sé si fue el golpe o qué, pero Jimmy me miró y habló por primera vez.

-Por favor, nunca, nunca dejes de amar -dijo y se fue.

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