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Ahora bien, ¿cómo se inscribió Alfonso Reyes en esta polémica literaria, durante sus 10 años de exilio en España, de 1914 a 1924? Foulsche Delbosc, con quien colaboraba en aquellos días, lo llamó “el primer gongorista de las nuevas generaciones.” (Dehennin: 24) Una anécdota del ensayo referido de Diego muestra, asimismo su afiliación con los jóvenes vanguardistas, vindicadores de Góngora, al abogar por esa validez de aislar versos y gozarlos en su pureza musical: “Ya lo muestra así Gerardo Diego cuando, con travesura ingeniosa, destaca del contexto la frase: ‘La playa azul de la persona mía’ (Pol., LIII, v. 4) y de propósito la lee disparatadamente, deleitándose en el encanto que posee en sí misma· (XXV, 293). “Leer disparatadamente”, consigna Reyes, e instalarse en el deleite de las palabras, seguir el consejo de Verlaine y la estética simbolista que pregonaba el principio “de la música ante todo”. Y esa playa azul de la persona mía’ resonaba en los oídos de los nuevos poetas. García Lorca, en su conferencia sobre el poeta cordobés, en 1926, también asumió una postura de elogio al ensalzar “la imagen poética” como la fuente de toda verdadera poesía y al ejemplificar algunos de los logros de Góngora, cuyo mayor acierto, insiste el poeta granadino, fue su “método de cazar las imágenes” (72) dentro de los bosques de la inspiración, como ese “bostezo melancólico de la tierra”, (11) para indicar la cueva donde habita el gigante Polifemo, o en las Soledades cuando “huyendo de las montañas y de sus visiones lumínicas, se sienta a las orillas del mar, donde el viento
le corre, el lecho azul de aguas marinas,
turquesadas cortinas” (72)
imágenes felices en que las palabras se expanden para formar una imagen arborescente que duplica y triplica su significación. (12)
Como culminación en la lucha por instaurar la primacía poética de don Luis, el 23 de mayo de 1927, 300 aniversario de su muerte, los noveles poetas establecieron un “tribunal supremo”, constituido por Dámaso Alonso, Rafael Alberti y Gerardo Diego quienes, en ceremonia expiatoria, prendieron una hoguera en la que, simbólicamente y físicamente, ardieron libros de Lope de Vega y de Quevedo, de Luján y Moratín, de Hermosilla, Campoamor, Galdós, y de Menéndez Pelayo, el mayor crítico español de la época, a la vez que ciertas obras de Valle Inclán, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y muchos otros fueron “rociadas con desinfectante”. Con gestos de humor y polémica, Góngora fue rehabilitado. Y, prolongando la venganza, esa misma tarde, los poetas se dirigieron hacia el edificio de la Real Academia Española y decoraron sus muros con “una armoniosa guirnalda de efímero surtidores amarillos” (Dehennin: 86). (13) Sin embargo, a pesar de este irreverente evento líquido de mear los muros de la academia, al día siguiente, los poetas asistieron a la iglesia de las Salesas a una misa solemne celebrada en honor del poeta andaluz. Con actos subversivos y carnavalescos de corte vanguardista, aquella generación de poetas españoles -y latinoamericanos- del siglo XX, se incendio con la lengua del barroco y las agudezas de Góngora. (14)
Notas
(11) Escribe Lezama Lima “…recordemos que para los griegos bostezo significaba como una evaporación del caos.” (Confluencias: 328. CF. También 335)
(12) García Lorca reitera esa imagen de “cazar las imágenes” para definir su propia inspiración poética: “El poeta que va a hacer un poema (lo sé por experiencia propia) tiene la sensación vaga de que va a una cacería nocturna en un bosque lejanísimo.” (77) La imagen citada es parte del discurso del “político serrano, / de canas graves,” al “extranjero errante”, protagonista del poema, sobre la codicia y los viajes transatlánticos a las Indias Occidentales.
(13) La primera parte del libro de Dehennin relata con detalle disputas y festejos para celebrar a Góngora.
(14) Reyes, al igual que Huidobro y Guillermo de Torre, se adhirieron al homenaje. Borges, sin embargo, siempre malquiso de Góngora y encontraba en su obra una “oscuridad opaca” (Dehennin: 4).
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