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EL CÍRCULO DE LA MUERTE (4) - JULIO HERRERA Y REISSIG


¡Cuánta definición, cuánto embrollo, cuánta nada imponente, qué frontispicio de papel impreso! ¡Cualquiera los entiende a estos prestidigitadores de palabras, que hace de un adjetivo una verdad, y de una bella frase una filosofía!... A Dante se le olvidó tal vez un círculo en donde jadearan, condenados a echar cimientos en el aire, los especiosos arquitectómanos de las teorías, que habiendo podido concretar su espíritu en un “cuantum” generoso de emotividad viviente, pasaron su mejor vida entre el por qué y el cómo, haciendo equilibrios sobre el vórtice de la ciencia, en un alambre quimérico…

Me afirmo en que no hemos adelantado un paso en materia de producir y de apreciar la Belleza, desde que el mundo es redondo… Todos aman lo noble, lo grande, lo fuerte de la antigüedad, y Homero y Anacreonte, Píndaro e Isaias, Kalidasa y Ossian, con ser tan diversos, jamás podrán ser negados, a pesar de los múltiples gustos que en materia de uniformar el pensamiento existen, según las razas y las sugestiones del ambiente. Y no en esto sólo, sino que en la actualidad muchos prefieren los moldes puramente clásicos de las desnudas épocas fraternales; -la palabra ingenua, húmeda de luz, valiente todavía, recién salida del molde, vecina de la emoción como un eco, sencilla, tierna, trémula de rocío, olorosa y acre como una planta que humea al ser removida; el grito espontáneo que es acción refleja, la frase sin remilgos, la postura natural de Cibeles, el encanto eglógico del cuadro que sonríe y llora con la mañana, la sintaxis precisa, el lenguaje sobrio y hasta modesto -al arsenal retórico de estos tiempos, a su léxico exuberante y peinado, a la “pose” diplomática de la frase, a la bruma nórdica de la sensación evaporada en imprecisos vocabularios, a la opulencia fatigosa y el arreo iridiscente de su lenguaje selecto. Todo parece indicar que el espíritu desengañado de aventuras manchegas por los vericuetos del Ideal, vuélvese triste y nostálgico, hacia las lontananzas de la Hélade, suspirando por la Hipocrene sonora de linfas gráciles, transparentes y curvas, como los versos de Eurípides y como los sueños de Fidias, orquestados en blancos Acrópolis.

Se delira por una reacción al método milenario, a las fuentes primitivas de nuestros sabios maestros greco-latinos, y, últimamente, grandes poetas han escrito según los moldes arcaicos, incitando a una saludable reacción de estética.

Esto nos conduce a la siguiente interesantísima cuestión, que forma, según creo, la médula cogitacional de mi temerario opúsculo: -¿Por qué, pues, si el espíritu evoluciona en sus más altas especulaciones; por qué si nuestras facultades superiores -según la ciencia positiva- crecen sin cesar, y varían al complicarse, apartándose más y más del punto de partida, lo cual implica ya una diferenciación interna y por consiguiente un adelanto estable; cómo es que habiéndose desarrollado nuestros sentidos notoriamente de treinta siglos a la fecha -como lo aseguran los más notables antropologistas y filósofos de las modernas escuelas alemana y escocesa- y complicado y reintegrado sin excepción, todas nuestras funciones psíquicas, cuyos aparatos nerviosos difieren y se producen con gran ventaja sobre los del hombre antiguo- cómo, pues, no se ha resuelto en un tipo fijo y más alto de apreciación y de cultura, el sentido de la Belleza, habiéndose quedado, como indiferente, en medio del progreso de todos los demás órganos?... (1)


Notas

(1) Porque es indudable que los centros del juicio, de compenetabilidad, de abstracción y correlación, de amplitud, de síntesis, de memoria, toda la máquinade raciocinio, todo el tejido celular, ha ido creciendo por aluviones inteligentes, y de ahí el progreso teórico y práctico de género humano, la prodigiosa inventiva, la capacidad estética, el poder remoto de abstraerse, y la fuerza de inducción a la que se ha llegado. De igual manera, en cuanto al progreso de los sentidos, podría citar un sin número de ejemplos y  de testimonios en la materia, probando que nuestros sentidos de hoy son muy superiores a los del hombre de hace veinticinco siglos. Los griegos de la época de Homero no veían ciertos colores, ni oían ciertas notas que el más rudo de los bípedos civilizados distingue, sin mayor esfuerzo. Esto a un lado, pienso que el gran Arte no depende únicamente de la imaginación, de un sentido particular de Belleza, sino que está ligado en sus raíces alimenticias a facultades superiores del espíritu como reflexión, discernimiento y amplitud, y por eso, a mi juicio, su mayor o menor intensidad y vida.

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