Lo recuerdo aquel último domingo de noviembre en la sede del Partido, nervioso, paseándose por detrás de los compañeros de las IBM, intentando descifrar los datos de los primeros circuitos que comenzaban a aparecer en las pantallas verdes con caracteres blancos.
Es que para “El Pocho”, como todos le decíamos, aquella elección podía ser la última chance de convertirse en Diputado. A sus 50 años largos, con muchos quilos de más, que le apretaban el traje pasado de moda, su corazón, exigido por la campaña, el vino y los asados, podía fallar en cualquier momento.
En base a chamuyo, mucho trabajo en el barrio y promesas varias, Pocho había logrado ser edil en 1971, pero el golpe dos años después, había frustrado su carrera política. Ahora, con la vuelta de la democracia, había tenido que pelearle un lugar a “los dotores” que ocupaban los primeros lugares en la lista de Montevideo. El Líder (el dueño de los votos en realidad), le había ofrecido un tercer lugar “salible” en la plancha de Ediles, pero Pocho no aceptó y lo permutó por un dudoso séptimo en la de Diputados. En aquel 1984, nuestro movimiento aspiraba a 5 o 6 bancas, más de eso era ser muy optimista. El candidato se la jugó: quería sentarse en el Palacio.
Por eso, cuando a las 8 de la noche, aparecieron los primeros números que nos daban una votación excepcional, Pochó pegó un grito, corrió hasta la Secretaría, le arrebató el teléfono a un compañero y discó en número de la única persona que se alegraría por su triunfo: su madre. Secándose la transpiración de la papada con un pañuelo, aguardó unos eternos segundos que contestaran el teléfono. “¡Soy diputado, mamá! ¡Ya voy para allá, preparame una lasagna” exclamó, colgó, y sin despedirse de nadie salió de la casona en busca de un taxi.
En febrero asumió el flamante Parlamento y fuimos a las barras con algunos compañeros de la Juventud. Ya empezaba la primera sesión en democracia luego de 12 años. Pero no veía la voluminosa figura de Pocho. Pregunté a un amigo. “¡Ah!, ¿no sabías? Pocho organizó una gran comilona de fin de año en su club, y se pasó con el chupi y el morfe; le dio un ACV y murió hace una semana.”
DANIEL ABELENDA BONNET (Salto, 1962). Vive en Carmelo, Dpto. de Colonia. Es docente de Historia y Sociología en E. Secundaria, periodista y escritor. En 2014 publicó 30 Poemas (Editorial Abrace) y la novela de política-ficción, El día del plomo (Ediciones de Benito). Actualmente, prepara la edición de una nouvelle policial.
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