jueves

ALBERTO METHOL FERRÉ - PUEBLA / PROCESO Y TENSIONES (4)


I. EN CAMINO.                                                      

2. LA PREPARACION COMO CONTENIDO (3)

La elaboración y publicación del Documento de Trabajo y de los libros Auxiliares tuvo al CELAM en actividad febril, contra reloj, para llegar a tiempo con ellos a Puebla según el programa fijado. La necesaria postergación de la Conferencia, por el fallecimiento del Papa Juan Pablo I, tiene una buena consecuencia en este aspecto, la posibilidad del estudio a fondo de todo el material preparado. Incluso, dados los nuevos plazos, el CELAM deja en manos de las Conferencias Episcopales, según el modo que juzguen conveniente, la difusión de ese material. Así, en esta tercera y última etapa preparatoria, lo que comenzó tan públicamente, bien merece que termine más públicamente, a la misma entrada de la III Conferencia General.
Tal el proceso preparatorio, sus hechos rotundos e irrefutables que están allí, a la vista de cualquiera, cualesquiera sean las intenciones que aliente. Sobra decir que Medellín no pudo contar ni remotamente con un proceso tan vasto y participativo. Nada más lógico; tanto las Conferencias Episcopales nacionales como el CELAM no habían alcanzado la madurez que hoy tienen, aunque siempre se pueda y deba avanzar en este orden de la intercomunicación y participación. El propio impulso de Medellín ayudó a tejer este mayor entramado eclesial latinoamericano. También se pudo aprovechar la nueva experiencia eclesial de los Sínodos mundiales y se puso en marcha, desde esa base, una consulta mucho más amplia, que la índole del propio acontecimiento requería.
Es así como la Iglesia de América Latina ha realizado una preparación que no tiene parangón en la historia de la Iglesia católica ni de las otras Iglesias cristianas; preparación a una Reunión continental de sus autoridades máximas, tan participada y en tan gigantesca escala. Se movieron los cuadros eclesiales, se quiso auscultar las grandes masas populares en sus latidos profundos y se alcanzó una “práctica colegial” de los Episcopados tan vasta como insólita. Esto es un hecho y el hecho queda para siempre. Más allá de gustos o disgustos. Debería ser motivo de alegría eclesial este avance en el espíritu del Concilio Vaticano II y Medellín. Es cosa que no tiene igual a nivel mundial, continental ni nacional. Este es el contenido original de la preparación; su valor ejemplar.
Y aquí una sugestiva acotación. Son muchos los que, aunque proclaman por doquier su interés por la participación y las puertas abiertas, cuando eso acaece en escala insólita se empeñan en no ver tal acontecimiento. Por el contrario, lo ocultan sistemáticamente; desean que pase desapercibido. Los que se supone más deberían verlo, lo borran. Luego veremos las razones más probables de esa mala fe.
Esta cortina de humo sobre el contendido de la preparación de Puebla, lleva a error a gente de la mejor fe. Les hace caer en desconcierto y confusión, cuando los hechos son diáfanos. Por ejemplo, un intelectual católico laico tan notable y cabal como el Dr. Hernán Vergara hace afirmaciones sobre esta dinámica de la Conferencia de Puebla, envuelto en esa humareda, no informado del proceso en su conjunto.
Véase este diálogo entre Teófilo Cabrestero, tan entusiasta como espontáneo e ingenuo productor de humaredas, y Vergara. Dice Cabrestero: “Constata usted que Puebla se prepara como un antagonismo entre el Episcopado y las Bases, entre jerarquía y feligresía. ¿Qué piensa un laico latinoamericano (de los que aún defienden que “nada sin el Obispo”) de que Puebla sea una Conferencia sólo de Obispos?”. Responde Vergara: “Desafortunadamente, así ha sido planteada. Pero pienso que es una gran cosa que esté planteada así, porque se explicita una realidad que no veo otra manera mejor que se explicite: el hecho de que la Iglesia no es el Pueblo de Dios, sino una asociación de clases, una de las cuales es la clase episcopal. Puebla explicita la identidad de los Obispos como clase, antes que con núcleos de comunidades y de diócesis que sumarían el Pueblo de Dios” (Vida Nueva No. 1.142, agosto, 1978). Un diálogo despegado de la realidad y sus posibilidades concretas.
Si Vergara piensa eso de Puebla, con mayor razón debería pensarlo de Medellín y, en suma, de toda la historia de los Concilios, Sínodos y Conferencias eclesiales. Es una singular idea la que se formula acerca de las Reuniones Episcopales y su conexión con la Iglesia como pueblo de Dios. Pero no entro en detalle. Sólo puntualizo que si en un futuro la Iglesia fuera hacia la realización de asambleas generales, continentales o mundiales, representativas de las Iglesias diocesanas, de modo más amplio que por sus Obispos, sería justamente la preparación y estructuración de la Conferencia de Puebla el paso más avanzado que se conozca en perspectiva participativa. Pero no saltemos con deseos y contraposiciones mágicos; la historia exige efectivas preparaciones, condiciones organizativas, recursos, etc. de los que todavía estamos lejos para esa meta, si realmente fuera la mejor, cosa que no creo por muchas razones.
Dejemos ese interludio. Una última significación perceptible en la preparación de Puebla como contenido, es su valor de signo testimonial en nuestros pueblos latinoamericanos, desde el ángulo de la práctica participativa. Cuando esa práctica está extirpada de la vida pública o con las mayores restricciones en su expresión, la Iglesia realiza la consulta más abierta, pública y participada de que tenga noticia su historia y nuestra historia latinoamericana. Se entiende, con todas las modalidades o limitaciones locales que haya habido, pero no en el sentido de la dinámica de conjunto. La Iglesia sigue afianzando así el proceso ya existente de crecimiento interno en participación. Puebla no lo detiene; lo consolida y empuja. Y esto tiene por añadidura, consecuencias políticas positivas para nuestros pueblos. Es una cadena de hechos más “proféticos” que improntas declaraciones. Claro, la historia no es lineal. No podemos presuponer tampoco el camino al crecimiento de la participación eclesial como inevitable y uniformemente acelerado. Eso es simplismo. La historia admite saltos atrás; todo hay que ganarlo con trabajo. Y también que las condiciones objetivas lo permitan. A veces no permiten ni remotamente esa participación interna, en la que ahora pensamos. Es indiscutible, en efecto, que una  consulta tan amplia como la de Puebla, con una discusión tan abierta, no sería posible de realizar en buena parte del mundo actual. Eso lo sabemos todos. A pesar de las coerciones, abusos, vigilancias, espionajes, violencias, la Iglesia aún se mueve con cierta libertad en casi toda América Latina. Esto es un hecho que no podemos ignorar. Libertad que otros no tienen y que hace de gravísima responsabilidad el mejor uso de las libertades eclesiales. Hay quienes piensan que el mejor uso de esas libertades sería perderlas cuanto antes para que todos estén amordazados por igual; pero en fin, en todas partes crecen tonterías. La libertad no se tira, sólo se debe perder cuando no hay más remedio, agotados todos los caminos. Los que la tiran, no saben qué hacer con su libertad. El arraigo eclesial en nuestros pueblos es el poder colectivo informal, que limita la potencia de políticas adversas a la Iglesia. Como dice Vergara, es lo que permite a Obispos “ser voz de los que no tienen voz”. Eso en América Latina, pero no en todas partes, pues no se cumplen las condiciones que existen en nuestros pueblos. Los Estados tienen siempre en cuenta esas cosas; se allanan a soportar voces que les sería muy costoso apagar. Malo sería que pudiendo y debiendo, no se alzara la voz. La pastoral, como la política, es arte sutil y riesgoso de lo posible. Aquí establecemos analogía, no identidad.

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