lunes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS



SEPTUAGESIMOTERCERA ENTREGA

CUARTA PARTE


37. GRADUACIÓN.

Después de siete años de trabajo, luchas y lágrimas, me alegró tener un buen motivo para hacer una celebración. Una luminosa tarde de julio de 1990, supervisé la magnífica inauguración oficial del Centro Elisabeth Kúbler-Ross, acontecimiento que en realidad había comenzado hacía veinte años, cuando sentí el primer impulso de poseer una granja. Aunque ya veníamos utilizando las instalaciones para los seminarios, por fin habían terminado los trabajos de construcción.

Al contemplar los edificios, las cabañas, e incluso la bandera de Estados Unidos ondeando fuera del Centro, una parte de mí no podía creer lo que veía. Ese sueño había resistido mi divorcio, adquirido impulso cuando comencé Shanti Nilaya en San Diego y sobrevivido milagrosamente a mi crisis de fe con B. y mi batalla con la gente de la localidad, que habrían preferido que esta vieja, a la que llamaban amante del sida, cogiera el primer autobús que saliera de la ciudad.

Después de la bendición, impartida de modo conmovedor por mi viejo amigo Mwalimu Imara, hubo música country y espirituales negros, y suficiente comida casera para alimentar a los quinientos amigos que habían acudido, algunos desde lugares tan remotos como Alaska y Nueva Zelanda.

También hubo mucha conversación y puesta al día con ex pacientes y familiares. Fue un día maravilloso que renovó mi fe en el destino. Es cierto que no podían estar presentes todas las personas a las que había asistido en mi vida y de las que tanto había aprendido, pero sólo hacía dos meses había recibido un inolvidable recordatorio de todas ellas, y de por qué podía considerarme afortunada. Decía:

Querida Elisabeth:

Hoy es el Día de la Madre y en este día tengo muchas más esperanzas de las que tenía hace cuatro años. Ayer regresé de Virginia, donde he asistido al seminario "La vida, la muerte y la transición", y siento la necesidad de escribirte para decirte cómo me ha afectado. Hace tres años murió mi hija Katie, a los seis años, de un tumor cerebral. Poco después mi hermana me envió un ejemplar de la historia de Dougy, y las palabras que escribiste en esa hoja informativa me conmovieron profundamente. El mensaje de la oruga y la mariposa continúa dándome esperanzas y fue muy importante para mí escuchar tu mensaje el jueves pasado. Gracias por estar ahí y hablar con nosotros. Sería muy difícil enumerar todos los dones recibidos durante esa semana, pero sí quiero concretarte algunos de los dones que recibí de la vida y la muerte de mi hija. Gracias a ti, entiendo más lo que significaron la vida y muerte de mi hija. 

Durante toda su vida nos unieron lazos muy especiales, pero esto lo vi con más claridad durante su enfermedad y muerte. Ella me enseñó muchísimo cuando murió y continúa siendo mi maestra. Katie murió en 1986, después de una batalla de nueve meses contra un tumor maligno en el tronco encefálico. A los cinco meses de enfermedad perdió la capacidad de caminar y de hablar, pero no de comunicarse. La gente se sentía muy confundida cuando la veía en ese estado semicomatoso y cuando yo afirmaba que la niña y yo no parábamos de charlar. Ciertamente yo continué hablando con ella y ella conmigo. Insistimos en que le permitieran morir en casa, e incluso la llevamos a pasar unos días en la playa dos semanas antes de su muerte. Esos días fueron importantísimos para nosotros; había también sobrinas y sobrinos pequeños que durante esa semana aprendieron mucho sobre la vida y la muerte. Sé que recordarán durante mucho tiempo cómo nos ayudaron a cuidar de ella. 

Katie murió a la semana de haber regresado a casa. Ese día comenzó como de costumbre,  dándole sus medicamentos y comida, bañándola y conversando con ella. Esa mañana, cuando su hermana de diez años se iba a la escuela, Katie emitió unos sonidos (hacía meses que no lo hacía), y yo comenté que le había dicho "Adiós" a Jenny antes de que se marchara a la escuela. La noté muy cansada y le prometí que ya no la movería más ese día. Le dije que no tuviera miedo, que yo estaría con ella y que estaría muy bien. Le dije que no tenía por qué aferrarse a mí, y que cuando muriera se sentiría segura y rodeada por personas que la amaban, por ejemplo su abuelo, que había muerto hacía dos años. Le dije que la echaríamos mucho de menos, pero que estaríamos bien. Después me senté con ella en la sala de estar. Esa tarde, cuando volvió Jenny de la escuela, la saludó y después se fue a otra habitación a hacer sus deberes. Algo me dijo que fuera a ver a Katie y comencé a limpiarle el tubo por donde se alimentaba, que estaba goteando. Cuando la miré vi que se le ponían blancos los labios. Hizo dos inspiraciones y dejó de respirar. Le hablé; ella cerró y abrió los ojos dos veces, y murió. Yo sabía que no podía hacer nada, fuera de abrazarla, y eso hice. Me sentí muy triste, pero también con mucha paz. En ningún momento se me pasó por la mente practicarle la reanimación, cosa que sé hacer. Gracias a ti, entiendo por qué. Sabía que su vida acabó cuando tuvo que acabar, que había aprendido todo lo que vino a aprender, y que había enseñado todo lo que vino a enseñar. Ahora paso la mayor parte del tiempo tratando de comprender todo cuanto me enseñó durante su vida y con su muerte. 

Inmediatamente después de que muriera, y aún hasta hoy día, experimenté una oleada de energía y sentí deseos de escribir. Escribí durante varios días, y continúan sorprendiéndome la cantidad de energía y los mensajes que recibo. En cuanto murió me llegó el mensaje de que tengo una misión en mi vida, que vivir significa acercarse y dar a los demás. "Katie vivirá eternamente, como todos nosotros. Hemos de compartir con los demás la esencia de lo que es más valioso. Amar, compartir, hablar, enriquecer la vida de otras personas, acariciar y recibir caricias, ¿hay otra cosa que esté a la altura de estos momentos?" Así pues, a partir de la muerte de Katie me he embarcado en una nueva vida; comencé un curso de orientación que terminé en diciembre, empecé a trabajar con personas enfermas de sida, y  a comprender cada vez más mis lazos espirituales con Katie y con Dios. También me gustaría contarte un sueño que tuve vanos meses después de la muerte de Katie. Este sueño me pareció muy real, y cuando desperté comprendí que era muy importante. Tu charla del jueves pasado me hizo ver con más claridad aún su significado: En el sueño llegaba junto a un riachuelo que me separaba de otro lugar. Me di cuenta de que tenía que ir a ese lugar. Vi un puente muy estrecho que cruzaba el riachuelo. Mi marido estaba conmigo y me siguió durante un rato; después tuve que llevarlo en brazos por el puente. Cuando llegamos al otro lado, entramos en una casa. Había allí muchos niños, cada uno llevaba una tarjeta con su nombre y dibujos. Vimos a Katie, y entonces comprendimos que esos eran todos los niños que habían muerto y que teníamos permiso para hacerles una corta visita. Nos acercamos a Katie y le preguntamos si podíamos abrazarla. "Sí -nos dijo-, podemos jugar un rato, pero no puedo marcharme con vosotros." Le dije que ya sabía eso. Estuvimos allí un rato y jugamos con ella, pero después tuvimos que marcharnos. Desperté con la clara sensación de que había estado con Katie esa noche. Ahora sé que así fue.

Besos, M. P.

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