miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS


CIENTONCEAVA ENTREGA

CAPÍTULO 12


La demarcación de territorio - Los límites de la cólera y el perdón

La intervención de la curandera: El ascenso a la montaña (1)

Por consiguiente, en lugar de intentar "portarnos bien" y no sentir cólera o, en lugar de utilizarla para quemar todas las cosas vivas a cien kilómetros a la redonda, es mejor pedirle primero a la cólera que se siente con nosotras a tomar un té y charlar un rato para que, de esta manera, podamos descubrir cuál fue su origen. Al principio, la cólera se comporta como el encolerizado esposo del cuento.

No quiere hablar, no quiere comer, sólo quiere permanecer sentada con la mirada perdida en la distancia o insultar o que la dejen en paz. Es en este momento crítico cuando tenemos que acudir a la curandera, nuestro yo, nuestros mejores recursos más sabios para poder ver qué hay más allá de la irritación y la exasperación del ego. La curandera es siempre la "que ve a lo lejos". Es la que nos puede decir qué beneficio obtendremos de la exploración de esta oleada emotiva.

Las curanderas de los cuentos de hadas suelen simbolizar una parte serena e imperturbable de la psique. Aunque por fuera el mundo se caiga en pedazos, la curandera interior se mantiene inalterada y conserva la calma necesaria para poder establecer la mejor manera de seguir adelante. Todas las mujeres tienen en su psique a esta "mediadora". Forma parte de la psique salvaje y natural y tiene carácter innato, Si hemos perdido la pista de su paradero, la podemos recuperar examinando con calma la causa que provoca nuestra furia, proyectándonos hacía el futuro y, desde esa posición estratégica, estableciendo qué nos haría sentirnos orgullosas de nuestra conducta pasada para actuar de la misma manera.

La indignación o irritación que naturalmente sentimos a propósito de los distintos aspectos de la vida y de la cultura se exacerba cuando se producen repetidos incidentes de falta de respeto, malos tratos, abandono o acusada ambigüedad (1) en la infancia. La persona que ha sufrido tales lesiones está sensibilizada ante las nuevas lesiones y echa mano de todas sus defensas para evitarlas (2). Las graves pérdidas de poder que nos llevan a dudar de nuestro valor como seres dignos de atención, respeto y solicitud por parte de los demás dan lugar a una dolorosa y enfurecida decisión infantil de no permitir en la edad adulta que nos vuelvan la lastimar de la misma manera.

Por otra parte, si una mujer ha sido educada de tal forma que tenga menos expectativas positivas que otras mujeres de la familia y ha sufrido severas restricciones en su libertad, conducta, lenguaje, etc., lo más probable es que su cólera normal se desborde ante ciertas cuestiones o ciertos tonos de voz, gestos, palabras y otros desencadenantes sensoriales que le recuerden los acontecimientos originarios (3). A veces pueden deducirse las heridas infantiles sufridas por los adultos examinando cuidadosamente por qué asuntos o cuestiones estos pierden irracionalmente los estribos (4).

Tenemos que utilizar la cólera como fuerza creativa: Tenemos que utilizarla para cambiar, desarrollar y proteger. Por consiguiente, tanto si una mujer está abordando la exasperación del momento con un arrebato como si lo hace con alguna forma de prolongada y dolorosa quemadura, la perspectiva de la curandera es la misma: cuando hay serenidad, puede haber aprendizaje y soluciones creativas; en cambio, si hay un violento incendio por dentro o por fuera, este lo quema todo y no deja más que cenizas. Tenemos que poder contemplar nuestras acciones pasadas con honor. Tenemos que buscar la utilidad de nuestro enojo.

Aunque es cierto que a veces necesitamos desahogar nuestra furia antes de poder pasar a una serenidad aleccionadora, debemos hacerlo con cierto comedimiento. De lo contrario, sería algo así como arrojar una cerilla encendida a un charco de gasolina. La curandera dice que sí, que la cólera se puede cambiar, pero hace falta algo perteneciente a otro mundo, algo perteneciente al mundo instintivo, el mundo en el que los animales todavía hablan y el espíritu vive, algo perteneciente a la imaginación humana.

En el budismo se practica una acción de búsqueda llamada nyübu, que significa ir a las montañas para comprendernos a nosotros mismos y restablecer nuestra conexión con lo Grande. Es un ritual muy antiguo relacionado con los ciclos de preparación de la tierra, la siembra y la cosecha. Aunque podría ser beneficioso subir a unas montañas de verdad, también hay montañas en el mundo subterráneo, en el propio inconciente, y, afortunadamente todos llevamos en el mismo interior de la psique la entrada que conduce al mundo subterráneo y nos permite subir a las montañas y buscar diligentemente nuestra renovación.

En los mitos la montaña se entiende a veces como un símbolo de los niveles de conocimiento que hay que alcanzar antes de poder ascender al nivel siguiente. La parte inferior de las montañas, las estribaciones, representan a menudo el ansia de conciencia. Todo lo que acontece en las estribaciones se entiende como una maduración de la conciencia. La parte mediana de la montaña se suele considerar la más empinada del proceso, la que pone a prueba los conocimientos adquiridos en los niveles inferiores. Las zonas más altas de la montaña representan una intensificación del aprendizaje; allí el aire es más tenue y hace falta mucha resistencia y determinación para seguir cumpliendo la tarea. La cima de la montaña simboliza el enfrentamiento con la sabiduría definitiva semejante a la del mito en el que la anciana, o el viejo oso en el caso de este cuento, habita en la cumbre del monte

Por consiguiente, es bueno subir a la montaña cuando no sabemos qué otra cosa podemos hacer. La vida se consolida y el alma se desarrolla cuando nos sentimos impulsados a emprender búsquedas acerca de las cuales apenas sabemos nada. Subiendo a la montaña desconocida, adquirimos un auténtico conocimiento de la psique instintiva y de los actos creativos de los que esta es capaz, y ese es nuestro objetivo. El aprendizaje es distinto en cada persona. Pero el punto de vista instintivo que emana del inconciente salvaje, cuyo carácter es cíclico, empieza a ser el único que comprende el significado y da sentido a la vida, a nuestra vida. Y nos indica infaliblemente lo que tenemos que hacer a continuación.

¿Dónde podemos encontrar este proceso que nos hará libres? En la montaña. En la montaña encontramos las claves adicionales acerca de la manera de transformar el sufrimiento, el negativismo y los aspectos rencorosos de la cólera, todos ellos habitualmente percibidos y a menudo inicialmente justificados. Una de ellas es la frase "Arigato zaishö", que la mujer entona en agradecimiento a los árboles y a las montañas por haberle permitido el paso. Traducida en sentido figurado, la frase quiere decir "Gracias, Ilusión". En japonés zaishö significa la capacidad de ver claramente las cosas que se interponen y nos impiden alcanzar una comprensión más profunda de nuestra propia persona y del mundo.

La ilusión se produce cuando algo crea una imagen que no es real, tal como ocurre con las ondas caloríficas en una carretera que hacen que el firme parezca ondulado. Es verdad que existen las ondas caloríficas, pero la carretera no es ondulada.

Eso es la ilusión. La primera parte de la información es exacta, pero la segunda, la conclusión, no lo es. En el cuento, la montaña permite el paso de la mujer y los árboles levantan sus ramas para que pueda seguir adelante. Ambas cosas simbolizan la disipación de las ilusiones que permite a la mujer proseguir su búsqueda. El budismo dice que hay siete velos de ilusión. A medida que se va librando de ellos la persona comprende progresivamente los distintos aspectos de la naturaleza de la vida y del yo. El levantamiento de los velos hace que la persona sea lo bastante fuerte para soportar lo que es la vida y comprender las pautas de los acontecimientos, de las personas y de las cosas; y, finalmente, para aprender a no tomarse tan en serio la primera impresión y a mirar detrás y más allá de ella.

En el budismo el levantamiento de los velos es necesario para la iluminación La mujer de este cuento emprende un viaje para traer la luz a la oscuridad de la cólera. Para hacerlo, tiene que comprender las numerosas capas de realidad de la montaña. Nosotras también tenernos muchas ilusiones acerca de la vida.

"Es guapa y, por consiguiente, es deseable" puede ser una ilusión. "Soy buena y, por consiguiente, seré aceptable" puede ser también una ilusión. Cuando buscamos nuestra verdad también tratamos de disipar nuestras ilusiones. Cuando conseguimos ver a través de estas ilusiones que en el budismo se denominarían "barreras a la iluminación", podemos descubrir la faceta oculta de la cólera.


Notas

(1) En la familia y en el cercano medio cultural.
(2) Las lesiones infantiles del instinto, el ego y el espíritu se deben al hecho de haber sido fuertemente rechazados, de no haber sido vistos, oídos o contemplados si no con comprensión, sí por lo menos con cierta ecuanimidad. Muchas mujeres sufren graves lesiones por el simple hecho de tener la razonable esperanza de que las promesas se cumplirán y ellas serán tratadas con dignidad, tendrán comida cuando estén hambrientas y serán libres de hablar, pensar, sentir y crear.
(3) En cierto sentido, las antiguas emociones son como unas cuerdas de piano de la psique. Un estruendo en el mundo de arriba puede provocar una tremenda vibración de las cuerdas de la mente. Estas pueden cantar sin necesidad de que las pulsen directamente. Los acontecimientos que tienen tonos, palabras, rasgos visuales de los acontecimientos  originales pueden hacer que el individuo "luche" para impedir que "cante" el antiguo material. En la psicología junguiana este estallido de tono fuertemente sentimental se llama constelación de un complejo. A diferencia de Freud, en cuya opinión semejante conducta era neurótica, Jung la consideraba más bien una respuesta coherente, parecida a la de los animales que han sido previamente acosados, torturados, asustados o heridos. El animal tiende a reaccionar a los olores, movimientos, instrumentos o sonidos similares a los que inicialmente le causaron daño. Y los seres humanos tienen la misma pauta de reconocimiento y reacción. Muchos individuos controlan el viejo material de los complejos apartándose de las personas o los acontecimientos que los alteran. Semejante proceder es útil y racional algunas veces y otras no. Por ejemplo, un hombre puede evitar a todas las mujeres que son pelirrojas como su padre, que le pegaba. Una mujer puede apartarse de todos los temas polémicos porque despiertan en ella demasiadas cosas desagradables. Sin embargo, conviene que reforcemos nuestra capacidad de afrontar toda clase de situaciones independientemente de los complejos, pues esta capacidad nos otorga una voz en el mundo y es la que nos permite modificar las cosas que nos rodean. Si sólo reaccionamos a nuestros complejos, nos pasaremos la vida escondidas en un agujero. Si podemos tolerarlos hasta cierto punto y utilizarlos como aliados echando mano, por ejemplo, de nuestra antigua cólera para otorgar más fuerza a nuestras exigencias, podremos formar y reformar muchas cosas.
(4) Existen algunos trastornos cerebrales orgánicos cuya principal característica es la cólera descontrolada. En tales casos hay que recurrir a la medicación y no a la psicoterapia. Pero aquí estamos hablando de la cólera provocada por el recuerdo de algún tipo de tortura psicológica del pasado. Debo añadir que en las familias en las que hay algún miembro especialmente "sensible", cabe la posibilidad de que otros hijos de la familia con distintas configuraciones psicológicas no se sientan tan torturados como este a pesar de recibir un trato similar. Los hijos tienen distintas necesidades y distintos "grosores de piel, distintas capacidades de percibir el dolor". El que tenga menos "receptores" por así decirlo, será el menos

afectado por los malos tratos. El hijo que tenga más sensores, lo percibirá todo con más intensidad y puede que incluso perciba profundamente las heridas de los demás. No es una cuestión de verdad o mentira sino de capacidad de recibir las transmisiones que se producen a su alrededor. En la educación de los hijos, la antigua máxima, por la que cada hijo se tendría que educar no según los manuales sino según lo que uno averigua por medio de la observación de la sensibilidad, la personalidad y las cualidades, es el mejor consejo. En el mundo de la naturaleza, a pesar de que ambos son muy hermosos, un delicado filodendro puede resistir sin agua mucho tiempo mientras que un sauce, que es mucho más grande y pesado, no puede. Esta misma variación natural se registra también en los seres humanos. Por otra parte, no hay que deducir que la cólera de un adulto sea un indicio seguro de una asignatura pendiente de su infancia. Hay mucha necesidad y espacio para la justa cólera, sobre todo en los casos en que las llamadas a la conciencia, hechas con dulzura y moderación, han sido desatendidas. La cólera es el siguiente paso en la jerarquía de la llamada de atención. Sin embargo, los complejos negativos pueden convertir la cólera normal en una ardiente furia destructora; el catalizador es casi siempre muy leve, pero la persona reacciona como si tuviera una enorme importancia. Muchas veces las disonancias de la infancia, los golpes que recibimos en ella, pueden influir positivamente en las posturas que adoptamos en la edad adulta. Muchos dirigentes que encabezan grandes grupos políticos, culturales o de otro tipo lo hacen de una manera mucho más nutritiva y mucho mejor que aquella en la que ellos mismos se educaron.

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