miércoles

JULIO HERRERA Y RESISSIG Y SU TERTULIA LUNÁTICA - NICOLÁS MAGARIL



¡Orgulloso europeo del siglo XIX, estás loco!
NIETZSCHE


SEGUNDA ENTREGA


Que la última imagen sea la calavera yendo tras las tripas del espejismo resume el movimiento general de una fantasía que va de la metafísica gótica a cierta estética como de tren fantasma con coreografía de varieté: En el Cementerio pasma / La Muerte un zurdo can-can. La fascinación por el decadentismo y al mismo tiempo la exposición paródica de su utilería son otros tantos aspectos de aquella resurrección literaria paradojal. Sueña Rodenbach su ambigua / Quimera azul, en la bruma; / Y el gris surtidor empluma / Su frivolidad ambigua… La quimera de Rodenbach (y su catolicismo flamenco, frívolo y macabro) es una figura más del desfile, en idéntico plano que, al azar, El mito de un dromedario / Carcomido por los cuervos o que el torvo Isaías / Hipnotizando un león. La “Tertulia Lunática” quiere ser el ojo donde se sueñen, quizás por última vez, todos los sueños del siglo. Luego del suicidio de Sibila Vane, lord Henry le regala a Dorian Gray una novela simbolista, que lo sume en un ensueño enfermizo, que   finalmente envenena su vida y acelera su corrupción en el retrato. Es una novela, dice, sin intriga, con un solo personaje, realmente, un simple estudio psicológico de un joven parisién que se pasaba la vida intentando realizar en el siglo XIX todas las pasiones y las maneras de pensar de otros siglos, excepto el suyo, y resumir en él mismo los estados de ánimo por que pasó… Si cambiamos parisién por montevideano, la frase se transfiere casi perfectamente.

Herrera y Reissig ya tenía material casi para cuatro libros más, pero pretendía empezar por ahí, por esa duplicidad, irritando a quien esperaba de él más poemas arcádicos, algo menos maniático tal vez, o con lo cual hacer un referente nacional más o menos edificante. Rubén Darío, que leyó en 1912 en el Teatro Solís de Montevideo una conferencia estupenda sobre el joven poeta fallecido, previno a la audiencia de que ni sus genialidades, ni sus desigualdades, ni sus ascensiones, ni sus caídas, ni sus fiebres, ni sus desfallecimientos que fueron suyos, individuales, ni pueden ni deben tentar a los que principian en el camino del arte en su país, y buscan un rumbo a seguir, una música que aprender.

Herrera y Reissig había concebido un porvenir inmenso condenado a durar muy poco. La música que hubiesen aprendido de la “Tertulia Lunática” los escritores venideros era, en efecto, una música de tormento, previamente pasada por el pulverizador. Tal pulverización del tormento (señalada en la primera décima del poema), su descomposición en una especie de circo hierático, fue también la forma de elaborar cierto mal singular, según escribió en otro poema: que me duele hasta reír. La burla nace del último grado del dolor, es decir, de la agonía. No habría humor propiamente dicho, aunque algunos pasajes sean joco-serios, para usar uno de sus tantos neologismos, sino una válvula cómica de lo patético. Como la carcajada final del protagonista de “Morella”, cuando a punto de enterrar el cuerpo de su hija descubre la fosa vacía donde debía yacer la madre, al parecer “reencarnada” en la pequeña. También hay mucho de lo grotesco y lo arabesco en estos versos de Herrera y Reissig, que, dicho sea de paso, no llegó a ver publicada la traducción de Walt Whitman que hizo su paisano Armando Vasseur en 1912. Pero que probablemente hubiese firmado esta frase que firmó después Ramón Gómez de la Serna: ser Whitman es fácil, ser Poe difícil. En esa línea, Herrera y Reissig registra, como Poe en la lectura de Lawrence, las convulsiones de la desintegración de la vieja conciencia, no, como Whitman, el nacimiento de otra nueva.

Los nervios del poema van crispándose progresivamente: la parte VII, el climax de la agonía, hace la representación del paroxismo-visionario-sadomasoquista. Pero paralelamente hay cierta degustación, una “alegría fúnebre” y un tufo de luto a lo Rodenbach, con aspiraciones planetarias, pasajes farsescos, meditación trascendental, noctambulismo y sensaciones de opiómano: Como que todo es tiniebla / En la conciencia del Mundo. Y en el gran cierre de la primera parte del poema:

Aterciopelada y muda,
Desciende en su tela inerte,
Como una araña de muerte,
La inmensa noche de Budha…

El lugar que ocupaba la “Tertulia Lunática” en el diagrama de Los Peregrinos de Piedra, el sentido específico que tiene el ordenamiento deliberado de una secuencia, es decisivo. Inexplicablemente, la importancia de este documento fue desestimada por sus editores tardíos, que desmontaron, reagruparon y redistribuyeron el material. En la edición preparada por Alberto Zum Felde en 1966 para la Biblioteca Artigas de Clásicos Uruguayos, cuyo criterio confeso era una valoración representativa de su personalidad, la Tertulia se encuentra en la séptima sección del libro, mal titulada “El collar de Salambó” (junto con otros poemas sombríos como la “Desolación absurda”) y, lo cual es ya mutilar abiertamente la voluntad estética del autor, sin el epígrafe de los versos 1307-1310 del Edipo Rey de Sófocles, en griego.[1] La edición de 1942 de Losada (reeditada tres veces más), a cargo de Guillermo de Torre, es numerosa en enmiendas y prerrogativas de esta naturaleza, aunque por lo menos se salva el epígrafe. Así, lo que era una instancia clave de su poética, fue a veces libremente removida y otras directamente suprimida. [2]


Notas

(1) La "valoración  representativa" de Alberto Zum Felde había quedado manifestada tiempo atrás en una "Noticia acerca de la poesía uruguaya contemporánea", página publicada en el número 192 de la revista "Nosotros· (1925): el decadentismo, en sus maneras más anárquicas y funambulescas, sugestionó su inquietud revolucionaria, y escribió entre otras cosas menores dos series de poemas: "Las pascuas del tiempo"  y "La Torre de las Esfinges", de abstruso simbolismo y lebguaje arbitrario.
(2) Tengo en la cabeza todo el léxico blando y terciopelero de la lengua a fuerza de lidiar con esos potros de las palabras que se encabritan en los diccionarios (Carta a Edmundo Montagne, 1901)

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