domingo

EL CÍRCULO DE LA MUERTE (5) - JULIO HERRERA Y REISSIG


Tendremos que volver a Platón, al idealismo puro, al oráculo recóndito de la pre-conciencia, a las especulaciones místicas sobre lo Bello; convenir en que este abstracto, anterior a toda experiencia psicológica, es un recuerdo de Dios, superviviente y sellado en nuestros espíritus, el que no puede, por lo tanto, variar ni desvirtuarse, libre de toda acción de la Naturaleza; será preciso remontarnos al cándido espiritualismo “a priori” de los caminos azules, desechando toda idea de progresión, de sensibilidad, a ese respecto, que explique su concepción emotiva, y afirmamos en que el concepto de armonía, de pura Belleza, procede de un ojo invariable, eternamente abierto hacia Dios, Suprema Causa y Belleza en sí mismo. ¿Tendremos que creer que no habrá ni más ni menos Belleza de la que hubo siempre, para el espíritu humano; que éste no la verá nunca distinta en esencia, ni la sentirá de otro modo, que es un relativo absoluto de un Absoluto Perfecto; que no depende de un sentido corporal sujeto a desarrollos y reacciones psicoorgánicas, sino de un principio inmutable y perenne: el alma; ya que si dependiera de un sentido al variar el agente variaría el fenómeno?... ¿Admitiremos, como razón filosófica, que la Belleza es un prefijado de orden sobrenatural, unigénita y divina en sí; un sentido metafísico como el sentido de Dios, según Descartes, que re resuelve en espontaneidad consciente al ser provocado?

¡Misterio!... El espíritu se cruza de brazos e inclina como Hamlet la frente llena de noche.

Lo que parece innegable es que la comprende y hasta se la adivina, en sus mil oscilaciones e inquietudes, a través de los ropajes más complicados del estilo -esta moda de las literaturas (2)- y de que allí donde la hay, aunque se la atormente, se oye como una voz que dice: adoradme, estoy prisionera, estoy prisionera, estoy pintada, estoy mal vestida, pero soy yo: adoradme!


Notas

(2) Me refiero únicamente al estilo de la letra. Y a propósito, ¿el estilo, es una moda, es algo pasajero, es lo que viste y resalta por sí solo, llevando en triunfo al pensamiento, por la página, como un bello traje de mujer, o como dicen los alemanes: lo más intenso del espíritu, lo invariable, la idea que corre en toda su fuerza natural, arrastrando la palabra como un juguete?... He aquí otro punto interesantísimo sobre el que nadie está de acuerdo ni ha reparado como se debe. Para hablar con propiedad filosófica, débense distinguir en mi concepto, dos estilos dentro de uno mismo, el de la palabra y el del pensamiento, como hay dos cosas en una: la natural y la artística, y dos hombres, el fisiológico y el psíquico. Quererlos separar para hacer escuelas es, desde luego, rebajarlos puerilmente. El primero sin el segundo es muerto; el segundo sin el primero es nonato: uno por incapacidad, otro por deformidad. Vemos en la literatura de los genios, cómo esos estilos se unen y se confunden, repartiéndose en el mismo grado de potencia y vibración. Pienso que el triunfo de un verdadero estilo está precisamente en una compenetrabilidad hermética y sin esfuerzo de los que llamaremos sub-estilos, palara y concepto. El pensamiento, que es fuerza activa, debe tomar parte de gracia al encarnarse en el vocablo para gustar sin violencia, -el vocablo, que es gracia pasiva, su parte de fuerza, para vivir sin humillación. Es una duplicidad armónica y semejante; trátese de que la idea tome inmediatamente la forma del vocablo, como un peri-sprit la forma del cuerpo donde mora, confundida con él y fraternizando hasta parecer tangible; y a su vez de que la palabra se imprima en el pensamiento y entre en él, de un modo ágil, ni más ni menos que como en un molde preciso y pulcro la cera caliente. El gran estilo es el que brilla y corre, como un agua primaveril, espejo moviente de sombras movientes y vivas que erran por la página y se hunden en ella, casi pececillos traslúcidos, color del cristal…

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