domingo

LAUTRÉAMONT - GASTON BACHELARD



(traduccón de Angelina Martín del Campo)

PRIMERA ENTREGA


I. AGRESIÓN Y POESÍA NERVIOSA

Nada se sabe sobre la vida íntima de Isidore Ducasse, la cual permanece bien oculta bajo el seudónimo de Lautréamont. Nada se sabe de su carácter. De él, verdaderamente, sólo se tiene una obra y el prefacio de un libro. Únicamente a través de la obra se puede juzgar lo que fue su alma. Una biografía fundada en elementos tan insuficientes no sería explicativa. Por eso hemos remitido a un capítulo ulterior los diversos datos que pudimos recoger en los prefacios de las diversas ediciones, en los variados artículos consagrados a la obra ducassiana. De hecho, no nos hemos apoyado en esos datos demasiado lejanos, demasiado indirectos para la tentativa de explicación psicológica que aquí proponemos. En las escasas ocasiones que podamos referirnos a un elemento biográfico, lo señalamos.

Esta es nuestra doble finalidad: en primer lugar, queremos determinar la asombrosa unidad en los Cantos de Maldoror, el fulminante vigor del enlace temporal. La palabra busca la acción, dice Máximo Alejandro. En Lautréamont, la palabra de inmediato encuentra a la acción. Ciertos poetas devoran o asimilan el espacio; diríase que tienen siempre un universo por digerir. Otros poetas, mucho menos numerosos, se comen el tiempo. Lautréamont es uno de los más grandes devoradores del tiempo. Allí, como veremos, se encuentra el secreto de su insaciable violencia.

En segundo lugar, queremos esclarecer un complejo particularmente enérgico. Y por esta segunda tarea nos hace falta empezar, pues es precisamente el desarrollo de ese complejo el que da a la obra, en su conjunto, su unidad y su vida; en el detalle, su rapidez y sus vértigos.

¿Cuál es pues ese complejo que nos parece dispensar toda su energía a la obra de Latréamont? Es el complejo de la vida animal, la energía de agresión. De manera que la obra de Lautréamont nos resulta una verdadera fenomenología de la agresión. Es agresión pura, en el estilo mismo en que se ha dicho poesía pura.

Ahora bien el tiempo de la agresión es un tiempo muy especial. Siempre va en línea recta, siempre bien dirigido; ninguna ondulación lo curva, ni obstáculo lo hace dudar. Es un tiempo simple. Siempre se homogeiniza con la impulsión primera. El tiempo de la agresión es producido por el ser que ataca en el plan único, en el cual el ser quiere afirmar su violencia. El ser agresivo no espera que se le dé tiempo; él lo toma, lo crea. En los Cantos de Maldoror nada es pasivo, nada es recibido, nada es esperado, nada es continuado. Además, Maldoror está por encima del sufrimiento; da sufrimiento, no lo recibe. Ningún sufrimiento puede durar en una vida gastada en la discontinuidad de actos hostiles. Por otra parte, basta tomar conciencia de la animalidad que subsiste en nuestro ser para sentir el número y la variedad de las impulsiones agresivas. En la obra ducassiana, la vida normal no es una vana metáfora. No aporta símbolos de pasiones, sino verdaderos instrumentos de ataque. Al respecto, las Fábulas de La Fontaine no tienen nada en común con los Cantos de Maldoror. Las Fábulas y los Cantos son tan notoriamente opuestos que podemos referirnos a su diferencia para hacer comprender el sentido de nuestra tarea en pocas líneas.

En las Fábulas de La Fontaine ningún rasgo de fisonomía animal es correcto, ningún índice de psicología animal, ni siquiera superficial, ningún sentido de la animalización; nada, sino una pobre mascarada que se divierte con formas animales puerilmente observadas; nada, sino una casa de fieras y un redil de madera pintada y esculpida. Bajo ese pretexto animal, puede encontrarse, sin duda, una fina psicología humana; pero ese talento de psicólogo que se le reconoce justamente al fabulista, no hace sino resaltar más la monotonía de la fabulación animalizada. Por el contrario, en Lautréamont el animal se captado ya no en su forma sino en sus funciones de agresión. Entonces la acción no espera. El ser ducassiano no digiere, muerde; para él, la alimentación es una mordida. Las ganas-de-vivir son aquí ganas-de-atacar. Nunca está adormecido, nunca a la defensiva, nunca harto. Se extiende en su hostilidad franca, en su hostilidad esencial. Y padece la psicología humana socializada, que se siente completamente violentada, brutalmente deformada; pero el ardiente pasado animal de nuestras pasiones resucita ante nuestros espantados ojos. En resumen, La Fontaine ha descrito una psicología humana tras la fábula animal. Lautréamont, reviviendo las impulsiones brutales, tan fuertes aun en el corazón de los hombres, ha descrito una fábula inhumana.

Por ello, ¡qué rapidez! Al lado de Lautréamont, ¡cómo es lento Nietzsche, cómo  se siente tranquilo, cómo se le siente en familia con su águila y su serpiente! Para el uno, ¡los pasos del bailarín!, para el otro, ¡los saltos del tigre!


Notas


* “Vive con tal rapidez que pueda parecer inmóvil…”

** “El hombre puede soportar todo, si es duro sólo un segundo!”

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