CIENTOVIGESIMOTERCERA ENTREGA
CAPÍTULO 13
Las cicatrices de la batalla: La pertenencia al Clan de la Cicatriz (4)
La zona muerta (3)
Hay heridas generales, heridas propias de los varones y heridas propias de las mujeres. Un aborto provocado deja una cicatriz. Un aborto espontáneo deja una cicatriz. La pérdida de un hijo de cualquier edad deja una cicatriz. A veces, la cercanía de otra persona deja un tejido cicatricial. Es posible que haya muchas cicatrices como consecuencia de elecciones ingenuas, del hecho de haber sido atrapados o de elecciones acertadas pero difíciles. Hay tantas formas de cicatrices como tipos de lesiones psíquicas.
La represión del material secreto que va acompañado de sentimientos de vergüenza, temor, cólera, remordimiento o humillación oblitera totalmente todas las restantes partes del inconciente que se encuentran situadas en proximidad del secreto (3). Es como si se inyectara, por ejemplo, una sustancia anestésica en el tobillo de una persona para llevar a cabo una intervención quirúrgica. Buena parte de la pierna por encima y por debajo del tobillo sufrirá también los efectos de la anestesia y se volverá insensible. Éste es el efecto de los secretos en la psique.
Es como un constante gota a gota de anestesia que insensibiliza no sólo la zona afectada sino también la amplia zona que la rodea. Los efectos en la psique son siempre los mismos cualquiera que sea el secreto y cualquiera que sea el dolor que este produzca. Veamos un ejemplo. Una mujer cuyo marido se suicidó cuarenta años atrás a los tres meses de su boda fue instada por su familia no sólo a ocultar las pruebas de la profunda depresión de su marido sino el hondo dolor y la cólera emocional que ella experimentó en aquel momento. Como consecuencia de ello, se desarrolló en su psique una "zona muerta" relacionada con la angustia de su marido, con la suya propia y con su cólera contra el estigma cultural que aquellos hechos llevaban aparejados.
La mujer permitió que la familia de su marido la traicionara accediendo a no revelar jamás los malos tratos que esta había infligido a su esposo a lo largo de los años. Y cada año, al llegar el aniversario del suicidio, la familia guardaba un silencio absoluto. Nadie la llamaba para preguntarle: "¿Cómo estás?, ¿necesitas compañía?, ¿lo echas de menos? Estoy seguro de que sí. ¿Quieres que salgamos a dar una vuelta por ahí? " Año tras año la mujer volvía a cavar una vez más la tumba de su marido y sola enterraba en ella su dolor.
Al final, empezó a evitar la celebración de otros acontecimientos: aniversarios y cumpleaños, incluido el suyo. La zona muerta se extendió desde el centro del secreto hacia fuera, cubriendo no sólo las conmemoraciones sino también las celebraciones. La mujer despreciaba todos los acontecimientos familiares y de amistad, tachándolos de pérdida de tiempo.
Para su inconciente, sin embargo, se trataba de unos gestos vacíos, pues nadie se había acercado a ella en sus momentos de desesperación. Su padecimiento crónico causado por la ocultación de aquel doloroso secreto había devorado la zona de la psique que gobierna la capacidad de relación. Muy a menudo herimos a los demás en el mismo lugar donde nosotras hemos sido heridas o muy cerca de él.
Sin embargo, para conservar todos los instintos y las aptitudes que le permiten moverse libremente en el interior de la psique, la mujer puede revelar su secreto o sus secretos a una persona de confianza y volverlos a contar todas las veces que sea necesario. Una herida no suele desinfectarse una sola vez sino que se cura y lava varias veces hasta que cicatriza.
Cuando finalmente se revela un secreto, el alma necesita algo más que una simple respuesta del tipo "¿De veras? Pues qué lástima" o "Bueno, ya se sabe, así es la vida", tanto por parte del que lo cuenta como del que lo escucha. El que lo cuenta tiene que intentar no menospreciar el asunto. Y tiene suerte si el que lo escucha es una persona que sabe prestar atención con toda su alma y puede hacer una mueca de sufrimiento, estremecerse y sentir que un dardo de dolor le traspasa el corazón sin venirse abajo. Una parte del proceso de curación de un secreto consiste en contarlo de tal forma que los demás se conmuevan. De esta manera, una mujer puede empezar a recuperarse de la vergüenza gracias al apoyo y la solicitud que no tuvo durante el trauma inicial.
En pequeños y confidenciales grupos de mujeres, suelo provocar este intercambio pidiéndoles que se reúnan y traigan fotografías de sus madres, tías, hermanas, compañeras, abuelas y otras mujeres significativas para ellas. Alineamos las fotografías. Algunas están cuarteadas, otras están despellejadas, estropeadas por el agua o por los cercos de las tazas de café; algunas incluso se han rasgado por la mitad y se han vuelto a pegar; otras están envueltas en papel de seda. Muchas tienen unos preciosos y arcaicos comentarios en el reverso como "¡Qué boba eres! " o "Con todo mi amor" o "Aquí estoy con Joe en Atlantic City" o "Aquí estoy con mi compañera de habitación" o "Éstas son las chicas de la fábrica".
Sugiero que cada mujer empiece diciendo: "Estas son las mujeres de las que he recibido la herencia." Las mujeres contemplan las fotografías de sus familiares y amigas y, con profunda compasión, empiezan a contar las historias y los secretos que saben de cada una de ellas: la gran alegría, el gran dolor, la gran congoja, el gran triunfo de la vida de cada mujer. Durante todo el tiempo que permanecemos reunidas, hay muchos momentos en que no podemos seguir adelante pues muchas lágrimas levantan muchas barcas del dique seco donde se encuentran y todas zarpamos para navegar un rato juntas (4).
Lo que vale en este caso es hacer una colada a fondo que lave la ropa femenina de una vez por todas. La habitual prohibición de lavar la ropa sucia fuera de casa encierra una ironía, pues la "ropa sucia" nunca se lava en casa. La "ropa sucia" de la familia se queda para siempre en el más oscuro rincón del sótano con su secreto. La insistencia en mantener algo en secreto es veneno puro. De hecho, semejante pretensión significa que una mujer no cuenta a su alrededor con el apoyo necesario para afrontar las cuestiones que le causan dolor.
Notas
(3) El WAE, es decir, la Jung's Word Association Experiment, también lo ha comprobado. En el test, el material perturbador resuena no sólo al oír la palabra que cataliza las asociaciones negativas sino también durante la mención de varias palabras más "neutras".
(4) A veces se añaden fotografías e historias de padres, hermanos, maridos, tíos y abuelos (y, a veces, también de los hijos y las hijas) pero la tarea principal se hace con las líneas femeninas que han precedido a las mujeres.
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