NO HAY LUZ SIN CONSECUENCIAS
Hugo Giovanetti Viola
Conocí a Rolando Faget en
1976, cuando Laura Oreggioni me propuso publicar mi primer poemario, París póstumo, en las
recientemente fundadas Ediciones de La Balanza.
Yo había llegado de París a
fines del 74 transformado, literalmente, en un hombre muerto comulgando.
Tenía 27 años, y había
resistido 20 meses de intemperie pasando el plato con la guitarra y tratando de
transformarme en un escritor apto para pulimentar lo eterno.
Rolando y Laura eran los
principales propulsores de aquel balanceo atrincherado contra un tifón más
negro que el que encapuchó al Captain MacWhirr de Conrad.
Y sabían repartir el coraje y
festejar entre aquella barbarie la todopoderosa resistencia cultural de un
pueblo.
En el 76 ya se habían editado
poemarios del propio Faget, Jorge Arbeleche, Juan Carlos Macedo, Julio Chapper
y Juan Capagorry, a los que se irían sumando Hugo Fontana, Leonardo Garet,
Rafael Courtoisie y Tatiana Oroño.
Cada presentación nos exponía
a un imprevisible zarpazo del fascismo.
Y yo recién capté qué clase
de heroicidad irradiaba Rolando cuando leí uno de sus versos que se podría
rearmar así: (llueve) como
una madre que cambió de cara.
Ya pasaron casi 40 años y lo
sigo citando cada vez que el reflujo de la matria devoradora (Saúl Ibargoyen dixit) me
hace vomitar espanto y termino jadeando un De
profundis con la mirada del
niño de la película El sexto
sentido.
(…) Hay rumor de mar seco / hay
patriarcas dormidos / sangre de tanto hermano / tanta voz en el viento. / No
engañarse. Velamos. / Como viene el otoño / -no engañarse- venimos.
Ese el final de otro poema de
aquel hombre tan anchurosamente desesperado como esperanzado que Héctor Rosales
definió a la perfección como el
ángel sumergido.
Porque todos estamos dotados
para alquimizar el dolor en oro, si aprendemos a pulimentar
el amor incondicional
hasta conectarlo con la resistencia
eterna.
Hace unos años me reencontré
con Faget en una radio y me contó apasionadamente que pertenecía a la Orden de los Caballeros de
Nuestra Señora.
No me extrañó.
Y cuando le dije que su (llueve) como una madre que cambió
de cara me seguía acompañando
como cualquiera de los mejores aullidos parisinos de Vallejo sonrió,
desorbitado.
Ya no estábamos atravesando
una dictadura satánica, pero los dos habíamos aprendido desde niños que la batalla
por avanzar hacia nuestro Hombre Nuevo interior no se acaba jamás y que, como
escribió Juan Carlos Macedo, no
hay luz sin consecuencias.
Y que la paridora de la PAX-LUX es ella, la inmaculada.
Por eso ahora te dedico,
Rolando (y sé que en tu morada de la Más Dimensión vas a estar escuchándome) un
justificado reacomodamiento del soneto de Borges:
Nos une más la Virgen que el espanto. /
Será por eso que te quiero tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario